jonh_wick_sin_control_pyDe acuerdo a la sociedad en la que nos hayamos criado, podremos reconocer algunos tópicos atribuibles al hombre básico, ese macho alfa que –se supone- todos deberíamos ser. Por ejemplo, en nuestro país hay principalmente tres cosas que representan al macho argento: las mujeres, el fútbol y los autos. El rechazo a cualquiera de ellas supone cierta desconfianza de la sociedad que puede considerarnos, como mínimo, poco hombres. Pero también existen tópicos universales que suelen atribuírsele a cualquier hombre residente en el planeta Tierra. A John Wick, el protagonista de Sin control -del que en el inicio no sabemos absolutamente nada más que su posición social, por medio de sus posesiones materiales- la vida y sus circunstancias le arrebatan mujer, auto y perro. Ergo, escarban en su lado macho-sensible, quitándole la base de todo aquello que lo hacía un hombre. Y John Wick de ninguna manera va a poner la otra mejilla sino que, al contrario, saldrá a devolverle el cachetazo a la vida de la única forma que sabe: haciendo uso quirúrgico de la ultra-violencia.

Este antihéroe es un hombre básico, puro instinto sin control, un asesino desatado persiguiendo aquella excusa gastada de tanto uso en el cine de acción: venganza. Y esa es la piedra angular de todo el relato: la acción estetizada al extremo, las violentas –pero correctas- coreografías, y una puesta de cámara tan acertada que consigue que en todo momento se comprenda lo que sucede dentro del cuadro. Buscar algo más profundo sería un error tan grande como pedirle a Reeves versatilidad actoral.

John Wick es un tipo de pocas palabras, aunque ello no lo hace reflexivo. Su silencio es el de un hombre que no tiene nada para decir porque su lenguaje es puramente físico, se comunica a través de la violencia, prefiere usar golpes y balas antes que palabras. No casualmente mientras trabajaba para la mafia rusa era conocido como “Baba Yaga”, un ser del folklore ucraniano adoptado por los rusos, quien deambula entre el mundo de los vivos y los muertos y suele ser cruel, aunque posee algunos rasgos de bondad. Wick es el ‘hombre de la bolsa’ moderno, de mirada fría y rostro impertérrito, el único tipo de personaje que Keanu Reeves puede interpretar decentemente gracias a su nula expresividad facial que, en este caso, definitivamente lo favorece. En estas peculiaridades –la escasez de palabras, el rostro inexpresivo-  John Wick recuerda vagamente al Jef Costello (Alain Delon) de El samurai (Jean-Pierre Melville, 1967).

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Wick también es un samurái, pero sin trabajo y sin un amo a quien responderle; o sea, sin un ronin. Y no es casualidad que el club donde va a buscar su venganza se llame, al igual que aquella película de Jean Pierre Melville, El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970). Los rastros de Melville en el cine de Chad Stahelski y David Leitch son más nonimales que efectivas. Sin embargo, lo más interesante de Sin control es que nunca se toma en serio ni intenta que el espectador la tome en serio. Los mafiosos rusos están caricaturizados, el protagonista avanza en cada secuencia subiendo niveles al mejor estilo videojuego, la acción física es excesiva pero perfectamente planificada. Cada golpe, cada disparo a la cabeza –y son muchos, inclusive para una película de acción-, cada danza de huesos rotos y cuellos quebrados se transforma en un goce para los sentidos, gracias a una puesta de cámara precisa y una estética oscura y posmoderna iluminadas con luces de neón. John Wick maneja las armas con una maestría inconcebible, las pistolas son una extensión de su cuerpo creando así una dialéctica carne-fierro como no se veía desde Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002).

Está claro que los directores de Sin control supieron sacarle provecho a su experiencia como dobles de riesgo y realizadores de coreografías de alto nivel como, por ejemplo, las de la saga Bourne o las Matrix. Apostaron todo a lo que mejor saben hacer –al igual que su personaje- y en ese sentido puede decirse que ganaron.

James Howlett, mejor conocido como Wolverine, comienza uno de sus mejores arcos argumentales diciendo una frase que lo define íntegramente: “Soy el mejor en lo que hago. Pero lo que mejor hago no es algo muy agradable”. Wolverine –al igual que John Wick- es un ronin de pocas palabras, un guerrero solitario, un asesino despiadado. Sabemos que lo que mejor hacen ambos –lo único que saben hacer- es asesinar impiadosamente, de manera cruel pero bella, con movimientos graciosos y agiles, ya sea con cuchillo, pistola o sus manos desnudas.

keanu-reeves-1219La motivación del protagonista para semejante masacre no convence a nadie, y si queremos que avance dejando un tendal de cadáveres a su paso, es solo para ver al hijo de un vory de la mafia rusa, al típico “hijo del poder” que exaspera con su arrogancia, pidiendo perdón de rodillas y  moqueando de miedo ante el implacable John Wick. No es fácil empatizar con un personaje que tiene una motivación débil –comparada con la ambiciosa empresa asesina que acomete- y una cara de poker constante, a menos que ese personaje sea el mejor en lo suyo, el Maradona de los asesinos. Y a pesar de que aquello en lo que se destaca no es algo muy agradable, no podemos evitar deleitarnos con esas ejecuciones-ballet tan eficientemente filmadas y mejor aún coreografiadas.

En estos tiempos de youtube y trailers al alcance de la mano (¿quién se imaginaba viendo avances de películas por estrenar, desde la pantallita del celular sentado en un colectivo?) es difícil no saber de qué se trata la película que vamos a ver, y más difícil aún es que el tráiler no te cuente toda la película en dos minutos. El recurso utilizado al inicio de la película –pocos diálogos, flashbacks y flashfoward, escenas que parecen inconexas- puede resultar interesante si el espectador nunca vio el tráiler y no tiene idea del argumento de la película, lo que lo enfrentaría a un personaje enigmático que puede ser un yuppie, el heredero de una fortuna o un asesino a sueldo. Lamentablemente esto no funciona porque ya nos vendieron de antemano que John Wick es un asesino experto al que nadie debe enfurecer, por su bien y el de quienes lo rodean. Y para colmo, como si estuviesen cansado de darle vueltas al asunto y apurados por llegar al hueso de las cuestión –o sea, piñas y tiros- para terminar de presentar y definir al protagonista, los directores eligen el recurso menos cinematográfico que tenían a mano: el antagonista les(nos) relata el pasado de John Wick, el mejor asesino de todos, el hombre de la bolsa de la mafia. Acá no hay personajes profundos ni ideas extravagantes. Entonces, no queda otra: palo y a la bolsa. Y eso es todo lo que necesita saber el espectador que va a ver Sin control; tiene que sentarse frente a la pantalla con ánimo lúdico y desprejuiciado, porque lo que va a ver es una película imperfecta que propone un juego, un subidón de adrenalina constante, que nunca pide ser tomada en serio pero invita a ser disfrutada a pesar de sus errores y lugares comunes.

Sin control (EUA, 2014), de  Chad Stahelski y David Leitch, c/ Keanu Reeves, Michael Niqvist, Alfie Allen, Willem Dafoe, 101´.

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