Wild_river¿Qué se espera de una película estadounidense de 1960 en Cinemascope y a color producida por la Fox? Un espectáculo colosal. Más aún si se llama Río salvaje, título fluvial como el de Río sin retorno con la caudalosa Marilyn encausada por el parco Mitchum. La película de Elia Kazan en buena medida lo es, aunque no al modo de paradigmáticos kolossalshistóricos como Ben Hur y Quo Vaids, sino al de los espectáculos paradójicamente íntimos y sensibles a los cambios sociales, estéticos y psicológicos de la sociedad de consumo estadounidense de mediados de los 50 como Rebelde sin causa, aunque sin la distorsión expresionista encarnada por la actuación de James Dean. Montgomery Clift era más moderado o moderable, además de que en Río salvaje se impone cierto elegíaco tono bucólico sureño, pero las preocupaciones formales y políticas de Nicholas Ray y Elia Kazan tienen cierto parentesco ideológico y lírico.

La primera sorpresa del espectador consiste en vérselas -después del azul sensual en relieve de los estilizados títulos con solo de trompeta- frente a imágenes documentales en blanco y negro del desbordado río Tennessee llevándose puesto todo lo que encuentra a su paso y, a continuación, un tremendo testimonio en primera persona de su poder destructivo. Luego de ese comienzo, la ficción no podía hacer otra cosa que replegarse a cualquier lugar menos el de la reproducción sensacionalista del desastre, y ese lugar es el de la reparación social e individual del daño, vale decir el lugar del incipiente New Deal –el tiempo del relato es 1933- como estado de Bienestar. Clift es su representante, asignado a la zona para convencer a la única propietaria –una vieja que es lavieja porque es la (dueña de) la tierra- que no quiere vender los terrenos que habrán de inundarse cuando funcione la represa puesta en funcionamiento para evitar los periódicos desbordes descontrolados del río.

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Ese encuentro es también el del este -más Washington que Nueva York- culto con el sur salvaje, dramatizado por el vínculo romántico del protagonista con Lee Remick, ahijada de la matriarca. Aunque el conflicto tiene alguna que otra consecuencia violenta, la estructura narrativa, el manejo del tiempo –media película se ocupa sólo de las primeras 24 horas- y el arte –luz clara virando gradualmente a crepuscular, un segundo instrumento musical acoplándose al primero sin llegar nunca a configuraciones sinfónicas- privilegian la gradación antes que el estallido en concordancia con la valoración de las políticas sociales de Roosevelt en tanto complemento del individualismo liberal restringido cautelosa y momentáneamente en pro del bien común, que en este caso significa lisa y llanamente la vida de esa mujer y también la de los negros que trabajan para ella como esclavos que en buena medida naturalizaron su condición de tales porque nacieron siéndolo.

Río salvaje condensa cambios culturales complejos en situaciones concretas prodigiosas, como la del negro que prende y apaga apenas dos veces el interruptor de la luz cuando llega a su primera vivienda con electricidad, expresando el asombro del adulto que sabe de la existencia de un juguete desde chico y accede a él cuando ya no es tiempo de hacer grandes aspavientos. La justeza del gesto no elude la sensación de que ciertas cosas llegan inexorablemente tarde, así como tampoco deja lugar para la condescendencia (menos que la exaltación del progreso materializado en la generación de energía eléctrica, Río salvaje sostiene –incluso melancólicamente- la necesidad de la asistencia social así como la imprescindible regulación de los recursos naturales por parte del Estado).

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Río salvaje es hermana de Wind Across the Everglades (1958) en la que un funcionario de parques nacionales (Christopher Plummer) llegaba a los pantanos de la Florida a principios del siglo XX para evitar la caza indiscriminada de animales y el comercio no regulado de pieles, y conseguía sus propósitos sólo después de formar parte del entorno, involucrarse amorosamente, que en ambas películas significa ‘conocer’ en sentido bíblico, lo que da lugar a notables escenas sexuales, tironeadas entre la demostración y la alusión. El personaje de la película de Ray, por supuesto, corre el riesgo de perderse por completo encontrándose a gusto en ese caos primordial o siendo devorado por él. El de Kazan, por el contrario, nunca cambia ni pierde su traje, por mucho que se le embarre. Lee Remick es irresistible cuando saca a relucir la malicia sexual de su baby dollprecaria, y Montgomery Clift morirá apenas seis años (con 45) y sólo cuatro películas más tarde, 32 meses después del asesinato de JFK.

Río salvaje (Wild River, EUA, 1960), de Elia Kazan, c/ Montgomery Clift, Lee Remick, Jo Van Fleet, Barbara Loden, 112′.

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