El protagonista masculino de Sueño de invierno se parece al de Martin (Hache), de Adolfo Aristarain. Los dos son hombres que se están haciendo viejos, que vienen de -o viven en- el entorno cultural del patriarcado, maltratatan a sus mujeres (dependientes de un modo u otro) y están atraídos por un tipo de soledad que tiene mucho que ver con la muerte. El de la película de Nuri Bilge Ceylan, sin embargo, es más desagradable, por no decir que es completamente odioso, en buena medida porque sus tácticas de humillación son solapadas y pacientes. Los personajes de Luppi, en cambio, estallaban y en esas descargas exponían su vulnerabilidad, además de favorecer la cercanía con el espectador.
La puesta en escena de Aristarain era, también, menos estática y literaria que la de Ceylan. O literaria al modo del cine clásico estadounidense lleno de líneas de diálogo sintéticas que en los mejores casos disimulaba su artificio gracias a la contribución que hacían al desarrollo del argumento o, como en las películas de Howard Hawks, lo enfatizaban hasta el absurdo –y la abstracción- por medio de la velocidad. De la tensión entre ese formato y la identidad argentina, o iberoamericana, de los personajes de Aristarain proviene uno de los aspectos más vigentes -por conflictivos- de su cine.
En Sueño de invierno no hay síntesis sino expansión, incluso redundancia, un tejido verbal abigarrado pocas veces revuelto por la puesta en escena. No hay, tampoco, reescritura del cine clásico estadounidense como en Aristarain en general -que, sin embargo, va más allá del género y hasta se conecta con el manierismo de Hollywood en la década del 50, como la relación posible entre Martín (Hache) y Buenos días, tristeza, de Otto Preminger, demuestra- sino sobre escritura de la cinefilia moderna aquí llamada de arte y ensayo.
El protagonista masculino de Sueño de invierno, actor retirado que sin embargo está tratando siempre de estar en el centro de la escena, no es muy diferente de la protagonista femenina de La luna, de Bernardo Bertolucci, prima donna de la ópera. El control sobre su hijo que llegaba hasta el incesto no es distinto del que ejerce el hombre de la película de Ceylan con su esposa varios años menor.
A los diez minutos hay una falsa subjetiva del protagonista, gracias al reflejo en una ventanilla, en cuyo equívoco me parece que está cifrada la relación de la película -del director- con el personaje. La continua descalificación de aquel que lleva a cabo la película es de la misma índole -moral- que la que el personaje ejerce sobre los demás.
El monólogo en el que ella, a las dos horas y cuarto de película, le echa en cara su arrogancia es otra expresión más del regodeo de Ceylan en el uso de la palabra -jamás refutada por la puesta en escena- como mecanismo de control sobre el espectador. Funciona, en parte, como funciona En terapia, porque nos gusta escuchar historias e intimidades sin sentirnos afectados por ellas. Sueño de invierno es una película hecha de monólogos, manifestación discursiva de poder antes que intercambio simbólico real.
Finalmente el hermano mayor del Imán (Nejat Isler), el humillado (categoría que aquí tiene linaje literario ruso), también monologa y entonces estamos ante la traición por parte de la película de un personaje que en su única aparición previa había representado la potencia del acto no contaminado por racionalizaciones y que difícilmente podría tener la misma elocuencia del cultivado protagonista. Su mirada a cámara en el último plano en que aparece es tan moralista como la de 4 meses, 3 semanas, 2 días y lo hace -también a él- cómplice de la voluntad culpabilizadora de Ceylan (sin la variedad de recursos de la de Alfred Hitchcock).
Una hora después del comienzo de la película un caballo salvaje es capturado justo después de una escena en la que obligan a un nene a humillarse ante el protagonista. Una hora antes del final el mismo caballo es liberado por el protagonista después de una escena en la que le ha prometido a su esposa que se iría, luego de que ella le reprochara su arrogancia. Más allá del símbolo y su función en la trama, es digno de notar la esquemática división en tres actos. Habría que comparar la estructura narrativa de la película con la de la sonata de Schubert en cuatro actos que suena repetidas veces.
El destino de Júpiter, una película sin vergüenza, no sólo es mejor que Sueño de invierno, sino que probablemente sea el mejor estreno de este año.
Aquí pueden leer un texto de Gabriel Orqueda sobre el cine de Nuri Bilge Ceylan.
Sueño de invierno (Kis Uykusu, Turquía / Francia / Alemania, 2014), de Nuri Bilge Ceylan, c/ Haluk Bilginer, Melisa Sözen, Demet Akbag, Nejat Isler, 196′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: