Paul es invisible, al menos para Amante fiel. No lo vemos nunca, ni siquiera en alguna foto. Creemos en su existencia no solamente porque vemos el cortejo fúnebre que lo lleva hasta el cementerio, o porque en el pasillo de la casa de Marianne se acumula su ropa –que no vemos- en varias valijas y un par de zapatos que parecen estar esperando su regreso. Creemos porque el resto de los personajes da fe de su existencia. Cuando en el comienzo Marianne lo sindica como su amante y el padre del hijo que lleva en su vientre, y cuando como respuesta a ello, su pareja, Abel, lo reconoce como su amigo. Cuando, más adelante, su hijo Joseph relata la relación compleja con ÉL. Y cuando su hermana Eve lo menciona en contraposición a Abel desde el atractivo masculino. Creemos porque, en definitiva, una red de personajes no puede inventar de manera calculada una forma que no podemos ver, que se nos oculta deliberadamente.

Ese personaje, alrededor del cual gira sutilmente la película de Louis Garrel, viene a poner en primer plano la credibilidad de los relatos. Porque, a fin de cuentas, Paul no es más que un relato construido desde la perspectiva de los cuatro personajes restantes. Pero no tiene físico, no tiene otra entidad que la que se dice de él. Más que poner en duda su existencia, lo que hace la película es partir desde ese lugar para condicionar la credibilidad del espectador en el relato del resto de los personajes. En lugar de elegir una perspectiva definida, Garrel la multiplica. Hace hablar al interior de los personajes de manera alternada, como si fueran comentarios externos a lo que está ocurriendo. Esa revelación interior, sin embargo, está planteada más que como parte del territorio de la afirmación del personaje, como una puesta en escena de la duda, de esa zona desmembrada de los gestos y acciones externas y que revelan una complejidad que no se manifiesta. El ejemplo más claro está en la escena del entierro de Paul. Desde la perspectiva de Abel, vemos a Marianne de espaldas, llorando ante la tumba. Mientras tanto, el personaje se pregunta si ella habrá pensado en él en algún momento de esos nueve años que pasaron sin verse. En el final de la escena, sin embargo, la perspectiva cambia y es la voz de Marianne la que pone en palabras las dudas que surgieron en ella cuando Abel ofrece llevarla a ella y a su hijo hasta la casa después del entierro.

El desfasaje entre la palabra y la acción es lo que constituye los dos niveles de los relatos que se van construyendo. Lo que ocurre son determinados hechos que la cámara registra con afirmación de verosimilitud. Pero, en otro nivel, la palabra va encaminando otro relato que funciona como una narrativa en paralelo. El punto es cuando esos dos mundos –uno esencialmente real, el otro particularmente imaginario- tienden a tocarse o encontrarse. La situación idealizada se construye desde cada uno de los personajes en proyección hacia los demás. Algo de ese desfasaje queda claro –y es un aviso contundente para el espectador- cuando Abel va a ver al doctor Peonie. No va a verlo por una consulta, sino porque cree en el relato de Joseph sobre una complicidad del doctor en el presunto asesinato de Paul, porque se trataría del amante de Marianne. Cuando el médico afirma ser gay desarma aparentemente el relato de Joseph. Pero una vez puesta en contraste esa afirmación, es Marianne la que vuelve a contrarrestarla (“Es curioso, porque hace algún tiempo me cortejó”) y, en el tramo final, una pequeña coda afirma esa contraposición cuando lo ven entrar a un bar acompañado de una mujer.

Esos dos niveles de relato funcionan en los personajes entre la afirmación y la duda. Ocurre con Marianne cuando le dice a Abel que está embarazada de Paul. Y con Joseph cuando señala que fue su madre quien mató a su padre envenenándolo (y allí Garrel no se priva en una escena de homenajear al Hitchcock de Suspicion). Y también en Eve, cuando enfrenta a Marianne diciéndole que le dé a Abel porque ella no lo quiere. Y de nuevo con Marianne, cuando toma la decisión de decirle a Abel que pruebe con Eve. Unos y otros construyen un relato idealizado sobre los otros y sobre sus propios sentimientos. La constatación con la realidad es la que los desvirtúa. El paso del tiempo es el que transforma aquella idealización en una idea al borde de lo banal: la forma en que Marianne “supo” quién era el padre de su hijo, la forma en que Eve muestra su desencanto con Abel (“Hasta del sexo podía quejarme. Antes gozaba más cuando pensaba en él mientras estaba con otro”), son el reflejo del paso del tiempo en los personajes. Abel es el único en el que el relato no se desdobla. De allí emerge lo que refiere el título: su “fidelidad” en términos amorosos a Marianne se sostiene no solo en los nueve años del matrimonio de ella con Paul, sino en el lapso de su convivencia con Eve. Garrel juega a construir ese personaje desde una dualidad entre el hombre fiel y el hombre objeto, que solo tienden a unirse en el final, en la escena en la que literalmente, cae a los pies de Marianne.

Sin embargo, hay otro eje que articula las relaciones de los personajes. De un lado, Abel y Marianne parecen remitir indefectiblemente a un mundo adulto, incluso en sus imperfecciones y en sus errores. Uno y otro parecen estar en un universo propio que excede a los otros personajes –menos a Paul quizás-. Eve y Joseph están situados en un mundo de pre-adultez, en una oscilación continua que va de la niñez a la adolescencia, pero sin poder salir de ella. En el caso de Joseph, ello parece más contundente por su edad: solo sus relatos pretenden establecerse en el territorio ajeno de los adultos, pero en su misma forma –en el límite entre la fantasía y lo verosímil- se denuncia a sí mismo. Es su intervención mediada –la decisión de dejar su celular grabando las conversaciones de Abel y su madre en la habitación- la que pone en movimiento a Eve, primero para avanzar y finalmente para desplazar a Abel del lugar con Marianne. Eve es, justamente, parte de ese mismo espacio, a pesar de que ya ni siquiera es la adolescente que conoció Abel. Una serie de detalles la mantienen en ese espacio: Joseph nunca la llama como lo que es y él comparte esos secretos de su madre como si Eve fuera su hermana mayor y no su tía. Anclada en el recuerdo adolescente, Eve permanece enamorada de ese hombre idealizado y vive en un departamento minúsculo que parece la reproducción de una habitación adolescente. Es el final que reúne a los cuatro personajes en el cementerio el que los corre de ese lugar en el que se habían colocado, y que borra las fronteras establecidas por la competencia y el odio –de Joseph y Eve hacia Abel y Marianne, pero también hacia Paul-, como si ese espacio que los volvió a reencontrar después de nueve años, el día del entierro, fuera el único en el que pueden establecer un vínculo despojado de las miserias individuales.

Calificación: 7/10

Amante fiel (L’homme fidèle , Francia, 2019). Dirección: Louis Garrel. Guion: Louis Garrel, Jean-Claude Carrière. Fotografía: Irina Lubtchansky . Montaje: Joëlle Hache. Elenco: Louis Garrel, Louis Garrel, Laetitia Casta, Lily-Rose Depp, Joseph Engel. Duración: 75 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: