Escribir sobre The Beatles es siempre una empresa difícil, básicamente te comprás todos los boletos para el Campeonato Mundial de Lugares Comunes. Pero igual vamos a hacer el intento.
McCartney 3,2,1 es un documental que mutó en serie de seis capítulos, una decisión que tiene más que ver con esta época poblada de producciones episódicas, y aunque el formato anula de alguna manera la cronología y la idea de una tesis final, hay algo que es concluyente: se trata de un registro único, definitivo y algo inescrutable sobre la vida y obra de Sir Paul.
Para empezar, McCartney llegó a la tercera edad, y ese rostro contrasta con aquel veinteañero de los sesenta: hay más de un plano en donde -mientras escucha- Paul mira la consola, pequeña, modesta, y eso quiere decir que está viendo y escuchando lo mismo que nosotros. Pero como la vida ha transcurrido, ahora esos arreglos, esas canciones que han viajado décadas, revelan una música llena de capas y relieves mínimos que uno puede percibir gracias a la perspectiva única de su creador.
En este sentido, el tríptico Anthology, cuando todavía vivían Harrison y George Martin, fue como un gran evento de deconstrucción. También podríamos sumar las reediciones de los álbumes con material extra, pero todo eso empalidece cuando alguno de los cuatro protagonistas aparece contando los procesos de producción de esos discos.
En McCartney 3,2,1, Rick Rubin es el curador de la obra; es él quien opera este viaje sónico a los intersticios de muchas de las canciones más divinas del siglo XX. Rubin es uno de los productores más importantes de los últimos 30 años, además de un fanático del rock y, por supuesto, de los métodos. ¿Hay algo más interesante que los procesos? Porque ahí está la verdad del acontecimiento, o por lo menos la verdad que desemboca en un resultado definitivo. Las decisiones son efímeras y perpetuas a la vez.
Rubin tuvo una idea que muchos estábamos esperando: hacer un documental sobre el McCartney bajista. “La mayoría de la gente, si tuviese que hacer una lista de los diez mejores bajistas de todos los tiempos, no pondría a Paul allí”, dijo. Después él mismo contó que el entusiasmo de Paul al encontrarse con los masters originales que salieron por primera vez de los estudios Abbey Road fue tanto, que terminaron hablando de todo, de su familia y, curiosamente, mucho de otros músicos, inclusive de sus compañeros de ruta.
El bajo de los Beatles tiene una complejidad inédita –aun hoy es muy difícil copiar esas líneas-. El bajo es un instrumento que habita los dos principales universos de la música, el melódico y el rítmico; el bajista es realmente el eje en muchas bandas, también puede ser el cerebro o al menos compartir ese lugar con algún otro instrumento. No existen buenas bandas con malos bajistas. Lo notable es que acá el tipo no agarra el bajo para mostrarnos sus destrezas, solamente escuchamos momentos, fragmentos de canciones a los que Rubin trata de darles un marco teórico que dispara recuerdos o, mejor dicho, sensaciones en las que Paul bucea para traer al presente el origen de sus composiciones. El resultado es el misterio; las decisiones musicales de Paul son ideas que, salvo por detalles puntales como la obsesión vanguardista por la ejecución y la tensión entre ritmo y melodía, resultan inclasificables.
Son fascinantes los momentos en los que Rubin separa las pistas de bajo del resto de la banda, porque es allí donde se puede ver que muchas veces hay otra canción adentro de la canción; cuando la banda vuelve, el bajo es el complemento ideal para que esas composiciones, que se parecen entre sí, tengan un alma única, una musicalidad afable y distinguida que, a cincuenta años de haber sido grabadas, las ubica en un lugar insuperable. Una música llena de momentos exquisitos y con armonías tremendamente populares. Un combo hoy impensado. Y lo mejor es que cuando uno piensa en esas canciones, realmente suenan simples, pero son los arreglos los que hacen la diferencia. Ahí es donde McCartney la rompe y revela con su memoria datos categóricos.
Volviendo al bajo, la clave está en el golpe de Paul, en dónde golpea rítmicamente y en las notas que toca, que aún hoy no entran en ningún estándar y que son realmente astutas y difíciles de imitar, inclusive para músicos avezados. Lo notable, y paradójico, es que esas notas han sido a su vez la piedra fundamental del bajo en el rock.
La música, se sabe, es movimiento, una corriente intangible de sonidos y silencios, pero es un movimiento que se puede descomponer con el tiempo, con las escuchas que van cambiando y con el propio devenir del mundo. O sea, es movimiento más tiempo. Así, las canciones de los Beatles cruzan como flecha certera esas dos líneas en perfecta comunión, transformándose incluso en piezas superadoras de sí mismas. En resumen, son el santo grial de la música y, sobre todo, del rock.
La serie dirigida por Zachary Heinzerling tiene decenas de momentos increíbles, emocionantes, delirantes, que la vuelven imperdible. La idea del blanco y negro para poner a Paul y a Rubin en la centralidad total de lo que vamos a ver, contrasta generalmente con la idea de que la música acompaña a la imagen; es un marco para el movimiento y muchas otras cosas más. Acá lo principal es escucharlos a ellos y verlos reaccionar antes diferentes atmósferas que son acompañadas por un montaje certero.
En McCartney 3,2,1, todas las piezas coinciden en entre sí. Las luces y los reflejos, dependiendo de la intensidad del sonido y sus melodías, alternan dos o tres escenarios distintos dentro de un mismo estudio. Hay momentos épicos, instantes brillantes, como ese primer capítulo en el que suena Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y Paul se levanta de la silla; es algo físico lo que sucede con la canción y las imágenes, la electricidad de esos dos minutos contrasta con la continuación del disco, aplausos mediante, que es With a Little Help from My Friends, el ejemplo perfecto de lo que McCartney puede hacer con el bajo y la prueba irrefutable de que los Beatles fueron, a partir de Rubber Soul y bajo la conducción de George Martin, un laboratorio de experimentos a muchos niveles, cosa que Paul deja más que claro en este viaje de seis capítulos a uno de las mayores tesoros de la humanidad.
Puntaje: 9/10
McCartney 3, 2, 1 (Estados Unidos, 2021). Dirección: Zachary Heinzerling. Reparto: intervenciones de Paul McCartney y Rick Rubin. Duración: seis episodios de 30 minutos cada uno. Disponible en Star+.
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