La charla con Caroline Neal estaba pendiente desde el estreno de Salgán & Salgán en 2015 (una de las grandes películas del año pasado). El centenario de Horacio Salgán fue la oportunidad para concretarla. El día anterior al cumpleaños del maestro nos encontramos con la cineasta, una mujer alegre y cálida, con un recorrido vital que arranca en el sur estadounidense, pasa por Harvard, la India y Buenos Aires y seguirá por caminos que a Caroline no le gusta prever. Este es el resultado.
Sé que viviste en la India antes de venir a la Argentina ¿Cómo es la trayectoria que te lleva de Calcuta a Buenos Aires, el cine y el tango?
Yo nací en Virginia, en el sur de Estados Unidos. Cuándo tuve que ir a la universidad, elegí Harvard, iba a estudiar Medicina. Para ingresar tenía que hacer varios cursos selectivos, biología, química, matemáticas; pero no quería hacer solo estudios científicos, quería una formación más completa. Entonces estudié Religiones comparadas con foco en el Islam, y teología feminista.
¿Teología feminista?
Sí, en ese momento –fines de los ochenta- era muy hot, muy nuevo. Había un par de teólogas dentro del Islam que eran figuras tan fuertes como la Madre Teresa en la India; no duraron tanto lamentablemente, pero me interesé en ellas y las estudié. Estudié al sufismo y los místicos del Islam. Cuando terminé ese ciclo de Harvard gané una beca para ir a la India. Se trataba de desarrollar un proyecto que te convirtiera en mejor persona. Había que poner por escrito un proyecto que, al llevarlo a la práctica, debería convertirte en mejor persona. El mío consistía en vivir en la India y conectarme con centros espirituales para estudiar la vida espiritual y el activismo social, y comprobar si intentan mejorar el mundo o solo trabajan para sus pequeñas comunidades. Viví en ashrams ingleses, en monasterios budistas y en el hogar de la Madre Teresa. En ese tiempo comencé a sacar fotos de la India; al volver a Estados Unidos dudaba entre seguir con medicina o dedicarme a otra cosa; empecé a tomar cursos de fotografía y antes de un año ya estaba postulando para escuelas de cine, así fue como hice mi maestría en cine en la Universidad de Nueva York.
¿Qué tipo de actividades hiciste con la Madre Teresa de Calcuta?
Yo trabajaba con chicos a la mañana y con mujeres enfermas, no solo de lepra sino con problemas psiquiátricos. Un trabajo muy especial. También ella, la Madre Teresa, era un personaje muy especial, muy potente, sabía bien cómo lograr cosas, tenía una ambición muy grande para conseguir lo suyo, lo relacionado con Dios. La traté apenas un par de veces en forma personal, pero transmitía algo, estaba muy enamorada de su tarea y muy alimentada por su práctica espiritual. Su ambición pasaba por esa actividad espiritual; un día salió de misa y empezó a arengarnos: “¡Ya tenemos cuatro casas en Rusia, y vamos a llegar a quince!”. Y ya era una mujer de 89 años.
¿Cómo apareció el tango, cómo lo descubriste?
Yo vivía en Nueva York y, simplemente, una amiga me dijo: «Vamos a conocer gente, vamos a tomar una clase de salsa y una clase de tango…», y en apenas un mes el tango nos agarró y ya no nos soltó más. Estábamos obsesionadas, yo terminé bailando tango seis veces por semana todas las noches.
¿Solo la danza, no el tango canción o las formaciones instrumentales?
Solo la danza, nada de letras ni canciones. Por ese tiempo un amigo me invitó a ir a un festival de tango en Londres. Fui. Allí lo conocí a Ignacio Varchauvsky, el contrabajista de El Arranque; vine con él aquí e hice mi primera película, Si sos brujo (una historia de tango) (2005) y bueno, me enamoré, fue mi esposo durante quince años. Hice la película y aquí estoy (risas).
Pasó todo muy rápido, en mi último año de la maestría de cine empecé a bailar tango, conocí a Ignacio en Londres y llegué acá en 1999 para filmar Si sos brujo… Pese a lo que parezca, trabajo muy lentamente, porque además de la película soy madre, tengo una hija de diez años y una casa; mi trabajo de madre es tan importante para mí como el de las películas y me voy ocupando de todo simultáneamente.
La tuya parece una trayectoria poco habitual para una chica dixie (del sur estadounidense).
Sí (risas), siempre hay rumores en mi pueblo sobre cada cosa que hago. Soy de Danville, un pueblo pequeño de alrededor de 60.000 habitantes en el estado de Virginia, con su vida social centrada en la única escuela secundaria, un lugar en el que nos conocemos todos y corren los rumores con mucha facilidad. Durante mi etapa de la India se decía que yo estaba con los hare krishna, por ejemplo.
¿Y pensás seguir en la Argentina?
Estoy muy contenta con mi vida acá, tengo una hija de diez años, su papá es argentino por lo que es lógico que viva aquí. Pero igual, si tuviera la elección libre, si no hubiera nacido mi hija y sin otros vínculos (me divorcié hace dos años) me gusta vivir aquí, tengo amigas, tengo un trabajo, me gusta el ritmo y me gusta mucho la ciudad, Buenos Aires es un lugar magnífico para vivir.
Has vivido en Boston, en Nueva York, en Nueva Delhi…
Boston y Nueva York son ciudades fantásticas y Buenos Aires compite con ellas, es una ciudad fascinante, ofrece tanto, ni yo puedo aprovechar todo: museos, música, y este estilo de vida en donde los amigos se juntan para un asado y se quedan seis horas, una prioridad de familia y amigos que en Nueva York no existe, porque nadie tiene su familia allí, no nacen en Nueva York.
Y por supuesto es muy distinto a tu pueblo de origen.
Si, por supuesto. Siempre pienso que hubiera sido imposible mudarme desde Danville, Virginia hasta Nueva York; por eso viví en Boston, un paso intermedio hacia la gran ciudad, en realidad vivía en Cambridge que es una ciudad universitaria pequeña vecina a Boston.
¿Danville es el sur de Faulkner?
El mundo de Faulkner está más al sur, un poco más lejos, pero igual mi pueblo tiene una particularidad y es que fue la última capital del sur al final de la guerra civil; todo el gobierno se trasladó a Danville. Ahora hay un museo de la guerra y la historia del sur. Entonces, aunque no es Carolina del norte o del sur, no es Georgia ni Alabama, hay una identidad política y cultural muy fuerte en Danville con la Confederación, para lo bueno y para lo malo. Hay problemas muy graves con el racismo, muy graves. Recientemente el Museo –que es una mansión sureña en donde estuvo la sede del gobierno del sur- quiso usar la bandera de la Confederación como distintivo; pero ahora ese museo está en un barrio negro, lo que trajo un conflicto racial muy serio, la presión del gobierno federal y de la gente obligó al Museo a bajar esa bandera pero muchas otras personas que apoyaban la causa del sur comenzaron a colgar enormes banderas del sur; ya hay nueve banderas gigantes en empresas importantes del lugar, en casas e instituciones; entras a la ciudad y parece cubierta por una única bandera desmesurada de la Confederación. Eso trae una tensión enorme, que está latente. Y se trata de personas no necesariamente malas, son simplemente gente ignorante que nunca ha confrontado sus creencias, están encerrados y apoyados en otros que piensan como ellos.
¿Y en ese ámbito vos tuviste un interés particular por el cine o lo descubriste después?
No, después. Yo iba al cine pero no era de esos chicos que están siempre en el cine o que filman desde pequeños en super ocho.
Cuándo viniste por primera vez a la Argentina tenías un conocimiento sobre el tango pero en especial una atracción muy fuerte por la danza.
Por el tango y por el tanguero (risas); es cierto pero tenía una atracción muy fuerte por Ignacio, me parecía un protagonista muy atractivo para un documental, él tenía su proyecto de la Orquesta Escuela de Tango que era una meta noble y una fórmula perfecta para un documental: un protagonista atractivo con un proyecto noble enfrentado a las dificultades, era el período que fue desde el 99 hasta el 2001, y arrancar un proyecto como el de la Orquesta Escuela en esa época parecía imposible.
Sin embargo la película tiene un tono de una alegría, de una placidez que no denota el esfuerzo del proyecto.
Yo escuché tanto afuera que los tangueros eran depresivos, de la tristeza, la melancolía, que la experiencia con Ignacio y todos los que trabajan en la Orquesta El Arranque me hizo cambiar de idea; son gente alegre, que viven felices con la música y su vida, que disfrutan mucho con lo que hacen y cómo lo hacen.
Tal vez sea la diferencia entre generaciones. No sabemos bien cómo eran aquellos tangueros clásicos pero es otra la época que ahora se vive.
Puede ser, también hay que pensar en aquellos inmigrantes que llegaron al país y no encontraron aquí todas las cosas que esperaron para su vida, el desarraigo, todo eso que los formó. Pero los jóvenes tienen otro espíritu.
El propio Emilio Balcarce parece tener el mismo ánimo que sus alumnos jóvenes.
Si, era un hombre cariñoso, abierto y muy humilde; siempre abriéndose a nuevas experiencias. Hay una conversación en la película con Ramiro Gallo, el violinista y compositor, en donde Emilio dice que hay que hacer el tango de ahora, que hay que escuchar los sonidos de la gente de ahora; él siempre estaba atento a la evolución del tango. Era un amor Emilio.
En Salgán & Salgán, Horacio Salgán es un protagonista fuerte pero el contexto es otro, hay una tensión muy grande en todo lo que se narra y se ve producto del conflicto que se plantea en la película, que es el mismo que en Si sos brujo… pero para nada armónico como la relación de Emilio Balcarce con sus jóvenes alumnos; el conflicto es el de la relación padre-hijo y consecuentemente el de la transmisión de un saber y una tradición.
Una observación interesante. Me parece que una de las cosas que pasó es que cuando filmaba Si sos brujo… yo había llegado a este país enamorada de mi protagonista, entonces no podía mostrar el mismo tipo de conflicto que después mostré en la película de los Salgán, porque yo estaba muy verde como cineasta y porque no me acercaba a los temas íntimos de mi protagonista, porque yo lo protegía tanto a Ignacio como a Emilio y a los maestros, entonces evitaba cualquier roce que tuviera que ver con el conflicto generacional y la relación padre-hijo. El resultado es que la película es más superficial y didáctica. Por ejemplo, yo quería incluir el tema de la creciente sordera de Emilio. Él estaba perdiendo la audición, lo que fue un drama para él; yo ensayé en casa cómo pedirle que hablara de eso sin que se sintiera molesto o violentado en su intimidad, pensaba que iba a lastimarlo y no me atrevía a preguntárselo directamente; lo abordé por el lado del tratamiento del héroe, de cómo preferimos verlo en su momento de triunfo y no conocer sus debilidades, y que tal vez fuera mejor mostrar alguno de estos problemas en la película para acercar al espectador. Entonces Emilio me dijo: “¿Y porqué no usás lo de la pérdida de la audición que es lo más grave que me está pasando?”(risas). ¡Me lo entregó en una bandeja de plata! Pero Emilio era así de generoso. En cambio en Salgán… desde el primer momento, desde que apareció Horacio, la tensión entre ambos era muy fuerte, se percibía entre los dos. Yo estuve cerca de ellos los cuatro o cinco años previos a la filmación, sin embargo al comienzo del rodaje César tenía miedo de su padre, no quería equivocarse delante de él, no quería tocar delante de él; miraba a su padre con una mezcla de admiración, temor y anhelo pero con dudas, no sabía cómo relacionarse con él después de tantos años de alejamiento.
Es muy fuerte el tema de la transmisión de una tradición, tanto como la diferencia entre la nueva generación, más descontracturada y lo que nos decían de los clásicos con su fama de melodramáticos y depresivos. La película registra ese cambio, algo ha pasado para permitir que una generación pretenda aprender los viejos códigos pero con su propia manera de abordar la vida.
También hay algo vinculado a la poesía. Los músicos jóvenes que se incorporaron al tango y ya aprendieron los yeites antiguos, en general están componiendo, pero están componiendo música, no letras y música, hay muy poca poesía actual en el tango y era la poesía del tango la que tenía esa carga de desarraigo. Esa poesía de los años 40 y 50 que algunos buscan o piensan que tendrían que acercarse a esa forma de escribir es lo que no hay ahora.
En ambas películas hay otra cosa en común además del padre, terrible o amigable, que se repite: si hay un padre tiene que haber una madre y en ninguna de las dos la hay, sabiendo lo que significan la madre y la mujer en la historia del tango.
Es interesante porque rodando Salgán & Salgán conocí algo de la historia de la madre de César y del resto de las mujeres de su familia; su abuela fue pianista y ambas, abuela y madre, fueron mujeres muy fuertes que sostuvieron a César mientras su padre estaba ausente tantos años. En algunos momentos del montaje incluí alguna línea sobre la historia de estas mujeres –la madre murió después de la muerte del Guillermo, otro de los hijos que tuvo con Salgán –ella murió de tristeza luego de esa muerte trágica- pero la historia de los Salgán es muy compleja. Horacio tuvo cinco matrimonios y un hijo de cada uno de ellos; cada relación con cada mujer y con cada hijo es para hacer una película.
¿César es el mayor?
No, está Horacio –Lachi- que vive en La Plata y que todos dicen era el mayor talento como pianista, pero que jamás quiso tocar delante de nadie, alguna vez lo escucharon tocar e intentaron que lo hiciera en público, entonces dejó de tocar para siempre. Es empleado del gobierno o contador, no lo sé bien, pero algo muy lejos de la música. Luego estaban César y Guillermo, y por otra parte Susana que vive en Buenos Aires y Daniel, hijos de la misma madre; Daniel vivía en Brasil y murió la semana pasada.
Pero en definitiva yo creo que la ausencia de la madre en ambas películas tiene que ver con el desarrollo de mi voz, de mi narrativa. En Si sos brujo…yo estaba contando la historia de Ignacio y su mundo, que era muy cerrado y masculino hasta que en el segundo año de la orquesta se incorporaron dos mujeres. En Salgán & Salgán en cambio decidí incluir mi propia voz, lo que no era fácil por mi lengua y mi forma de hablar que podían distraer al espectador. Pero hay escenas de la película que no podrían haberse dado si no estaba presente yo, como el momento en que César muestra el video con su historia de corredor de autos. Yo provoco esa escena, él me dijo que tenía esas imágenes y que algún día me las iba a mostrar, yo le dije “Hacelo ahora”, y él lo hizo. Horacio estaba casado en ese momento; en la vida de César en cambio no había una mujer, o por lo menos yo no lo sabía; Me parece que mi presencia entre esos dos hombres provocó algo, les dio la oportunidad de permitirse algunas cosas, suavizó un poco la tensión y la distancia entre ellos. Entonces decidí incluir mi propia voz para permitir la inclusión de alguna de esas escenas. Tenía que introducir mi voz al principio para que no resultara extraño después, la voz de la gringa hablando y nadie sabe quién es la que habla (risas). Me parece que poco a poco estoy incorporando mi propia voz, quién sabe si en mi próxima película la protagonista no es una mujer.
¿Y cuál va a ser tu próxima película?
Estoy jugando con un par de cosas, está la posibilidad de hacer algo con el sufismo en la Argentina. También preparo una ficción, una comedia romántica que filmaría en Argentina y en la India, y tiene que ver con el tango, pero no puedo decir más que eso porque aún estoy escribiendo el guion.
El de los sufistas es un proyecto que me sugirió mi productora Vanessa Ragone. Me interesa porque estudié el sufismo en Harvard y siempre me interesaron las religiones; es entre otras cosas la posibilidad de hacer conocer otro punto de vista en un momento tan especial entre el Islam y occidente.
¿Partirías de algún grupo o congregación sufí que exista en Argentina?
Si, hay un grupo de gente que practica el sufismo, pero no lo conozco. Mañana voy a tener una reunión con ellos. Se que hay tres grupos en total en Argentina.
Esta es una primicia para Hacerse la crítica. (risas). Volviendo a Salgán & Salgán, me llaman la atención los momentos que elegís para empezar y terminar la película; los dos son festivos. El segundo es efectivamente, una celebración a Horacio Salgán, pero el primero -durante los grandes festejos del Bicentenario- está montado de tal manera que parece que el homenajeado fuera el propio Horacio Salgán.
He recibido otra crítica sobre eso diciendo que parece que quiero mostrar a Salgán como el único homenajeado cuando en realidad actuaron muchísimos músicos en esos festejos. Pero mi intención era mostrar dos cosas para poder presentar a Salgán a un mundo que lo desconoce: su edad y su nivel de maestría y popularidad que lo hacen un ícono de la música popular argentina. Ese escenario sirvió para mostrarlo como un gran músico popular; pero antes vemos también su costado más humano, un hombre de su edad contando chistes, charlando y momentos después presentándose en un escenario ante quinientas mil personas.
El otro momento es el del final, otra apoteosis pero más íntima que permite el reencuentro entre Horacio y César y también el momento en que Horacio parece retirarse y cederle su lugar a César.
Esa noche en el Torcuato Tasso el que terminó tocando fue Horacio, que subió al escenario después de César y tocó Hotel Victoria con Leopoldo Federico; pero en la construcción de la línea narrativa era más importante que terminara tocando César. Son las pequeñas ficciones que se meten en un documental. Yo pienso que en un documental siempre estamos contando algo de nuestra propia historia, en la elección de lo que queda y lo que descartamos, en la posición de la cámara y la luz está presente nuestra subjetividad. En Salgán & Salgán yo obviamente estoy contando algo de mi historia con mi padre, que murió un año antes de que yo empezara a filmar esta película, que era médico, y yo no lo fui. Cuando conocí a César me pareció un héroe porque estaba dedicándose a lo mismo que su padre enfrentándose a todas las trabas; porque yo tuve miedo de no llegar a cumplir con las expectativas de mi padre. Otra pequeña ficción es que filmé esa última noche de la película en cinco noches, porque era la única que hacía cámara y tenía que hacer un plano sobre César tocando, otro sobre Horacio, otro que los abarcara; todo buscando el momento del encuentro entre los dos. Tuve que pedirle a los músicos –Leopoldo Federico incluido- que se vistieran con la misma ropa durante todas las noches para que pudiera editarlo después. Creo que hay que tener cuidado con eso, porque hay un contrato entre el espectador y el director, que también incluye al crítico, acerca de que yo estoy contando la verdad, pero no tengo que aclarar que filmo en cinco noches o con cinco cámaras. Por otra parte ni César ni Horacio vieron todavía la película; hacían chistes sobre eso, Horacio decía que para qué tenía que ver una película en donde estaba él como protagonista y César repetía lo mismo. Yo creo que en realidad ambos son personas increíblemente privadas, esencialmente tímidas. Es otra diferencia con Emilio Balcarce que fue parte de toda esa escena pública del tango de los años de oro, tenía muchos amigos, compartía la música, la noche, todo. En cambio Horacio es más discreto, no toma alcohol, no tomó drogas. Los dos deben haber creído que verse en una película iba a invadir su privacidad. En realidad estoy segura de que nunca la van a ver.
En las dos películas se repite el tema del padre, que parece ser tu cuestión personal en lo creativo; al mismo tiempo tu historia según la has contado podría ser la de alguien que siempre pone distancias con el padre: Boston, Nueva Delhi, Nueva York, Buenos Aires, y que desde ahí construye su visión personal. ¿Hay algo de eso en la historia con tu padre?
Por una parte, en Estados Unidos todo el mundo deja su casa cuando va a la universidad, eso es muy distinto de lo que pasa aquí. Es una parte común de la cultura que a nadie llama la atención. Por otra, cuando yo fui a la universidad, sí tenía un conflicto con mi padre, que era un hombre muy generoso, muy comunicativo, muy culto, que era alcohólico y maníaco depresivo. Un hombre interesado en estudiar las religiones, estudió budismo por ejemplo; le gustaba mucho la música. Entonces parte de mi interés de irme del pueblo vino de él, de esa atracción por otros lugares y otras culturas. Cuando tenía 12 o 13 años se hizo en el lugar más grande de Danville –que era el Auditorio de la escuela secundaria- un Festival de música del mundo, vino el Coro de los niños cantores de Viena, vinieron ballets, grupos de música de Polonia. Yo me sentaba en la primera fila y escuchaba con un deseo enorme de que uno de esos músicos me sacara de Danville y me llevara a su exótico lugar de origen como su mujer. Finalmente terminé con un contrabajista argentino, lo cual me parece bastante bien como cumplimiento de esa fantasía (risas). Y ahora no tengo la menor idea de lo que me va a pasar en lo que viene, cómo va a seguir mi vida, y eso es bueno. En definitiva cuando de verdad me fui de Danville estaba en el proceso de separarme de ese hombre, mi padre, para tratar de entenderlo y abordar las dificultades de vivir con un hombre alcohólico que atravesaba enormes depresiones, que muchas veces quiso matarse, y al mismo tiempo empezar a entender quién era yo en relación a él y por mí misma. No es que yo sea inconsciente de mi historia, hace años que soy consciente de ella, pero me parece más pleno contar la de César con sus similitudes y diferencias, y me parece más interesante también. La historia de César es interesantísima, es un cuento dramático con final feliz.
César es el héroe, termina tomando el control de la película, mientras que Horacio es el prócer.
César hace un viaje en el que encuentra quién es atravesando la sombra de un padre poderoso, y yo me identifico con él en ese aspecto. César tiene un talento enorme para todo lo que hace, es un gran músico; en la película cuento que empezó tocando en una banda de covers; pero ese primer acercamiento a la música fue en una banda conocida, que tocó en la boda de Maradona por ejemplo, siempre emprende cosas de suceso. Su camino es el de encontrar su propia voz y en la película termina componiendo. Y yo estoy en el mismo proceso.
César c´est moi, diría Flaubert.
Claro, por supuesto.
Fotos: Sonia Epstein.
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