Pixar en el año
95: Qué tal si los juguetes tuvieran sentimientos
2006: Qué tal si los autos tuvieran sentimientos
2008: Qué tal si los robots tuvieran sentimientos
2015: Qué tal si los sentimientos tuvieran sentimientos
2017: Qué tal si los mexicanos tuvieran sentimientos…”
(meme pixariano)

Pero… ¿había una historia (más) que contar? ¡Sí, sí la había! Vaya que sí la había… y vaya que sí se contó.
Woody se siente inservible; no porque no tuviera vocación (la de ser un juguete que le alegra la vida a un niño mientras éste crece) sino porque los niños, sus niños -Andy, Bonnie-, ya no lo necesitan más.
Woody, no obstante, se resiste a este pase a retiro… a esta licencia forzada, a ser un juguete sin el sentido de ser juguete.
Woody sabe que ese es su más acá.
Woody sabe que no podría tener un más allá porque eso, precisamente, lo sacaría de ser el juguete que siempre fue; le demolería las certezas (como se le demolieron al Quijote en su final) que tuvo entre sus múltiples aventuras, miserias, grandezas y peripecias.
Woody sabe que sin certezas, es un objeto más; que lo que lo diferencia de ser un mueble, una herramienta o un adorno, es esa certeza de ser un juguete y alegrar a un niño mientras crece.
Woody no quiere ser un mueble, ni una herramienta, ni un adorno. Siquiera quiere ser un juguete olvidado en un rincón del armario; una especie de viejo amuleto de la infancia para nostálgicos que alguna vez jugaron con él.
Woody, simplemente, quiere seguir alegrando a un niño como sea mientras éste se desarrolla y crece. Inclusive si eso significa que él entrene nuevos juguetes que esos niños aman. Nuevos juguetes que lo reemplazarán a él. No importa. Importa, sólo, que él intervenga de algún modo en la felicidad de ese niño que aún lo conserva.
Woody sabe que ese niño ya no es Andy y eso le duele horrores… Ese niño es una niña y es Bonnie… Bonnie, quizás, por algunos estereotipos de la infancia, quizás por una cuestión generacional, no se identifica con un cowboy pasado de moda para jugar.

Woody entiende que no sea el preferido de Bonnie y no reniega para nada de ello. Al contrario, lo acepta con entereza y madurez.
Woody, por eso, en un acto de humildad enorme -al que uno le da más valor si lo ha seguido durante toda la saga- decide relegarse, cuidar y adiestrar a Forky (un tenedor descartable hecho juguete por Bonnie en su primer día de jardín de infantes), que desde su existencialismo -guiños filosóficos hermosos por todos lados- de ser basura, debe pasar a asumir su nueva misión en la vida que es la de alegrarle la infancia a un niño: la de ser, precisamente, un juguete.
Woody, para este propósito, está dispuesto a sacrificarse hasta el límite de lo posible según su más acá… y allí es donde Pixar lo hace de nuevo, y, liminal y sutilmente, nos empieza a mostrar un más allá.
Entonces, ¡¡Bo Peep!! Después de nueve años, reaparece la entrañable y adorable Bo Peep.
Bo Peep: hermosa, bellísima, demasiado.
Bo Peep: mudada, dejada, intercambiada, empeñada, mas nunca olvidada.
Bo Peep: valiente, fuerte, irónica, temeraria, tremendamente ingeniosa, superada, superadora, sabia.
Bo Peep: el viejo amor de Woody viviendo en un parque de diversiones con sus ovejas y juguetes extraviados a los que repara y les da libertad de ser algo (¡alguien!) más si no es adoptado por un niño; si no sirve para alegrar o acompañar a un niño.
Bo Peep: la rubia que es pastora, mecánica, piloto, acróbata, luchadora, libertaria.
Bo Peep: la juguete que ama a Woody a pesar del tiempo pasado por, justamente, su característica más hermosa: ser leal hasta el final.

Bo Peep: la preciosa rubia que escapó de la tienda de antigüedades donde estaba empeñada para erigirse un destino propio sin la necesidad de un niño que le diera sentido a su vida.
Bo Peep: la que con su amor y encanto le (de)muestra a Woody que hay más de un infinito posible donde ser feliz siendo juguete por más que ya ningún niño lo necesite; por más que los niños que lo necesitaron alguna vez, ya no lo reclamen.
Nosotros, entonces, acabamos interpelados casi sin quererlo. Interpelados por lo que recordamos o lo que no. Por lo que necesitamos o lo que no. Por lo que abandonamos o por lo que no.Nosotros, los que fuimos niños, los que somos niños, los que parimos y criamos niños viendo a Woody y a Bo Peep y a Buzz y a Forky y a Gaby Gaby y a Slinky y a Cara de Papa y a Rex y a Jessie y a los delirantes Bunny y Ducky (otra maravilla de Pixar, de su galera inacabable de personajes geniales) y a Duke Kaboom haciendo de las suyas (de las nuestras) de forma vertiginosa e implacable.
Nosotros, emocionándonos hasta el tuétano; dejándonos manipular con ese encanto digital que sólo a Pixar le permitimos para que nos manipule.
Nosotros, entre la risa desaforada y la sutil; entre la lágrima contenida y la que no se puede contener.
Nosotros, mirando a nuestros hijos al lado deslumbrados con el mismo proceso… Viendo como la risa y la lágrima es indistinta de la edad cuando de juguetes se trata. Cuando de los juguetes de Toy Story se trata proyectados en una pantalla.

Nosotros, por amor al cine, disfrutando de lo que el cine está siendo: sin un deber ser, sólo con su estar siendo.
Nosotros, con nuestros hijos ahí (yo con el mío al menos) dejando que el cine se nos haga ritual sin necesidad de liturgias más que las de mirar esas películas encantadas hasta en el último detalle digital que brote y nos comparta. Nosotros, en definitiva, viendo esta historia (más) que aún le quedaba a la franquicia de Toy Story… Esta historia (más) con sus infinitos siempre -pero siempre- en potencial; risueños: con el guiño cómplice a más no poder.
Esta historia (más) que para saber realmente de qué se trata y hasta donde deja de contar, hay que ir -¡¡urgente!!- al cine a verla.
Simplemente, a disfrutarla a rabiar.
Calificación: 10/10
Toy Story 4 (Estados Unidos, 2019). Dirección: Josh Cooley. Guion: Andrew Stanton, Stephany Folsom. Elenco: Tom Hanks, Tim Allen, Annie Potts, Joan Cusack. Duración: 110 minutos.
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