El 22 de junio murió en Montevideo el crítico de cine Jorge Jellinek. La noticia es ya suficientemente conocida por los críticos y aficionados al cine de Uruguay, Argentina y el resto de Latinoamérica. Recordarlo en virtud de su trayectoria como crítico, creador y programador de festivales, curador de actividades ligadas al cine, figura de la Cinemateca uruguaya y uno de los responsables de la construcción de su nueva sede; e incluso como actor, es imprescindible para cualquier página vinculada a la crítica de esta parte del mundo.

Limitarse a enumerar su currículum sin embargo, no sería suficiente para la figura de Jorge; ni siquiera para quienes lo conocimos y llegamos a ser sus fugaces amigos en el espacio de los festivales, en mi caso el Bafici y Mar del Plata. Debería hablar entonces de su calidez y su afable tranquilad, Jorge era dueño de una calma que lo hacía aposentarse en cada lugar, ajeno a las corridas propias de la histeria cinéfila que facilitan los festivales. Debería hablar de su cuerpo alto,  grande y torpe adueñándose de sillones en lobbys de hotel, o de sillas en restaurantes, charlando, inquiriendo con discreción e interés no solo sobre su materia específica, el cine, sino sobre la vida de cada uno, o sobre cuestiones públicas del momento. En realidad Jorge estaba siempre atento a todo y su bonhomía disimulaba su interés por cuanto lo rodeaba; no era un cinéfilo clásico con la vista clavada en la grilla, pensando en la próxima película o en aquella que se perdería por ser incapaz de ver dos al mismo tiempo. Por eso, por el ejercicio de esa costumbre en desuso de preguntar e interesarse por el otro, uno se sentía inmediatamente amigo de Jorge, y la charla con él recreaba aquella grata costumbre hispano rioplatense ya en desuso, la de la tertulia.

Poco habitual en un hombre de cine; en un hombre que tuvo su merecido momento de gloria y reconocimiento cuando se transformó en actor. La película que lo puso en ese lugar es suficientemente conocida, se llama La vida útil y fue dirigida por Federico Veiroj; la historia de un hombre que solo ha vivido del cine (y para él) como empleado de la Cinemateca uruguaya. El cierre de la misma le significa quedarse sin trabajo y tratar de inventarse otra forma de vida. Fue un film a su medida, nadie más, ningún actor profesional, podría haber hecho esa película. El vehículo preciso para su inadvertido y lánguido humor, el continente exacto para ese cuerpo pesado que se movía con una plástica y dificultosa armonía por la realidad paralela de la pantalla, para esa cara que atraía las miradas hacia sus desavenidos rasgos de cuño picassiano.

Si nuestros países tuvieran una cinematografía regular, ni siquiera industrial, Jorge Jellinek pudo haber tenido una carrera como actor a partir de La vida útil. En cambio solo repitió la experiencia con un papel pequeño en la fallida El muerto y ser feliz, coproducción hispano-argentino-francesa dirigida por el español Javier Rebollo. Así se terminó la carrera actoral de Jorge Jellinek, tan rápido como se terminó su vida, rapidez, sorpresa y dolor. Adiós Jorge. ¿Quién te reemplazará ahora en nuestros festivales?

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