Hay películas que pueden ser prolijas en su apariencia general, pero fallidas en la manera en que abordan el contenido en cuestión, y este es el caso de La ballena (The Whale, 2022), último largometraje del realizador estadounidense Darren Aronofsky. La película abre con un profesor de literatura llamado Charlie (Brendan Fraser) que da clases online a estudiantes universitarios. Su obesidad mórbida severa hace que mantenga su cámara apagada ante sus alumnos, so pretexto de que no le funciona. Al finalizar la clase lo vemos masturbarse con el incentivo de una película porno y en el punto de la excitación sufre un agudo dolor en el pecho, preámbulo de un infarto. Esta es la manera en la que el director introduce a su personaje, lo sitúa como desagradable y miserable a los ojos del espectador, gesto que se irá acentuando a lo largo de la película.

En su temporalidad narrativa, este drama abordado desde el realismo está organizado a lo largo de una semana, puntuada con los intertítulos que nombran los días. Se trata de la última semana en la vida de Charlie. En ese tiempo, a pesar del riesgo de muerte que sufre (presión arterial altamente elevada, obstrucción cardíaca) y advertido por su amiga y cuidadora Liz (Hong Chau), que es enfermera, Charlie se niega rotunda y tercamente a ser hospitalizado, con la excusa de que no tiene dinero y que no quiere acarrear deudas. En verdad, está decidido a morir lentamente. Con una vida sedentaria y aislada, permanece largas horas sentado en sofá mirando televisión, impartiendo sus clases virtuales y se atiborra con diversa variedad de comida chatarra. Sus 275 kilos de peso restringen notablemente sus movimientos por lo que debe apoyarse en un andador, en una silla de ruedas y debe utilizar una pinza de mano para tomar objetos fuera del alcance de su movilidad. Suda en extremo y resuella bastante. El parentesco físico es una de las líneas a las que hace referencia el título.

La película tiene una fuerte impronta teatral por lo que la locación se reduce principalmente al living del departamento de Charlie. De allí irán entrando y saliendo el resto de los personajes que interactúan con él: Liz, que en vano intenta convencerlo de hospitalizarse para terminar aceptando y acompañando su decisión; su hija adolescente Ellie (Sadie Sink), rebelde y cruel con los demás, con quien intenta reconciliarse; un joven misionero de Nueva Vida que intenta ofrecerle la Salvación espiritual en la llegada del fin de los tiempos; su ex-esposa Mary (Samatha Morton) y Dan, el repartidor de pizzas con quien intercambia saludos al otro lado de la puerta.

El arte de aspecto lúgubre, los colores apagados en la gama del verde musgo y el azul, y la vestimenta de Charlie de color gris cifran el aura del cetáceo en las profundidades oceánicas de la depresión, tal como se va revelando a través de los diálogos que mantiene Charlie con los personajes secundarios. Lo que subyace a la obesidad, como ocurre generalmente, es un duelo no efectuado y que se ha cronificado. Para Charlie se trata de la pérdida de su gran amor Alan, un ex-alumno por quien abandonó a su esposa e hija y que, siendo miembro de Nueva Vida, no pudo soportar la expulsión de la familia y de la congregación debido a su homosexualidad. El resultado para Alan fue el dejarse morir por inanición para culminar arrojándose de un puente. Como bien señala Freud al diferenciar el duelo de la melancolía, es claro que para Charlie la sombra del objeto perdido ha caído sobre el yo. En vez de recuperar por la vía simbólica la carga libidinal depositada en el objeto de amor, para luego de un tiempo abrazar un nuevo amor, los reproches dirigidos al objeto por su ausencia retornan sobre el yo bajo el peso superyoico de la culpa y la necesidad inconsciente de castigo. Charlie se siente un objeto inmundo e indigno y esto mismo busca confirmar en la mirada de su hija, de Mary, del joven Thomas, de Dan, quien huye despavorido de horror al ver a su ignoto cliente, y de sus alumnos, que lo filman como fenómeno de feria cuando por fin enciende la cámara. Es en este punto donde toma otro sentido el título, a partir de la referencia a Moby Dick de Melville que emplea el director. Charlie es entonces tanto la insondable ballena blanca como Ahab mismo, quien se condena en su obsesión por matarla.

Con respecto a la interpretación de Fraser, es correcta trasmitiendo contención emocional y, mediante su azulada mirada y su lacrimoginia, la vergonzante desazón que atraviesa su personaje. No obstante, no es una actuación descollante. En este punto habría que diferenciar la interpretación actoral del aspecto técnico del maquillaje y los efectos protésicos, que sí es lo que se destaca, ahondando en el aspecto grotesco del personaje.

El gran problema de la película de Aronofsky es que no tiene empatía ni amor por sus criaturas y que construye personajes deleznables y despiadados; lo cual conduce a que el espectador no pueda empatizar con Charlie. Pero si Charlie resulta repugnante no lo es por su obesidad sino porque es miserable como ser humano: ha abandonado a su hija a los ocho años y pretende reconciliarse con ella pagándole con sus ahorros por sus visitas a escondidas de la madre. El protagonista no se quiere a sí mismo, ni su círculo más cercano es capaz de empatizar desinteresadamente con él, todos tienen un motivo egoísta por el que se acercan (Ellie por sus ensayos de literatura, Mary para expiar culpas, Thomas por la misión puerta a puerta que quiere instalar), quizá a excepción de Liz. Llama la atención, incluso, que ningún personaje pueda separar la repugnancia subjetiva que alguien genera del aspecto humanitario. Cuando está en juego la vida, por más que alguien esté decidido a morir, es una posición ética hacer intervenir a los agentes de salud o de justicia.

Entonces, en lugar de visibilizar a la obesidad como un problema médico y psicológico, que debe ser tratado por un equipo multidisciplinario, el resultado de La ballena es ser un mero regodeo voyeurista en la miseria humana.

Calificación: 5/10

La ballena (The Whale, Estados Unidos, 2022). Dirección: Darren Aronofsky. Guion: Samuel D. Hunter. Fotografía: Matthew Libatique. Montaje: Andrew Weisblum. Elenco: Brendan Fraser, Sadie Sink, Ty Simpkins, Hong Chau, Samantha Morton. Duración: 117 minutos.

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