Miércoles 22 de abril: Recién ahora caigo en la cuenta de que cuando Adolfo Aristarain pone a Federico Luppi a perseguir a un gallo en Lugares comunes le está rindiendo homenaje a Leonardo Favio, a su actor preferido y al Aniceto. Y pienso que cuando Adrián Caetano pone a padre e hija a jugar el juego de los servicios básicos en Francia toma la posta de Aristarain poniendo a Luppi y Sampietro a sacar cuentas en esta película cuando a él lo jubilan y tienen que ajustarse el cinturón en las vísperas de la crisis del 2001. Pasa el tiempo y me voy quedando en compañía de unos pocos a los que vuelvo una y otra vez porque son los que filman las cosas que quiero y que me importan.
Martes 21 de abril: Poco más de un año antes del estreno de Un burgués pequeño, pequeño habían asesinado a Pasolini. Hay una secuencia en la que Sordi maneja marcha atrás su auto en dirección a un cuerpo que está tirado en la calle y pareciera excesivo relacionarlo con el cadáver de PPP destrozado por las ruedas de su auto, pero no lo es cuando vemos que al final Monicelli incluye a Ettore Garofolo, protagonista de Mamma Roma, como un personaje anónimo para la ficción, terriblemente singular para un espectador activo.
Lunes 20 de abril: Hay al menos un plano de Blood on the Moon en la que Robert Mitchum y Walter Brennan lo comparten solos, y eso bastaría para verla. Pero también hay otro en que la iluminación enrarece de tal modo la cara de Mitchum que uno ve surgir de las sombras por un segundo, en medio de una pelea memorable, al Mickey Rourke de Sin City. Supongo que es más mérito del director de fotografía que de Wise, pero cuántas buenas películas dirigió este hombre, haya traicionado a Welles o no a la hora de montar Soberbia. Esto parece menos un western que otra de las de terror que hizo para Val Lewton. La importancia del conflicto central es más política que mítica, y hay planos breves en el que uno siente el puro estar guarecido de la lluvia bajo una roca esperando que el café se caliente junto al fuego, o la llegada de un hombre a una casa en medio de la llanura, bajo un cielo sobrio, frente a una mujer desconocida que lo observa debajo del alero.
Domingo 19 de abril: Sobre los primeros 20 minutos de Blackhat: hay pocas cosas más ridículas que Michael Mann queriendo ser sofisticado. División Miami es linda en el recuerdo porque era irremediablemente grasa. Abel Ferrara, para citar a alguien con quien ha tenido contacto, es todo lo interesante que Mann nunca fue, en parte porque sigue siendo grosero además de mucho más culto, y su grosería actualiza la tradición física europea -italiana e irlandesa- mejor que Mann la estadounidense clásica con mano de pintura en aerosol azul alla Melville. A Ferrara, además, no le gusta el presente globalizado ni la virtualidad (del poder tecnológico, pero explora la del sujeto que lo padece). A Mann sí le gusta, también a Olivier Assayas, por eso no son esencialmente críticos de él, y circulan a través de ella con fruición.
Jueves 2 de abril: Volví a ver Atlantic City después de veinticinco años. No estaba seguro de que fuera algo más que una fantasía cítrica de mi adolescencia, y resultó ser mucho más que eso. Burt Lancaster era de otro mundo, Susan Sarandon era de lo mejor que había en este, y Louis Malle filmó el patetismo de sus personajes con infinita ternura.
Domingo 29 de marzo: Iñárritu desciende de Bertolucci. Los dos mueven la cámara decorativamente. Claro que Bertolucci al menos se atiene a los límites del psicoanálisis y de la cinefilia autorista casi de primera mano, mientras que el mexicano deambula en el todo-vale posmoderno, pero ambos carecen de identidad formal fuerte. Bertolucci siempre fue un hijo; Iñarritu cree que es Dios.
Martes 10 de marzo: «- Después de la revolución –nos dice sacudiendo la cabeza Doña Valeria Rosende con 107 años de edad- mi padre resolvió volver a su pueblo (1852). En ese tiempo las mensajerías de La Protegida y La Unión salían de Monte con pasajeros, equipajes y encomiendas todos los días pares. En una de esas mensajerías llegamos a Lobos, donde mi padre encontró muchos conocidos. Uno fue Juan Moreira. Nuestro rancho estaba ubicado a cinco cuadras del que él ocupaba. Mi madre iba casi todos los días a visitar a Vicenta, su esposa. Se hicieron muy amigas.
– ¿De manera que usted conoció a ese gaucho legendario?
– Así es, señor – responde, bañada en la dársena de un legítimo orgullo- y mucho. Hasta he bailado con él en más de una reunión.
– ¡Usted! ¡Una morena!
– Para Juan Moreira no existían personas de color. Se daba con todos y respetaba las amistades.
– Perdone. Hemos sido descorteses… duros…
– No es nada.
– ¿Conoció también al sargento Chirino? Era muy valiente ¿verdad?
– ¿Quién? ¿Juan Moreira o el “milico”?
– Chirino.
– No sé. A “ése” lo vi una sola vez, cuando pasó por enfrente de nuestro rancho, junto con otros “milicos”, el día que lo atacaron en banda a Juan Moreira, según oí decir después en el velorio del finado.»
(Leoplán, 26 de octubre 1938, Año V, N°99, Págs. 57-58)
Domingo 8 de marzo: Chappie. Este afiche es el Mal. El arma y la flia, el soldado y los sentimientos, la unión compensatoria de signos opuestos tan calculada, tan de diseño, el lenguaje de la publicidad. Minga ironía y minga crítica; hace unos vi Sector 9, del mismo director, crítica superficial de un tipo que quiere tener cada vez más guita para hacer súper producciones «progresistas» y, lo peor de todo, malas en el sentido de convencionales, ni sólidas ni trash.
Sábado 28 de febrero: No pude ir a la muestra de cine español Españoramas, una de las mejores de los últimos años, por cantidad y calidad de títulos, y por lo económicamente accesible. He visto varias de las películas, entre las que hay varias excelentes (Magical Girl y las dos Carmina), pero lo que lamento es la segregación cultural que puede advertirse entre el ciclo que va al Gaumont y el que se ofrece en la FUC, compuesto de una «selección de obras de directores y guionistas que apuestan por nuevas formas de contar historias: desde la no ficción, el experimento, el posthumor o el underground.» La sala Gaumont debe ser la que más variado público tiene en la Argentina, y es una pena que las películas a priori más «novedosas» no puedan ser vistas también allí por quienes los organizadores suponen de antemano menos preparados para ellas. Aunque quizás lo que más deba lamentarse es que en el ciclo programado en la FUC falten las que se proyectarán en el Gaumont, para que los estudiantes de cine sientan el aval institucional de la universidad a películas postuladas a priori como menos «novedosas» pero tan buenas como las otras, y en muchos casos mejores.
Domingo 22 de febrero: No se puede servir a dos amos, le dijo Jesús a sus seguidores, y lo mismo pasa en el cine. No se puede seguir a Carpenter y Spielberg así como en Argentina, por ejemplo, no se puede seguir a Caetano y a Trapero. Hay que elegir y el que elige a Spielberg elige la infancia idealizada o la historia acomodada, el sentimentalismo barato, la parafernalia visual pretenciosa, la deshonestidad discursiva. También elige el éxito, la acumulación financiera global innecesaria, el poder absoluto disfrazado de corrección política. Elegir a Carpenter es elegir a los linyeras, a los nómades o a los anarquistas (por eso ¡Que vivan los crotos!, de Ana Poliak, puede ser carpenteriana; por eso uno puede ver El juez y darse cuenta al segundo de que es facha sólo porque le achacan un asesinato y una violación a un vagabundo con naturalidad y sin remordimiento); es elegir hacer la suya incluso cuando eso implica ir a contramano, e ir a contramano deliberadamente cuando los que tienen la sartén por el mango la agarran con la derecha; es darse cuenta de que Godard puede estar a la vuelta de cualquier esquina, incluso la del gore, el giallo o el softporno; es elegir el subgénero más que el género, pero filmarlo con la grandeza y ambición histórica de Visconti y la moral de Buñuel; es admirar y respetar el cine estadounidense clásico pero no adorarlo, sabedores de que no hay nada digno de adoración pero sí de la amistad, la compañía, el intercambio y, cuando hace falta, el duelo (con pistolas o lágrimas).
A La cosa la cagó ET. En la de Carpenter el extraterrestre trae el Mal, y el Mal está en cada uno de los personajes sin que ellos mismos se den cuenta; en ET el Mal es un enano con cara de pija y el dedo mocho que siempre quiere volver a casa, al que Spielberg pretende hacer pasar por Cristo. El héroe de Carpenter, en cambio, ese John Nada de They Live con el apellido nihilista en castellano, viene de ninguna parte o más justo sería decir que de los trenes, de esos trenes que transportaban mensues en la depresión, y va hacia la toma de conciencia política –y existencial- con la que se encuentra en una villa miseria, frente a una iglesia abandonada, usando unos anteojos marca Hoffman que le hacen ver lo que ninguno quiere ver día a día: que los que manejan el mundo son cadáveres perfumados, viejas estiradas, esqueletos de traje y corbata. A fin de siglo el encanto discreto de la burguesía fue reemplazado por monstruos que sólo el cine de terror puede mostrar sin tapujos ni lástima. ET se estrenó un par de semanas después que La cosa y vendió todo lo que este opaco poema no podía desde el vamos, porque la responsabilidad, en el fondo, no es de Spielberg. Al santurrón este sólo le caben culpas, eso que tanto le gusta infundir en los espectadores. Al revés de Carpenter, cuya sola filosofía es la de hacerse cargo de sí mismo y de lo que hace consigo mismo, sabe de dónde viene (Hawks, Bava, Argento) y no necesariamente a dónde va (Caetano).
Viernes 20 de febrero: The Rewrite es una excelente y hermosa comedia romántica. Un guión que es su propio comentario, lo que le permite ironizar sobre los tópicos sin desestimar los ni observarlos ingenuamente. Y Grant, Tomei, Simmons, Janney, Elliott están perfectos y amables.
Sábado 21 de febrero: Las oscuridades de Max y los chatarreros y de Un corazón en invierno eran las de sus protagonistas, y uno hasta podía tener la ilusión de que su psicología fuera excepcional. La de Mado, una de las tres de Claude Sautet que me quedaban por ver, está en la sociedad, es estructural. El barro de la última media hora es una ciénaga literal y simbólica muy triste.
Martes 17 de febrero: Una femme sa fenetre, de Pierre Granier-Deferre: letra muerta, qualité puro y duro intragable.
Lunes 16 de febrero: ¿Si no hubiera existido el código Hays tampoco habríamos tenido clasicismo y sería toda explotación?
Domingo 15 de febrero: Jacques Deray no tiene vuelo, pero Flic Story es buena. Alain Delon y Jean-Louis Trintignant calzan muy bien los trajes de un policial de posguerra, nada está precipitado en el guión, el encuentro entre ambos no ocurre si no hasta el final, la resolución es excelente y la consideración sentimental última es más que singular.
Martes 6 de enero: Abel Ferrara debe ser el primer director de cine considerado un autor, vale decir alguien más o menos legitimado por el establishment cultural cinematográfico, que comenzó su carrera dirigiendo y actuando en una película pornográfica (9 Lives o a Wet Pussy Cat) cuando otros de su generación como Martin Scorsese empezaban a ocupar un lugar que el tardaría años en conseguir, nunca del todo y acaso a regañadientes. Ferrara hizo al revés. Como su compadre ítalo-estadounidense -por las venas de Ferrara también corre sangre irlandesa- se ha adueñado de Nueva York, aunque de una manera más bárbara, punk, desprolija. ¿Qué es un autor que se declara a sí mismo como tal sino un director de cine que elige mostrar el falo y esconder la pija? Ferrara, en cambio, mostró la suya desde el vamos y así puso en crisis la falsa modestia de la mayoría de aquellos que ya no tienen una industria que reprima su ego y un ego poco interesante para ser mostrado, pese a lo cual no hacen otra cosa que exhibirlo desde la primera película que filman, azuzados por el mercado global de festivales.
La otra capital del cine de Ferrara es italiana, y aunque no es menos cinéfilo que Scorsese, su cinefilia también es más física que la de este, más rústica. A Nápoles le dedicó una película que participa del documental y la ficción con fabulosa potencia. En su cine apareció más de una vez Asia Argento y Madonna no desentonó en lo más mínimo cuando la cruzó con Harvey Keitel en ese ocho y medio insalubre y audiovisual de los 90 que aquí llamaron Juegos de adultos. Pero, además de Pasolini, sobre el que acaba de filmar una aproximación que debe ser una apropiación, la presencia de Gerard Depardieu en Welcome to New York dibuja una intersección evidente con el cine de Marco Ferreri.
Esta última película fue rechazada en Cannes y a causa de ella los realizadores recibieron una demanda del ex director del FMI y de su esposa, a los que retrata a su manera, tan impiadosa como humanamente. El cine de Ferrara es una puja entre cuerpos desesperados por un ímpetu vital que se consume en excesos varios y un mundo que los rodea de reflejos hasta amenazarlos con la pérdida de sí mismos en la circulación de virtualidades inconmensurables. Dinero y sexo van de la mano; el policial y el terror se dan cita sin fijarse nunca definitivamente como géneros puros. El Cassavetes homenajeado por Ferrara en Go Go Tales mucho tiene que ver con ello, pero hasta el Hitchcock de Notorius puede ser secretamente espejado en New Rose Hotel y los indiscernibles mundos de Fellini pujan por aparecerse en las aguas y mujeres tutelares de más de una película suya obsesionada por lo femenino y la decadencia de una civilización imperial.
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