En su segundo largometraje, titulado Alcarrás (2022), la directora catalana Carla Simón hibrida el relato intimista de familia (en la línea de la autobiografía de ficción que había utilizado en su ópera prima Verano 1993, de 2017) con la problemática social de los trabajadores de la España agraria.
Alcarrás es el nombre de una región fértil para la agricultura, que está enclavada en un árido entorno montañoso. Allí reside una familia tradicional de agrícolas que trabaja las tierras. El drama se desata cuando la pequeña Iris (Ainet Jounou), el ojo que ve primero todo, la vigía que advierte de los peligros, avisa de la llegada de una grúa que se lleva el auto abandonado donde jugaba junto a sus primos a la nave espacial. Ya tenemos entonces la confrontación entre la España que apunta a la modernidad tecnológica y aquella ligada a la nostalgia del terruño, como marca de identificación familiar. El abuelo, patriarca que ocupa las cabeceras de las mesas familiares, recibió esas tierras para que las trabaje con su familia, en un pacto de palabra con el vecino terrateniente, como agradecimiento por haberlos cobijado y salvado durante la guerra civil. La nueva generación de la familia Pinyol desconoce dicho pacto y les comunica que va a usufructuar las tierras para colocar su emprendimiento de paneles solares, actividad mucho más redituable y con menor carga de trabajo.
La segunda generación familiar se compone de tres hermanos: Quimet (Jordi Pujol Dolcet), decidido a permanecer estoico en la defensa del legado familiar, trabajando codo a codo junto a su familia para salvar la cosecha antes de que usurpen sus tierras a fines del verano; Nati (que reside en Barcelona, ajena a los problemas de la familia), y Gloria, cuyo marido Cisco (Carles Cabó) ha decidido (al estar en una edad donde se dificulta conseguir un trabajo) aceptar la oferta de Pinyol como operario de los paneles solares. La posición que adopta cada uno de los hermanos es respetable, cada quien tiene sus razones y sus contradicciones, pero Quimet es testarudo e intolerante respecto de la decisión de sus hermanos. Esto conduce a desavenencias entre ellos, que el porfiado Quimet interpreta como traición al legado y a los ideales de familia, arrastrando al malestar a toda su familia. La pequeña Iris añora los divertidos juegos en casitas construidas con cajas o en cuevas (que evocan el pasado familiar en la guerra y el presente desolador), junto a los primos mellizos. El adolescente Roger (Albert Bosch) se siente siempre insuficiente para ese padre estricto, que considera que sólo lo que él hace o piensa es lo mejor y lo correcto. Ante la situación inminente de ser exiliados de sus queridas tierras, para Roger y su hermana Mariona (Xenia Roset) el escape del denso clima familiar es la danza en las fiestas o en los festejos tradicionales del pueblo.
La impotencia de Quimet ante un gigante corporativo no se expresa nunca hacia el afuera: se niega a participar en las asambleas o manifestaciones junto a otros agricultores de la zona. Por el contrario, ante la zozobra familiar implosiona con agresividad que descarga en el seno de la familia.
La directora no juzga a sus personajes, y los envuelve en la luminosidad y en el humor, haciendo de ellos seres entrañables pese al drama que atraviesan y a sus contradicciones. Nos regala memorables escenas de las viejas tradiciones familiares en las comidas, el trabajo conjunto, el cuidado mutuo y la lúdica cotidianeidad de los niños.
Correctamente construida y sólida desde el elenco actoral, Alcarrás significa un crecimiento en la labor de Carla Simón como directora; al conseguir mantener el anclaje ligado a la autoficción como marca autoral, al mismo tiempo logra trascenderla con una propuesta más ambiciosa que está en resonancia con la problemática actual de arrasamiento de lo natural por la tecnología y de pérdida de las marcas identitarias para devenir un anónimo ciudadano global.
Alcarrás (España/Italia, 2022). Dirección: Carla Simón. Duración: 120 minutos. Nuevas Autoras/Nuevos Autores.
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