Jorge Pistocchi es una sombra. En la entrevista que organiza Bajo el sol del rocanrol (Simoncini, Neri, 2024) de los primeros años de la década del 2010, vive en una casa venida a menos en el barrio de La Boca. La pared que da a la calle parece disimular como una escenografía, lo que hay detrás: la radio comunitaria sostiene una estructura que podría derrumbarse en cualquier momento. El propio Pistocchi se ve demacrado, desarreglado, incluso comparado con las fotos e imágenes de archivo más recientes que exhibe el documental. Es el producto del efecto de los años sobre el cuerpo y de decisiones económicas que lo llevaron a no poder manejar la fortuna heredada. Pistocchi es una sombra en la cultura argentina. Un nombre que solo circula entre iniciados, en el periodismo o en el rock argentino pre-Malvinas. Su nombre se disocia de la creación de parte de la cultura de esos años. Puede pensarse que, a diferencia de Jorge Álvarez, no construyó su mito, no se esforzó por hacer que su nombre trascendiera. Ese nombre, que está asociado a una serie de publicaciones de la contracultura rockera de los 70 y comienzos de los 80, termina quedando subsumido ante sus creaciones.
Pistocchi no hace de sí mismo un mito. De hecho, prefiere que sean sus revistas las que adquieran esa estatura. La creación por sobre el creador. Su relato se orienta a dotar a esas revistas que creó, de aquello que pretende desmontar de sí mismo. Mordisco en 1974, Expreso Imaginario en 1976, Zaff en 1980, Pan Caliente en 1982: revistas que se constituyen en mojones de la industria editorial. En todas ellas, el rock era el elemento aglutinador: no el rock como forma musical, sino como forma de vida, con sus derivaciones a la literatura o la ecología, entre otras. La figura de Pistocchi parece limitada entonces al espacio creativo que ocupaba en las revistas y que los colaboradores recuperan desde el momento en que lo recuerdan como quien nucleaba a los que participaban del medio. La impronta de cada publicación era la que proponía Pistocchi: un estilo que podía pasar por invisible hacia afuera, pero que sobre todo en el caso de la Expreso, se evidenció con su salida y los cambios en la dirección a pesar de la permanencia –temporaria- del staff. Es el pasaje incómodo de quien proyecta su sombra a convertirse en la sombra de aquello que generó.
Hay algo que subyace en el documental y es la incompatibilidad entre las nociones de negocio y cultura. Una tensión que se establece entre los proyectos culturales y el dinero necesario para llevarlos adelante. Pistocchi lo comprende y el documental lo sintetiza no solamente en la dilapidación de la herencia, sino también en el Festival que organiza para desarrollar la idea de la revista Pan Caliente. Pero el límite está en otro lugar, cuando los tantos se mezclan y el negocio avanza sobre el proyecto, con el riesgo de que lo periodístico se transforme en publicidad. Si Expreso Imaginario surge como idea de Pistocchi, concretada por el aporte económico de Alberto Ohanian –la convivencia inicial en las oficinas del estudio de abogacía de Ohanian es un indicio de esa tensión- esa idea se desarma con la consecuente partida de Pistocchi, en el momento en que el proveedor económico se convierte en empresario de rock. Esa tensión entre el periodismo como forma de expresión y como profesionalización –introducida a partir de la figura de Roberto Pettinato como director-, se concibe en el primer editorial de la revista tras la partida de su creador, que es la puesta en palabras que reniegan del pasado inmediato. Y que Pistocchi repone como oposición dialéctica, tras el asesinato de John Lennon en diciembre de 1980, cuando a la tapa de la Expreso con Almendra –grupo manejado por Ohanian- le contrapone la de Zaff con la imagen de Lennon.
Una frase dicha por Pistocchi podría resumir una situación de época. En 1982, la revista Pan Caliente se opone a Malvinas y poco después, la crisis económica obliga al cierre. “Estábamos en continua retirada” dice, entremezclando las presiones de la dictadura (que implicaba no hablar de determinados temas) y las del entorno que lo desplazaba a posiciones cada vez más marginales. Pistocchi encarna un modelo en el que los proyectos se ven involucrados en un ciclo que se inicia en lo creativo y que termina derrumbándose por lo económico. La trayectoria de Pistocchi es la ilustración del sino fatal de la cultura argentina, condenada a la tiranía de lo económico, a subsistir en los márgenes y la mayor de las veces, por corto tiempo. Pero también queda demostrado que es la representación de la tozudez de esa misma cultura por reinventarse y resurgir en otro espacio. De transmutarse en centros culturales –otra forma de aglutinar voluntades dispersas, especialmente en los 80/90, antes de la institucionalización del formato- o en cooperativas que sostienen la supervivencia de empresas que hubieran ido a la quiebra (la experiencia de Amat, como un antecedente del movimiento de fábricas recuperadas del post 2001).
El subtítulo de la película (“El universo creativo de Jorge Pistocchi”) termina resultando apropiado para definir las intenciones del documental: antes las creaciones que las personas, antes las multitudes concentradas en poco espacio (real en la redacción o en el Centro Cultural Cósmico; simbólica en las revistas), antes la creatividad que incorporaba novedades que el negocio que podía derivar de ellas (hay que pensar que Mordisco vendía 50 mil ejemplares, una cifra nada despreciable para una revista de música). De allí que no resulte impropio que la centralidad y el mayor espacio en el documental lo ocupe Expreso Imaginario. No solo por ser la más longeva, sino porque allí parece resumirse la conjunción entre la creatividad y la concreción (“Nunca se sabía con Jorge cuál era el límite entre un sueño y el delirio”, se dice en el final). Mordisco parece un antecedente necesario; Zaff y Pan Caliente son continuidades derivadas de la experiencia madre, sin su fuego y sin su desarrollo. Pero también esa Expreso Imaginario, antes de la deriva de sus últimos dos años fue la que empezó a hablar del punk, la que puso por primera vez a Los Redonditos de Ricota, la de la tapa del tomatazo a Saturday night fever (Badham, 1977), -gesto imitado por otras publicaciones, pero sin llegar al alcance revulsivo del original-. Sobre todo, la que pudo sobrevivir al desbande de la contracultura y ejercer, a su manera, una resistencia ante la opresión de la dictadura. El centro del universo Pistocchi es esa revista que concentra el espíritu de su época y a la que el documental le hace justicia en el desarrollo de sus animaciones psicodélicas. La herencia de Pistocchi está en esas páginas que siguen circulando como referencia, en el recuerdo de quienes guardan y exponen con orgullo sus tesoros del Festival Pan Caliente y en los relatos de quienes fueron sus compañeros de ruta (algunos de ellos, muchos años más tarde, fundarían La Mano, quizás la única revista que pueda pensarse como continuidad de aquella). Bajo el sol del rocanrol vuelve a ponerlo en el centro, sacándolo de las sombras a la que se lo condenó, para que de nuevo sea su figura la que proyecte su sombra sobre la cultura de la Argentina.
Bajo el sol del rocanrol (Argentina, 2024). Dirección: Mónica Simoncini, Omar Neri. Guion: Carlos Senin, Mónica Simoncini, Omar Neri. Fotografía: Omar Neri, Mónica Simoncini. Edición: Sebastián Mariño. Duración: 110 minutos.
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