“Una comedia y una historia de aventuras son bastante parejas. Lo que difiere es la situación peligrosa en una aventura, enredada en una comedia. Pero tanto en un caso como el otro lo que se ve son nuestros congéneres en situaciones inhabituales.” Howard Hawks.
Cuando era chico vi como catorce veces una película de Howard Hawks que se llamaba Hatari!, en la que John Wayne era un cazador de rinocerontes vivos: los perseguía con un lazo, atado a una silla instalada sobre el capot de su Land Rover, como si fuera Hemingway pescando tiburones. La cámara de Hawks viajaba en la camioneta, a veces adentro de la cabina y a veces afuera, detrás de Wayne. No era exactamente una toma subjetiva; era más bien una puesta de cámara “moral” (qué fanfarronada): la cámara de Hawks acompañaba la aventura.
Un primer comentario para Jan de Bont, el director de Twister y de Máxima velocidad. No me animo a juzgarlo, ni a vaticinarle ningún futuro, ni a compararlo con Hawks. Pero su cámara tiene el mismo compromiso que tenía la cámara de Hawks en Hatari!: viaja en la camioneta, junto a los cazadores de tornados, como antes viajaba en el colectivo-bomba. En Twister, a diferencia de lo que sucedía en Máxima velocidad, nada obliga a nadie a andar metido en esa locura de perseguir tornados. Todos -o casi- van encantados a la aventura.
Un mediodía de este último verano, en Mar del Plata, vimos llegar desde el sudeste una tormenta. Nos cubrió, nos desbandó y después de una lluvia torrencial, el cielo escampó. Pero las nubes quedaron merodeando, y al rato volvieron. Nos metimos en un parador de madera, un restorán con tejado a cuatro aguas y ventanales amplio. Durante un minuto o dos, -no lo sé-, las ventanas comenzaron a vibrar y sacudirse como si estuvieran vivas y hubieran sido poseídas por un ataque de epilepsia. El techo crujió -parecía que iba a desprenderse- y las luces parpadearon. Pasó. Al salir, vimos un kiosko playero que había sido volteado por el viento. Al kioskero se lo llevó una ambulancia, con una costilla rota. En algún momento de la película -en una de las pocas pausas pueblerinas de la frenética persecución-, dos de los cazadores miran hacia el cielo, hacia unas nubes tormentosas que se abren y se cierran, elaborando la alquimia de vientos que desata los tornados. Los rostros de los hombres son iluminados por una luz verde, sobrenatural; resplandor de la luz también verde del cielo. No es la iluminación blanca de la luz divina sino el color empetrolado del desorden natural.
¿Qué tiene de fascinante esa descomposición del orden natural? No lo sé, pero es inevitable padecer, frente al caos, un sentimiento de religiosidad primitiva, para nada vinculada con un dios antropomorfo sino con el panteísmo. Twister contagia ese sentimiento: el de acercarnos a los bordes de la naturaleza pura.
En otro momento de la película, el meteorólogo Bill Paxton dice de sí mismo y de sus compañeros algo así como: “Allá vamos. Seguro que no faltará quien diga que somos el hombre intentando dominar a la naturaleza”. Ironía sobre sí mismo y camorra para un espectador pretencioso como yo.
Es cierto que controlar a la naturaleza para salvar vidas es lo que impulsa a estos cazadores. Pero ni los meteorólogos ni la película se creen demasiado esa cortada científico-moral. Basta con observar el aparato inventado por Bill Paxton para medir el interior del tornado -parece un artefacto del hogar, un tanque de fibrocemento cargado de centenares de aceradas bolas de flippers– para darse cuenta de que a nadie de adentro o de afuera le importa mucho el problema científico. Es sólo una buena excusa para ir al cine, para hacer una película o para perseguir a un tornado. La ironía de Bill Paxton es certera: en Twister, nadie intenta controlar a la naturaleza. Apenas está la voluntad morbosa de mirarla desde adentro, así como Odiseo quería escuchar a las sirenas, y sobrevivir.
Este texto fue publicado originalmente en La vereda de enfrente N° 2, agosto de 1996. La revista completa y los números restantes se pueden leer y descargar de manera gratuita en el sitio ahira.com.ar (Archivo Histórico de Revistas Argentinas).
Twister (Estados Unidos, 1996). Dirección: Jan de Bont. Guion: Michael Crichton, Anne-Marie Martin. Fotografía: Jack N. Green. Música: Mark Mancina. Reparto: Helen Hunt, Bill Paxton, Cary Elwes, Jami Gertz, Philip Seymour Hoffman, Lois Smith, Alan Ruck, Todd Field, Zach Grenier, Jeremy Davies, Abraham Benrubi, Jake Busey, Sean Whalen. Duración: 113 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: