El terror se basa en la incomunicación.
Rodolfo Walsh – Ancla (1976).
Estamos atravesando una época en la que el rol del periodismo está siendo fuertemente cuestionado en el mundo entero, ya no solo por los especialistas sino también por los ciudadanos de a pie que cuentan con nuevas herramientas para comprender el alcance del poder mediático. Los medios hegemónicos, la prensa canalla, los periódicos amarillistas y los periodistas mercenarios están en el ojo de la tormenta, peleando por recuperar su impoluta –pero ilusoria- credibilidad de antaño.
En nuestro país, los lectoespectadores -como diría Vicente Luis Mora- hemos despertado hace relativamente poco tiempo hacia esta consciencia crítica de los medios dominantes. Pero la discusión entre intelectuales y estudiosos viene dándose desde muchísimo tiempo antes.
Ya en 1899 el periodista austríaco Karl Krauss lanzaba sus diatribas contra el periodismo desde su revista-trinchera llamada Die Fackel (La antorcha). Por su parte, en 1916 el filósofo alemán Oswald Spengler decía que, para la masa, la verdad es aquella que lee y oye a diario. Cualquiera puede analizar la realidad y reunir razones coherentes para establecer “la verdad”, pero seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública, la única que importa en el mundo efectivo de las acciones y de los éxitos, es producto de la prensa. Y lo que la poderosa prensa quiere que sea la verdad, lo será. Los dueños de los diarios y sus editorialistas producen, transforman y tergiversan verdades. “Tres meses de labor periodística, y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar”, aseguraba Spengler con convicción.
Fue el irlandés Edwin Burke quien, en un acto casi profético, designó a la prensa como “el cuarto poder”. Hoy sabemos con certeza que Burke no se equivocaba: el poder de la prensa es tan grande que puede no solo imponer agenda y torcer el rumbo de la opinión pública, sino también voltear gobiernos y apoyar dictaduras sin sufrir consecuencias a futuro. Y es por esto que la concentración de medios en manos de unos pocos empresarios facinerosos y el oligopólio comunicacional son hechos peligrosos que atentan contra los ciudadanos y el verdadero rol del periodismo.
Podemos decir, entonces, que el documental S. C. Recortes de prensa aparece en un momento bisagra de nuestra historia. Es posible que estemos ante un cambio de paradigma en el periodismo vernáculo, o cuanto menos en la mirada crítica generalizada de quienes lo consumen. Como sea, esta película es una herramienta más que ayuda a comprender mejor los mecanismos de la manipulación mediante la censura, la autocensura, la prohibición, la tergiversación y, en los casos más extremos y menos sutiles, la mentira flagrante.
S. C. Recortes de prensa reconstruye la gestación del periódico Sin Censura y el complicado periplo que tuvieron que atravesar algunos periodistas argentinos durante la última –y más sangrienta- dictadura militar y, por otro lado, aborda una temática por demás sensible para quienes recorremos el camino del periodismo: la complicidad de cierto sector de la prensa corporativa y los empresarios de medios con el gobierno de facto y sus genocidas. A través de imágenes de archivo y entrevistas con protagonistas de la época, la película revisa un fragmento del pasado más oscuro de nuestro país y, desde la reconstrucción de aquella publicación de la resistencia, analiza el rol de los medios de comunicación y la lucha de algunos trabajadores de prensa comprometidos con la verdad, la democracia y el mundo libre.
En 1980 un grupo de periodistas e intelectuales exiliados políticos deciden editar un periódico que tendría como misión contrarrestar el cerco informativo y la desinformación de los medios controlados por el entonces gobierno de facto. De esa manera nace Sin Censura, un medio de comunicación contrainformativo, gestado entre la clandestinidad y el exilio, que se editaba en Francia y se imprimía en los Estados Unidos. Sin Censura contó con corresponsalías en toda Europa y plumas de alto nivel periodístico y literario como las de Julio Cortazar y Osvaldo Soriano, entre otros. La tarea de estos periodistas era ser receptores de lo que estaba pasando en Latinoamérica y, desde ese rincón europeo del exilio, mover las fichas y los contactos para que el diario ingresara de manera clandestina a los países latinoamericanos, llegando de esa manera no solo a América sino también al resto del mundo, informando lo que realmente sucedía en nuestros silenciados y torturados países.
El documental invita al espectador a reflexionar y problematizar junto a los entrevistados el rol de los medios de comunicación y la construcción de la realidad mediante la información, ya sea como un periódico contrainformativo que reproduce a pequeña escala, o como un medio masivo de comunicación que calla y tergiversa la información, legitimando a un gobierno de facto.
Una crítica en la que coinciden varios de los periodistas entrevistados para con sus colegas es el silencio, ya sea por miedo o cobardía. El sector de los periodistas y los trabajadores de prensa fue, comparativamente, el más represaliado de aquella época: hubo más de un centenar de periodistas presos, torturados y en el exilio. Se amenazaban a los editores y periodistas o directamente se cerraban medios. Entonces, ¿por qué los grandes diarios callaban? ¿Por qué los periodistas no se solidarizaban con sus colegas que desaparecían o estaban siendo asesinados o torturados?
El documental también habla de la importancia que los dictadores le daban al poder de los medios de comunicación. No es casual que diarios como La Nación, Clarín, La Prensa y La Razón estuvieran bajo el mando de algún cuadro de la derecha muy cercano los golpistas o directamente recibieran órdenes de los altos mandos de la cúpula militar. Eran escasos los medios, como el Buenos Aires Herald, que se animaban a contar las atrocidades que estaba aconteciendo en los centros clandestinos alrededor del país.
En una escena clave del documental se pueden ver imágenes de archivo de la inauguración de la planta de Papel Prensa el 27 de Septiembre de 1976. Allí están Bartolomé Mitre hijo (La Nación), Ernestina Herrera de Noble (Clarín) y el represor Jorge Rafael Videla, posando para la foto con sonrisa cínica y mirada fría, sin saber que años más tarde saldría a la luz la manera irregular en la que se apropiaron de Papel Prensa y las denuncias de Lidia Papaleo de Gravier, quien dice haber firmado el traspaso de la empresa bajo coacción y tortura.
S. C. Recortes de prensa es una reflexión sobre la importancia y el poder del periodismo y la palabra, una exaltación de la militancia con la verdad y la información como herramientas fundamentales. El periodista Fernando Ferreira cuenta que aprovechaba para escribir notas en El Heraldo del cine, una revista de crítica que iba a todos los festivales del mundo, y en una nota sobre, por ejemplo, el cine de Orson Welles, mechaba opinión e información en contra de la dictadura o contra le represión. “Hablaba sobre Chaplin y le daba vueltas a las cosas para un contrabando ideológico, para decir de alguna manera, como podía, las cosas que estaban sucediendo”, confiesa Ferreira.
Cometen un error los realizadores al no explicar de manera más puntual quienes son los entrevistados que brindan su testimonio – solo aparece un videograph con su nombre y apellido, el resto lo deducimos de lo que cuentan de ellos mismos- por lo cual a un espectador desprevenido le costará a priori entender quienes son los que hablan y, por extensión, qué es lo que se está contando, a menos que se trate de periodistas muy reconocidos como puede ser el caso de Osvaldo Bayer. Pero a pesar de ese error típico del cine documental, la película tiene un ritmo y un montaje solemne pero adecuado, centrándose en lo que realmente importa que, en este caso, es la información sin vueltas ni artificios.
La voz off de Julio Cortazar -inconfundible por su entonación y su pronunciación “afrancesada” de la letra erre- abre y cierra el documental. A pesar de no ser un exiliado sino más bien un intelectual viviendo en el exterior, Cortazar fue de gran ayuda para los periodistas en el exilio. Él sugirió titular al periódico Sin censura, un nombre anti ortodoxo que según sus propios creadores “(…) obedecía al objetivo. Nosotros queríamos, en una región dominada por la censura y la autocensura como era la América Latina sometida a dictaduras militares férreas, hacer una publicación sin ninguna censura y que dijera la verdad sobre los hechos que estaban sucediendo en nuestra región”.
S.C. Recortes de prensa (Argentina, 2016), de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain, ’69.
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