a-most-wanted_LRI. ¿Por qué una película que se ocupa de la injerencia de los servicios secretos estadounidenses en los asuntos alemanes está protagonizada por actores estadounidenses que hacen de alemanes y está hablada en inglés? ¿Por qué los actores estadounidenses que hacen de alemanes hablan en inglés con el supuesto acento duro alemán que suelen usar todos los que no somos actores y nos hacemos pasar por alemanes cuando queremos imitarlos sin tener la más mínima conciencia de lo que significa ser uno? ¿Por qué los actores alemanes, secundarios todos ellos, hablan en inglés con el acento alemán de un actor estadounidense malo? ¿Por qué Phillip Seymour Hoffman habla todo el tiempo con voz cavernosa y tiene dibujado un rictus semicircular invertido en su boca si no para hacer creer que es un actor estadounidense que quiere hacerse pasar por alemán a pesar de que habla en inglés y, cuando comprueba que ha sido nuevamente derrotado por los estadounidenses, grita “fuck” (instancia en la que la película alcanza el clímax del bochorno semántico-político?). Pero supongamos lo mejor, creamos que un grupo de actores, productores y técnicos europeos y estadounidenses se sumaron para filmar una ficción que expone el modo en que EE.UU. vigila el mundo entero, la vieja Europa con la que quiere cerrar un tratado de libre comercio, y la Alemania de Merkel en particular. En tal caso, el resultado es estética y discursivamente pésimo, por momentos ridículo, y fuertemente paternalista. El falso inglés en el que todos hablan no es, en este caso, una lengua franca sino la evidencia más notoria de la dominación que la película querría denunciar.

II. El único género que ha sabido sacarle el jugo –o más bien exprimir, explotar- al movimiento de cámara constante es el del terror en su modalidad de found footage. No obstante, se ha convertido en un cliché del cine contemporáneo devenido mercancía audiovisual más o menos publicitaria, mucho más imperdonable cuando es legitimada no ya por el mercado puro y duro sino por el “artístico”, como bien lo demuestra la multipremiada La mirada del hijo. Qué insoportable resulta la convención de la camarita que se mueve en todos los planos cumpliendo la misma función que otrora el plano fijo más pedestre, pero ahorrándose el trabajo de componer el cuadro con detalles suficientes para ser descubiertos en la duración, tarea de la que prescinde porque hay que estar siempre reenfocando la mirada por el dichoso movimiento. Este recurso estorba y hasta distrae en películas que requieren un ejercicio más intelectual que sensorial, como cabía esperar de una intrigante ficción sobre espionaje.

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III. A contramano de la intrincada narrativa habitual del subgénero, el relato de El hombre más buscado es llano e insulso, y está compuesto por un rejunte de estereotipos involuntariamente caricaturescos. Ni el personaje de Hoffman, atormentado sólo en apariencia, ni el ya designado villano alemán de importación vitalicio Rainer Bock, que viene de interpretar un papel de similares características gestuales en la Alemania también angloparlante de La ladrona de libros, presentan algún tipo de ambigüedad.  El anticlímax del final es ineficaz tras casi dos horas de película sin picos narrativos ni relieve dramático alguno, con una puesta en escena que consiste únicamente en planos de los actores conversando con ese macarrónico inglés alemanizado en un tono monocorde que no consigue atraer el más mínimo interés en el contenido del discurso.

IV. Una abogada tan linda, tan joven, tan rubia y con tan nobles intenciones como Annabel Richter, interpretada por Rachel McAdams sólo puede expresar alguna clase de sentimiento romántico por un checheno convertido al islam una vez que el croto se baña y afeita, adecentándose hasta satisfacer el pulcro deseo de esa WASP alemana (nos queda algo de duda sobre si ella es alemana o estadounidense, no tanto porque cabeceamos un par de veces sino porque a veces la actriz hablaba normalmente y otras se acordaba de pronunciar como una grillenfänger). Todo esto, señalado por groseros planos indiciales y simbólicos, dignos de una película rosa. Hay un par de planos en los que Nina Hoss, circunspecta y con rodete como en Bárbara, comparte plano con una de las protagonistas de Pasión (Brian De Palma), que aunque puede actuar muy bien no tiene nada que hacer en tanto joven estadounidense al lado de la presencia de una mujer alemana como aquella. Las insalvables distancias que hay entre una y otra son parecidas a las que hay entre un director como Christian Petzold y un Anton Corbijn. Cualquier película de aquel muestra todo lo que el cine fue, es y puede seguir siendo cuando es realizado con conciencia estética y política. Un solo plano de éste muestra que no tiene la más mínima idea sobre ninguna de esas cosas. Una película completa del holandés no sólo es una tortura para cualquier espectador sino que también prueba su incapacidad para dirigir actores y filmar con solvencia un guión que tampoco parece brillante (es de Andrew Bowell, coautor de una primera versión del de la opera prima de Baz Luhrmann y del de Al filo de la oscuridad, protagonizada por Mel Gibson), así como la completa ausencia de criterios de montaje estimulantes.

still-of-rachel-mcadams-and-grigoriy-dobrygin-in-a-most-wanted-man-(2014)

V. No deja de ser curioso que en una película de espías que se inscribe en el marco del resurgimiento del subgénero post guerra fría, y que ya ha dado al menos una obra maestra (El topo, de Tomas Alfredson), haya un solo muerto. Un poco menos curioso, aunque bastante más previsible, es que el checheno convertido al Islam pero bañado y afeitado se apellide Karpov y juegue al ajedrez, no en el marco de una estrategia conspirativa sino de apertura sentimental.

VI. También está Dafoe.

El hombre más buscado (A Most Wanted Man, Alemania/Inglaterra/EEUU, 2014), de Anton Corbijn, c/Philip Seymour Hoffman, Nina Hoos, Willem Dafoe, Rachel McAdams, Robin Wright, Grigoriy Dobrygin, Daniel Brühl, 122′.

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