Tres obras de Claudio Tolcachir en Timbre 4 on-line: El viento en un violín, Emilia y Dínamo.
La obligada cuarentenaa muchos nos golpeó en nuestro amor por el teatro. Sin embargo, en tiempo de conectividad parece no existir límites para internet y por suerte tampoco para ser espectador. Aunque mediatizada por el registro fílmico, a veces los planos son demasiado lejanos del escenario; otras, la fragmentación de la escala de planos impide ver la totalidad de la escena. Sin dejar de lado que cada lenguaje artístico impone una forma de recepción, el dispositivo fílmico junto con internet nos permite no dejar de ver teatro desde casa y sin vestirse para la ocasión.
El primer fin de semana de la cuarentena se pudieron ver las obras El viento en un violín, Emilia y Dinamo, la tríada mantiene como nexo las relaciones interpersonales. En las dos primeras, dentro de familias disfuncionales (qué familia no lo es): padres castradores, madres cocodrilo e hijos que no encentran su lugar en el mundo. Personajes fragilizados, que a pesar de todas sus limitaciones y miserias, son sedientos de afecto.
En El viento en un violín, una pareja de mujeres busca tener un hijo sin importar los medios. La primera escena de la obra las muestra tiradas en la cama, donde juegan a que una aguanta el aire y en ese tiempo la otra imagina como será ese futuro hijo y la futura vida que les espera. La escena que le sigue está situada en una gran cama matrimonial, en una clase social más acomodada. Otra mujer más adulta se levanta apurada para ir al trabajo y da órdenes a su empleada para que levante a su hijo, le sirva la leche y lo lleve a la facultad.
En dos espacios en contrapunto, en un mismo escenario, se alternan las escenas de la pareja de mujeres, y la de la madre y su hijo, a veces se apuesta a la simultaneidad, juego escénico que exige un poco más al espectador. Historias paralelas o no tanto, puesto que hay un personaje que transita de un lado y del otro, la madre de una de las mujeres es también la empelada doméstica de la madre y del hijo.
A medida que avanza la acción dramática los personajes de realidades tan diferentes confluyen y es entonces cuando la obra alcanza el pico de tensión dramática. No obstante, el conflicto dramático explota todo el tiempo en pequeñas dosis dentro de las relaciones tan difíciles como simbióticas, con un humor ácido, que por momentos, nos hacen olvidar de la miseria de los personajes.
En Emilia, el conflicto no es tan explícito ni tan epidérmico, asistimos a una familia en la que el hijo y el padre son dos personajes a toda máquina (el primero desde el cuerpo, el segundo desde la verborragia) en contraste con la letanía de la madre depresiva. A este estado de cosas se suma la hostilidad del hijo hacia la madre. Acaban de mudarse, lo que implicaría una vida nueva pero, por el contrario, el clima nos habla de viejos conflictos irresueltos. La puesta en escena no acude al recurso mimético de cajas desparramadas de una mudanza, sino a una especie de rectángulo formado por almohadones que representan los bultos sin desembalar, por los que los personajes caminan como en una ensoñación.
En medio de la mudanza, aparece Emilia, la vieja niñera del padre y, con ella, el pasado de la crianza. Pasado que da cuenta de una masculinidad fragilizada heredada en el hijo. A pesar de esto, los personajes hombres de ambas obras persisten en alcanzar, sin éxito, a la masculinidad hegemónica.
Si en En un viento en un violín todo es explosión, en Emilia, hasta bien entrada la acción, se trata de climas, de estados que de ratos dejan asomar los conflictos. Aquí también hay un secreto, que emerge junto con un cuarto personaje. Emilia es testigo de la infelicidad de su protegido, no solo es quien reaviva el pasado que explica el presente desgraciado del padre, también es el marco narrativo, sus soliloquios que abren y cierran la obra.
En la tercera obra, Dinamo, Tolcachir junto con Lautaro Perotti y Melisa Hermida partieron de la premisa “son tres personajes que no saben que están conviviendo”; se trata de tres mujeres: una vieja cantante de rock, una tenista retirada y una inmigrante. No conocer la existencia de la otra es posible gracias al diseño de la escenografía – la gran protagonista de la obra -a cargo de Gonzalo Córdoba Estévez. Se trata de una casa rodante partida (de la que se puede ver su interior, con compartimientos, niveles y habitaciones) que dinamiza la acción de las tres actrices que se desplazan en el adentro y el afuera, encontrándose en pocas oportunidades. Las tres sumidas en su propia soledad.
Los personajes de Dinamo comparten con los otros personajes de las obras anteriores la fragilidad: la cantante de rock vive aislada y perdida en su nostalgia, la tenista (su sobrina) acaba de salir de un neuropsiquiátrico y la inmigrante está lejos de su bebé y su familia.
El afuera de la casa rodante es un desierto que se percibe en los acordes de una guitarra en vivo, que acentúa la desolación de las mujeres. La inmigrante vive en contacto más directo con el afuera, se refugia en el techo de la casa rodante. Poco a poco se hace presente en el interior a través de robos de objetos y comida hasta ser descubierta por las otras dos. La actriz Paula Ransenberg compone a este personaje de gran dramatismo, que opera como embrague con las otras dos; a pesar de que habla una lengua que ellas no entienden, ni tampoco el espectador.
Durante estos días, Timbre 4 vuelve a colgar sus obras en la web (siempre entrando a la página oficial del teatro) a través de la modalidad de gorra virtual, se podrá ver el domingo 29 a las 18 hs. Para mí sos hermosa unipersonal de Paula Ransenberg y a las 20 hs. Encuentro con La omisión de la familia Coleman. La oferta no se agota en las producciones de la emblemática sala de Boedo, también se puede ver teatro en Cervantes online y el Sportivo Teatral de Ricardo Bartís por sus respectivos canales de Youtube.
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