La novia es una película sobre espíritus a la que, paradójicamente, le falta alma. Es curioso lo que sucede en el espectador luego de ver esta historia de terror, filmada en Rusia, que está bien narrada y en la que los climas propios del género están aceptablemente logrados: la tensión funciona de manera correcta en algunos momentos pero la historia no termina de concretar lo que genera en los primeros minutos.

Dirigida por Svyatoslav Podgayevskiy, sorpresivamente estrenada en el país, La novia comienza con una leyenda que habla de la posibilidad de capturar el alma de los muertos, fotografiándolos, y sobre las posibilidades mitológicas de regresarlos a la vida. En la primera escena (quizás la más lograda), un viudo intenta, infructuosamente, fotografiar a su amada inmóvil (debido a que la cabeza no logra sostenerse por sus propios medios antes de que el hombre pueda disparar el flash). En esa simple anécdota se encuentra condensado lo que podría haber sido una película  inquietante. Luego de una serie de acontecimientos relacionados con el macabro ritual de devolver la vida a los muertos (acontecimientos filmados con un ojo sutil para captar el estremecimiento propio del terror), la historia da un salto cronológico superior al siglo y medio -pasando de la Rusia todavía feudal de mediados del siglo XIX a la actualidad- y en esa decisión argumentativa y de puesta en escena la película pierde espesor, consistencia dramática, y parte del espíritu macabro que genuinamente había generado en el inicio, para vestirse con las ropas de una película de terror moderno y en la que se mezclan excusas argumentativas todas ya utilizadas (con mayor o menor gracia) como las casas con fantasmas y espíritus que se niegan a abandonar el mundo de los vivos, o exorcismos heredados de la pionera película de William Friedkin.

Las escenas de la Rusia decimonónica permiten al espectador establecer una extraña asociación con aquel mortuorio escenario definido por François Truffaut en La habitación verde (obra maestra de 1982, también protagonizada por Trufautt), película basada en el cuento La habitación de los muertos, de Henry James. En la historia de ese viudo que se niega a aceptar la muerte de su amada, en ese registro pasional de un duelo patológico que en el dueto Trufautt-James es reelaborado como un poema de imposibilidad de aceptación del final de la vida, estaba la posibilidad de pensar a La novia en sus escenas iniciales. Sin embargo, ese aura enrarecida lamentablemente muta en una película cuasi adolescente con una casa embrujada con espíritus, a la que llega una pareja de jóvenes enamorados con la intención de casarse. Así, la segunda parte de la historia  no funciona más que como pastiche de un terror globalizado en el que se licua la posibilidad de profundizar en la historia desde una mirada que de cuenta de las posibilidades propias del género .

Por otro lado, el realismo logrado con maestría en el film de Trufautt y en el cuento original de James era un  posible camino a seguir  pero la película no elige continuar por ese rumbo (lo que hubiera implicado una puesta en escena minimalista y por fuera de las convenciones más obvias del género que aquí se reproducen una tras otra). Por otro lado, algo en las actuaciones se empobrece con el cambio de época y lo que en el inicio es la búsqueda de un clímax por momentos logrado luego se transforma en una lógica que reproduce tópicos del género sin generar nunca la tensión deseada. En este sentido, la película oscila entre la repetición de clisés y la búsqueda de un tono que no logra trasmitir (o, poniéndonos metafóricos, podríamos decir que se le ven fácilmente los hilos). La novia peca de tomar demasiado en serio un material que debería haber procesado con gracia o con un registro mayor de autoconciencia de que lo que estaba contando ya se había contado miles de veces. Un punto a favor de la película es que tanto en ese inicio prometedor como incluso durante los momentos más logrados de tensión durante la parte que transcurre en la actualidad, uno de los aciertos por parte del director  es el uso de la duplicidad en la puesta en escena, como en la escena en la que aparecen las dobles de la joven novia y que genera un efecto de perturbación genuino ( algo que le falta al film pensado en su totalidad).

Como en una metáfora final del capitalismo en el que vivimos, hasta del padecimiento del alma de los muertos el capital producirá ganancias en forma de franquicias. Ni los muertos se salvan.

La novia (Nevesta, Rusia 2017), de Svyatoslav Podgayevskiy, c/ Victoria Agalakova, Vyascheslav Chepurchenko, Aleksandra Rebenok, Igor Khripunov. 93´.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: