Hay películas en las que un pequeño y divino detalle de poesía es capaz de contener la ambigüedad entre lo bello y lo ominoso, entre el recubrimiento y la revelación. En 1976 (2022), ópera prima de la actriz y realizadora chilena Manuela Martelli, ese detalle tiene que ver con un particular uso del color, así como con la evocación de una atmósfera densa.

Son los años setenta. Carmen (Aline Küppenheim), una mujer de mediana edad, perteneciente a una familia acomodada de Santiago, intenta indicarle al empleado de una tienda el tono rosado de pintura que busca. La súbita agitación en la calle, detiene la actividad del empleado y la pintura gotea delicadamente manchando el zapato de la protagonista, al tiempo que aquel se mueve para bajar la persiana del local. El año al que hace referencia el título de la película refiere a un momento de pleno auge de la dictadura del General Augusto Pinochet, momento de convulsión en las calles, de resistencia organizada de la clase obrera y a la vez de una férrea represión hacia sus manifestaciones, que incluyó persecuciones, exilios y desapariciones.

Más adelante, el detalle de unos peces rojizos que la empleada doméstica de la protagonista lleva en un frasco para disponer en un futuro estanque, cobra toda su significación simbólica de encierro, ideología de izquierda y sangre. Al mismo tiempo, el uso del sonido introduce un clima de tensión que se va a ir acrecentando a lo largo de la película.

Como buena mujer de su clase social, Carmen se encuentra casada con un prominente médico y ha abandonado sus sueños de juventud para secundarlo a él en tanto esposa y ama de casa. Es una devota católica que colabora con la parroquia asiduamente, realizando caridad, entre ellas lecturas para un grupo de no-videntes. El detalle de la ceguera, aquí no parece casual, habida cuentas de que amplias capas de la sociedad se refugian en la placidez de sus confortables vidas.

Una mañana el cura Sánchez (Hugo Medina) despierta a la protagonista, literal y simbólicamente. Carmen comienza a salir de su pacífica, armoniosa y rutinaria vida, cuando el padre solicita sus conocimientos como enfermera para curar a un joven llamado Elías (Nicolás Sepúlveda), mal herido de bala, a quien presenta como “un cristo muerto de hambre” y al cual mantiene refugiado en secreto en la parroquia. La simbología religiosa hace de Elías un personaje con características crísticas, por su fisonomía, su espíritu revolucionario y solidario con los más desfavorecidos, su pathos.

El rojo que identifica a Carmen en su vestimenta va marcando el acercamiento y la empatía que establece con Elías a medida que éste se va recuperando. Su permanencia en la parroquia se vuelve peligrosa, porque si lo descubren podrían detenerlo, torturarlo, además de poner en peligro directamente el cura, y también a ella. El riesgo se hace para ella mucho mayor cuando decide contactar personalmente y de incógnito a la compañera de Elías, buscando una manera para que pueda escapar. A partir de aquí el suspenso va en aumento, en tanto Carmen se interna en un terreno totalmente desconocido. Se trata, en cierto sentido, de una liberación respecto del tutelaje patriarcal y los mandatos sociales propios de su clase, que la confinan al reducto de la intimidad del hogar. La película se tiñe entonces de un clima de espionaje (los pañuelos y el impermeable que viste Carmen, los cambios de vehículo que realiza para internarse en barrios marginales, el lenguaje en código, refuerzan el tono) y de thriller psicológico, donde cualquier mínimo cambio o rareza comienzan a ser para la protagonista, y con razón, signo de desconfianza y paranoia persecutoria, como la escena en la que Carmen aparece reflejada y al mismo tiempo escindida en dos hojas del espejo del botiquín cuando regresa angustiada de un fallido encuentro con el contacto: su doble vida como la disyunción entre suspicacia razonable y locura, se simbolizan aquí.

Paralelamente al proceso de transformación personal de Carmen al afianzar su vínculo con Elias, asistimos al proceso de remodelación de la casona. El resultado final se aprecia en los preparativos del festejo familiar: las paredes pintadas de rosado, el foso cavado en la parte delantera convertido en el estaque donde nadan los peces rojos del comienzo, el vestido morado que luce Carmen, el colorante rosado para la crema de la torta; detalles donde la frivolidad y la suntuosidad burguesa encubren aquello de lo que no se quiere saber y que incluso se quiere silenciar (esto es, la sangre derramada) al interior de la sociedad chilena.

En 1976, la opción por una narrativa en clave de thriller y por el camino de la sutileza y la elegancia en el uso de los colores, le permiten a Manuela Martelli evitar declamaciones y subrayados y, en su lugar, recrear un clima de época y construir objetos o tonalidades como símbolos con los cuales revelar tanto la ceguera como el apoyo político y económico que las clases sociales pudientes de la sociedad chilena sostuvieron frente a los crímenes de la larga y oscura dictadura encabezada por el General Pinochet. Un mérito no menor para una directora debutante.

1976 (Chile, 2022). Dirección: Manuela Martelli. Guion: Manuela Martelli, Alejandra Moffat. Fotografía: Soledad Rodríguez. Música: Mariá Portugal. Reparto: Aline Küppenheim, Nicolás Sepúlveda, Hugo Medina, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Carmen Gloria Martínez, Marcial Tagle, Amalia Kassai, Gabriel Urzúa, Mauricio Pesutic. Duración: 95 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: