Pray super hardcore. Tras unos títulos con letras fluo sobre fondo negro, la película empieza con una secuencia de montaje en cámara lenta y fondo de música electrónica que nos muestra a un grupo de pibes y pibas vacacionando. Todo es exagerado y excesivo. Abundan los primeros planos de tetas, culos que se sacuden, lenguas, roces, besos. Fiesta de la histeria colectiva al mejor estilo MTV. Pero en el fondo sé que se trata de Harmony Korine, y seguramente hay algo más detrás de toda esta exacerbada grosería. Spring Breakers es la cultura pop en decadencia, y para reflejar esto Korine produjo una película que es una hipérbole de la estética del video clip, desde los de Britney Spears  (ícono de esa decadencia y sobre la que constantemente hace referencia) hasta cualquiera del hip-hop más comercial y ostentoso a lo 50 Cent. El espíritu de esta película está mucho más cerca de los videos realizados por Korine, como Living Proof de Cat Power o Sunday de Sonic Youth, que de sus anteriores largometrajes, aunque se filtren algunos insertos con calidad VHS que recuerdan a Trash Humpers. Los colores chillones de los títulos se desplazan a la puesta en escena y la música de moda no da respiro. Es probable que todas estas decisiones resulten irritantes en algún punto, pero están plenamente justificadas por una película que no pretende denunciar sino más bien parodiar un estilo de vida: el del sueño americano posmoderno.
 
En este contexto sitúa a cuatro pendejas que van a generar más de una contrariedad en los espectadores. Uno no sabe si quiere cogérselas o cagarlas a sopapos. La selección de actrices no es para nada casual. Dos de ellas son Selena Gómez y Vanessa Hudgens, ex nenas Disney  (las únicas que reconocí, para ser honesta), cantantes pop, modelos y otras facetas ligadas a la cultura teen. Las otras son Ashley Benson, que por lo que estuve averiguando también se trata de una modelito devenida actriz, y Rachel Korine, esposa del director que supera en edad (real) a las demás y a la que más puede asimilarse con el fondo de la película, ya que trabajó en algunas producciones previas de Harmony. El imaginario popular sobre estas chicas de aspecto angelical es inmediatamente corrompido y corroído. Vamos a verlas aspirar cocaína, desbordarse en alcohol, y asumir roles sexualmente activos y promiscuos. Tal vez la que más se salva es Selena en el papel de Faith, una santurrona católica –asiste a una iglesia cuyo pastor es un rubio tatuado y musculoso- a la que Korine se encarga de separar del resto del grupo de mil formas distintas. Cotty (Korine) es una piba osada, más peligrosa para ella misma que para los demás. Las verdaderas bombas de tiempo son Candy y Brit (Hudgens y Benson), dupla inseparable, adolescentes temerarias e intrépidas, bien guarras, y con los ovarios más fálicos del cuarteto.
 
 
Aburridas de la monotonía, las últimas tres deciden robar un local de comida rápida para pagarse unas vacaciones, y experimentar las emociones extremas de las fiestas alocadas y otras libertades en las playas californianas. Logran su cometido, pero en medio de tanta celebración caen en cana. Ahí aparece Alien, un James Franco en plan rapper gangsta de pacotilla, más cerca del Pretty Fly del video de Offpsring que del nigga Tony Montana en quien sueña convertirse. Aunque en un principio parezca tener extrañas intenciones tras pagarles la fianza, a la larga termina siendo un boludo al que Candy y Brit dominarán a su antojo. La escena en que lo obligan a chupar los caños de dos armas de fuego, como si de un gangbang oral se tratase, me hizo pensar en David Cronenberg metiéndole el dedo en el culo a la figura pública de Pattinson en Cosmópolis. Tomar a un sex symbol del cine contemporáneo para humillarlo en pantalla es también una forma de tomarle el pelo a las construcciones que el star systemhollywoodense hace de estas pseudo estrellas. De Faith y Cotty se prescindirá casi de forma caprichosa, pero esto no importa porque realmente nada importa en esta película, si estamos dispuestos a despojarnos de cualquier expectativa narrativa. El verosímil tiene que ser dejado a un lado para disfrutar del sinsentido que propone. El montaje va y viene a su antojo con flashbacks y flashforwards. Los personajes no presentan un desarrollo o cambios esenciales, son lo que son de comienzo a fin y eso impide, en buena hora, ejercer juicios de valor o morales sobre ellos. Son una manga de pendejos que hacen lo que les pinta, que viven pura y exclusivamente en el presente, en el no future, porque no tienen otra cosa que ofrecer(se).

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