Salg_n_Salg_n-642989130-largeI.- Salgán & Salgán: Un tango padre-hijo comienza con una apoteosis y termina con otra. La primera es colectiva, son los festejos del Bicentenario, año 2010, una inédita expresión de felicidad popular. En medio de ella, encuadrado como si fuera el centro de la fiesta, Horacio Salgán baja de un automóvil en compañía de su hijo César para sumarse a los festejos. El pueblo en la calle frente al enorme escenario aplaude y festeja, Salgán toca; y no puedo evitar la asociación con aquella escena de El Padrino II en la que el joven Vito Corleone mata al opresor Fanucci en medio de los festejos de San Roque en el Little Italy de 1900; adentro de la casa de Fanucci, Vito dispara, afuera es el momento culminante de la liturgia y los fieles explotan literalmente de alegría. El montaje une al homicidio con el festejo popular y hace de aquel un acto de justicia. De forma similar la gala pública más grande de nuestra historia parece en la película el homenaje definitivo a Horacio Salgán. Justicia popular y poética, casi un siglo de vida para el anciano, la mitad de los que celebra su patria; Salgán es el último de los creadores del canon tanguero, sería justo que esa fiesta en verdad hubiera sido solo para él.

II.- Un relato que comienza por arriba debería buscar su equilibrio hacia abajo. No es eso lo que ocurre. Neal elige la ancha avenida del llano, lo hace rescatando detalles y sumando revelaciones que fluyen con delicadeza: en su camarín el músico cuenta chistes (malos) a sus amigos, en un breve plano vemos que Horacio los tiene anotados en una hoja y los va leyendo como si se tratara de notas de una partitura; apuntes de un carácter obsesivo, muchas veces vecino al despotismo, tal vez el deseo de combatir lo imprevisible del azar con un orden como el de la música, suma de poesía y matemática.

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III.- En ese fluir hay otra figura que gira a la sombra del maestro admirado por Arthur Rubinstein y Daniel Baremboim, es su hijo César que lo asiste con una devoción más allá de lo filial; un vínculo extraño, colmado de desencuentros y silencios. César conoció a su padre a los siete años, viéndolo por televisión, “Ese es tu padre” le dijo su madre y puso en marcha una búsqueda llena de obstáculos, con dieciocho años de separación absoluta, interrumpidos cuando César va a anunciarle a Horacio que su otro hijo ha muerto en un accidente.

Muchos años después, en el presente de la película, César es el elegido por Horacio para sucederlo, al frente de su orquesta; en el piano. La transición es difícil, Horacio se resiste a su propio dictado ejerciendo una voluntad sutilmente tiránica que encadena a César con sus contratiempos de salud, la demanda de atención personal y las exigencias artísticas; a punto de subir al avión que llevará a César a Italia para su primera actuación, Horacio lo demora pidiéndole que le corte el pelo. César parece un devoto que no pone en juego su propia voluntad, un monje zen que busca el satori anulando su yo. “Preferiría no hacerlo” podría ser su emblema. Su búsqueda parece eludir el deseo, todo es servicio, todo es supresión de su identidad, todo es devoción por el creador y su música. César ha sido corredor de automóviles, tres veces campeón en su categoría, un hombre de éxito en el ámbito propio, cuando su padre se lo pide César abandona el automovilismo; variación Salgán del mito de Abraham, el hijo ofreciéndose en tributo al padre. Pobre mi padre querido, cuántos disgustos me da.

IV.- Caroline Neal, una mujer, una gringa, americana sureña, deconstruye en Salgán & Salgán: Un tango padre-hijo el mito materno del tango; su mirada exógena desarma y mira desde los opuestos para comprender. Lo hace con la herramienta del cine, un arte nacido como el tango apenas unos años antes que Horacio Salgán. Un siglo de las luces (y sombras) recorrido por la disputa entre padre e hijo como una de las vértebras mayores de su columna.

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V.- Padre terrible, madre devota pero ausente, no hay mujeres entre César & Horacio. Hay sin embargo una hembra: la voluntad, duplicada entre padre e hijo, una abroquelada en sí misma, otra que parece amoldarse a aquella, sustancia blanda del deseo sin forma, como el agua o el semen que pese a todo y finalmente rodea a lo sólido, lo humedece y lo conquista como una fatalidad. Porque César sabe que no habrá otro destino para él salvo ocupar el lugar de Horacio. El hijo muestra al padre un video filmado desde el interior de su auto durante una carrera, «Ahora entro en la curva», dice (no es textual),»salgo, toco  los pianos» (pequeñas defensas que bordean la pista). Todo está decidido desde siempre, el destino supuestamente elegido y el impuesto se superponen y se hacen uno solo. Porque finalmente César va a Roma, a tocar el piano de su padre y dirigir su orquesta, sin atreverse todavía a tocar A fuego lento, último bastión del rol paterno. La visita a la madre de las ciudades termina en una ascensión, una escalera romana que César sube y que se empalma en el montaje con su departamento en Buenos Aires, el piano de cola que compra para estudiar, sus pies apretando los pedales como si fueran los de un auto. Los primeros planos que Neal elige para mostrar a Horacio y César son cada vez más cercanos, intensos, deslumbrantes. Una carrera de toda una vida entre el territorio del hijo y el del padre. En la línea de llegada espera la otra apoteosis, más íntima, acotada al recital en donde Horacio reta a César a tocar A fuego lento. Desafío aceptado, las manos jóvenes arrancando al piano su música más hermosa, jugándose la vida en cada vuelta del sonido, la voz del padre brotando desde las manos del hijo. Utopía de la perfecta justicia, dad a César lo que ya es de César porque Horacio se lo legó.

Salgán & Salgán: Un tango padre-hijo (Argentina, 2014), de Caroline Neal, c/Horacio Salgán y César Salgán, 85′.

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