Por Luciano Alonso

¡Qué romántico, es un asalto comando!
Antolín
Suele suceder que el hambre de entretenimiento es un hambre de redundancia. Hay algo sano y pedagógico en la repetición. Cualquiera que haya tenido ocasión de comprobarlo, sabe que los niños muchas veces quieren volver a oír la misma historia que ya saben de memoria, una y otra vez. Nosotros, los adultos, también. Aunque, para ello, creamos complejas variaciones que nunca llegan a modificar la esencia de los relatos. Un claro ejemplo es el cine de Hollywood más estandarizado y funcional, realizado según la normativa al uso.

           

Ataque a la Casa Blanca es una película que, por momentos, luce como una comedia, por el abuso de los tropos narrativos y figuras retóricas que utiliza. Lo sorprendente y paradójico es que es absoluta y totalmente funcional. Charles Lalo sugería cinco posibles funciones del arte, que se cumplen al pie de la letra. (1. Función de diversión: momento de evasión, juego/ 2. Función catártica: liberación de las crisis emotivas o intelectuales/ 3. Función técnica: arte como propuesta de situaciones técnico-formales/ 4. Función de idealización: arte como sublimación de los sentimientos/ 5. Función de refuerzo o duplicación: arte para afianzar las emociones de la vida cotidiana a fuerza de una repetición estilizada). 
           
Desde la secuencia inicial de títulos, con la bandera de EE.UU. flameando y la música edulcorada y sinfónica, ya sabemos lo que vamos a ver. Ya vimos esta película tantas veces, que no necesitamos ir a verla para adivinar el final. Sin embargo, esto sucede en numerosas ocasiones y nadie se queja. Suponer que una película puede o debe gustarnos en función de la capacidad de sorprendernos, es otro error heredado. Una película ni debe ser original, ni sorprendernos, para ser considerada una buena película. El asunto es más complejo. Lo cierto es que se puede contar una misma historia infinidad de veces, introduciendo mínimas variaciones, siempre que haya alguien dispuesto o entusiasmado por escuchar esa historia que ya conoce.
           
El argumento es simple: un grupo terrorista toma por asalto la Casa Blanca. Los estadounidenses son los buenos. Los coreanos son los malos. Ganan los buenos. Fin.

La película, pese a su sencillez argumental, esconde un subtexto complejo. Lo que deja ver es poco, pero lo que subyace es todo un estilo de vida y una ideología profunda. En el ya clásico y famoso texto de Freud titulado: “La cabeza de Medusa”, se ensaya la hipótesis de que la insistente representación de una escena repugnante cumple la función de sublimación a través del arte. Desde luego, los estadounidenses están obsesionados con su propia aniquilación y el hecho de representarla una y otra vez en el cine no hace más que afianzar y servir a esta proposición liberadora y perversa. Es evidente que hay un goce secreto en un pueblo que representa una y otra vez ficciones de autoexterminio. Un goce sádico. La cuestión es que más que denunciar el comportamiento terrorista, corre el riesgo de conjurarlo.


A fin de cuentas, la película, pese a su moralina bien pensante y pese a que los buenos son buenísimos y los malos son malísimos, es una película morbosa, que goza con ensayar variantes posibles de un ataque terrorista perfecto. Promueve y alimenta el deseo inconfesable de gozar con el mal. En parte, este mecanismo se pone al descubierto en la rusticidad de los sentimientos de los personajes. Todo es irreal e ideal, morboso y discutible. Promueve la guerra y el desentendimiento, y deja en claro lo recomendable que pueden llegar a ser las armas fraticidas. 
           
Cuando termina la película, es obvio que los coreanos son re malos y que nosotros, los buenos, podríamos haber evitado derramamiento de sangre inocente si teníamos más armas. O sea, es obvio que el modelo económico y el estilo de vida propuesto por los estadounidenses es el único y mejor modelo posible.
           
A veces pasa que nos distraemos con la sangre, las explosiones, la espectacularidad, y nos olvidamos del trasfondo y sustento ideológico que tiene el cine de Hollywood, que a menudo nos vende gato por liebre y ni nos damos cuenta.
           
Hay que tener cuidado de que la “evasión” se transforme en norma. Un chiste, a fuerza de repetirse, no sólo pierde gracia, sino que se vuelve algo serio. La decadencia del Imperio Estadounidense y el colapso de todo un estilo de vida no es un tema menor.
           
Un grupo de personas bien entrenadas, con el armamento necesario y cierta astucia militar, pueden tomar por asalto el poder y controlar el mundo. No hay que olvidarse de eso. La cuestión de fondo es quiénes son los buenos y quiénes son los malos, y por qué. Cuestiones claves que no se mencionan en esta película, ni en ninguna película similar. Y en esta ausencia y anulación premeditada y estratégica del tema central, se cifra una tragedia que excede al cine. Digo más, excede al arte, a la ciencia, a la política.
           

Dios nos libre.

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