“¿Todos los narcotraficantes son latinoamericanos?, si (Estados Unidos) es el país que tiene mayor consumo en la faz de la tierra”.

Ricardo Darín (Animales Sueltos, entrevista televisiva con Alejandro Fantino)

“Antes de mirar acostúmbrate

Quizás lo que vos veas

No sea lo que más te agrade ver”.

Suéter, Río de Janeiro capital de Argentina.

El cine no está obligado a ser fiel reflejo de la realidad, puede tomarse la libertad de crear el universo que se le cante. Puede venir el hijo de Palito Ortega y filmar que Robledo Puch baila como un pelotudo antes de cometer cada crimen, así como el padre inundaba los cines de la dictadura con películas que rezaban amor y paz. Pero, ¿qué peso tienen los crímenes seriales si todos los asesinos bailan como pelotudos antes de cometerlos? ¿Qué podemos pensar de lo que estábamos mirando después de saber que durante los años de amor y paz a la Ortega desaparecieron a 30.000 personas? Nada es casual. Todo tiene una razón. Cuando los yanquis nos tiran con películas como Triple Frontera, detrás de la acción y el entretenimiento se apuntala el imperio más asesino del planeta.

Para empezar, esta nueva propuesta de Netflix tiene problemas cartográficos. Aunque para los sudamericanos hablar de triple frontera es hablar de la «famosa» entre Brasil, Argentina y Paraguay, sabemos que en el mundo existen otras: por ejemplo, la de Alemania, Bélgica y Holanda. Ahora bien, en este estreno dirigido por J. C. Chandor su triple frontera no responde a ninguna aduana real, sino a un Brasil recreado entre Colombia, Hawai y California. Dale que va. Lo que Triple Frontera le pide al espectador es que entienda que estamos hablando de morochitos pobres, armados y peligrosos en alguna parte del mundo que merece la intervención militar yanqui (sin pedir permiso, claro, si son los dueños del globo).

Alineados en el pensamiento de Ricardo Darín, la lista de cómplices imperialistas la encabezan Ben Affleck, Charlie Hunnam, Oscar Isaac, Garrett Hedlund y Pedro Pascal. Estos cinco personifican a ex soldados que no fueron reconocidos económicamente como “merecen” por haber servido al ejército -y “salvar al mundo”-, y que ahora se reúnen para hacer unos pesitos y retirarse como duques. ¿De qué modo? Del modo que decía Darín -y que a Alejandro Fantino, hincha de Colón de Santa Fe y creador de “mi boquita, tu boquita”, le parecía una estupidez-: quitándole los dólares a un narcotraficante, obviamente, sudamericano. El combo para el espanto se completa con la hija de Ricardo Arjona, Adria Arjona, que al lado de lo que hace su padre, ella está para el Oscar.

A esta propuesta que estigmatiza a Sudamérica se le suma una banda de sonido acorde. La película arranca con “For Whom The Bell Tolls” de los mercenarios Metallica, y nos presenta más o menos a los Johnnys al compás de pesados acordes. Como si fuesen los cinco magníficos de Brigada A en el primer capítulo de la serie, la introducción de la película se dedica a mostrarnos la habilidad especial de cada uno de los cinco asesinos de la libertad. Tenemos uno que es un fenómeno a la hora de dirigir y planificar, otro que es el mejor chofer de lo que se les cante, otro que pelea como un animal; todos y cada son el más groso en lo suyo. Pero una vez que se inició la acción y se necesitan esas habilidades para sustentar la trama, la película hace agua. El peleador groso no se cruza a golpes con nadie, salvo una cachetada a su hermano (un «comportate») a mitad de película cuando el plan se empieza a ir a la mierda. El gran piloto estrella un helicóptero y aterriza la película en una meseta alejada de la acción, bien lejos de alguna escena heroica o con adrenalina. Y, por supuesto, el genio de la planificación, el sobreviviente de todas las guerras del mundo, es el único que muere: lo mata un brasilerito con la diez de Neimar.

Lejos de cuestiones ideológicas, la película comienza con cierto ritmo que consigue mantener cierta atención del espectador, pero a medida que avanza pierde fuerza. El espectador colonizado reclama sangre, tiros, explosiones, y se queda con las ganas. La principal falla es que el planteo inicial, la venta del narcotraficante peligroso, termina en un mamarracho. Es inexplicable cómo un tipo que tiene tanta guita, y semejante mansión enclavada en medio del selva, resista tan poco la intromisión de estos cinco Johnnys que tienen menos sigilo que el Diario Clarín. Vienen a los gritos por los pasillos de la casa, sin miedo alguno, sin cuidado, sin nada. La escena es dantesca. Falta el juez Bonadío y está completa. Incluso termina con el sueño truncado de Lanata en los allanamientos de Santa Cruz, destrozando paredes y encontrando fajos y fajos de dólares. Para el espectador que se morfó media hora de promesas, de un narco peligrosísimo y una mansión imposible, el castillo de naipes se derriba con tres tiros y la hija de Arjona plantando una camioneta gigante en la puerta de la mansión sin que nadie se dé cuenta. Una hora de película, la mitad de lo que dura, y ya se agotó lo que el espectador creía que iba a extenderse toda la trama.

La siguiente hora de estigmatización sudamericana se concentra en el derrotero de los cinco Johnnys escapando (de nadie) por paisajes que, lejos de recordarnos a Paraguay o las cataratas, nos recuerdan a los rugbiers de Viven o a Viggo Mortensen intentando llegar a Mordor.

La película falla en varios detalles más pero, sobre todo, deja un sinsabor ya que nadie triunfa ni logra nada. No hay buenos ni malos. La misión se pierde, los “buenos” resultan buenos para nada, y de los “malos” ni noticias. No hay consecuencias internacionales ni repercusiones. Solo se remata con un artilugio ridículo para facilitar una segunda parte, en caso de que los edificios de Buenos Aires con la gigantografía -y supongo que varios edificios de la peligrosa Sudamérica también- convenzan a fuerza de plata de que este desastre está buenísimo. Y de yapa cierra otra vez Metallica. Mamá.

Calificación: 3/10

Triple Frontera (Triple Frontier, Estados Unidos, 2019). Dirección: J. C. Chandor. Guion: J. C. Chandor, Mark Boal. Fotografía: Roman Vasyanov. Montaje: Ron Patane. Elenco: Ben Affleck, Oscar Isaac, Charlie Hunnam, Garrett Hedlund, Pedro Pascal, Adria Arjona, Juan Camilo Castillo, Louis Rodriguez. Duración: 125 minutos. Disponible en Netflix.

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