Antoine Fuqua es de esa clase de cocineros talentosos a los que le dan ingredientes para hacer una suculenta hamburguesa y en vez de ponerse ambicioso y preparar algún plato gourmet opta por la hamburguesa y arma una lo suficientemente poderosa como para digerirla con buscapina, pero mientras dura la ingesta es irresistiblemente deliciosa. El año pasado El justiciero (2014), con Denzel Washington, fue un gran ejemplo de ello. Quizás King Arthur (2004) con Clive Owen lo fuera también. Revancha, si bien no adquiere las mismas dimensiones que El justiciero, bien puede encuadrarse dentro del mismo banquete.
Fuqua entiende en Revancha que las películas de boxeo (más que sobre boxeo) hollywoodense son todo un género en sí. Lejos de querer despreciarlo, “superarlo” o tomarlo como subgénero o género menor, lo reproduce en paradigmas serios intentando potenciarlo. En Revancha está claramente presente El campeón (1979) de Zefirelli, Rocky I ,II, III, V y VI de Stallone, Million Dollar Baby (2004) de Eastwood (con un guiño irónico a ese ojo malo que, al parecer, los entrenadores negros tienen) y hasta la maravillosa y subestimada Gigantes de acero (2011) de Shawn Levy.
Billy Hope, interpretado por Jake Gyllenhaal (sí, en el apellido nomás se nota que Fuqua no anda con grandes metáforas ¡y bienvenido sea!), es un treintañero sin muchas luces, nacido en las calles y criado en un orfanato, que ostenta el título semipesado de campeón del mundo por el Consejo Mundial de Boxeo. Lleva cuatro defensas. Es el gran campeón del pueblo. Sus peleas son sangrientas y performáticas. El tipo es un show en sí mismo. Siempre da espectáculo. Siempre pelea al límite. Sin embargo, el físico no le da más. Los años no le dan más. Los golpes no son vitamina. Le duele todo. Sangra por todas partes. Maureen, su bellísima esposa (la cada vez más infartante Rachel McAdams) criada con él en los orfanatos, le pide que deje el boxeo. La hermosa hija que tienen en común, Leila, y a la que la madre intenta alejar bajo todo contexto del mundo violento del boxeo en el que vive su padre, parece ser la excusa más definitoria para que Billy deje la actividad a pesar de las presiones de su carroñero manager (interpretado por 50 cent) y de un ambicioso peleador colombiano de apellido Escobar (siguen las sutilezas) que no para de provocarlo para que le dé la chance por el título.
Entonces sucede la tragedia (no hay ningún spoiler acá: sale todo en el trailer de la película). Billy pierde absolutamente todo: título, invicto, dinero e hija a manos de los servicios sociales, que lo consideran inestable para criarla solo. Pero, sobre todo y lejísimo del niunamenismo bobo de ocasión de Malena Pichot y émulos, Billy pierde su “cerebro”: la mujer que pensaba por él, que le ordenaba la vida. Casi a modo de simbiosis gelstáltica, Billy era los músculos y su mujer las ideas que guiaban esos músculos. Billy lo reconoce sin pudores y con un profundo sufrimiento en el alma. Por eso no sabe qué hacer, cómo decidir. Instintivamente, y después de haber caído a lo más bajo de sí mismo, vuelve a lo básico, a lo único que sabe hacer, en lo único en lo que se sabe bueno: el boxeo. Vuelve a un gimnasio de barrio buscando al entrenador (Tick Wills: interpretado por el siempre sobreactuado pero efectivo Forrest Whitaker) del único boxeador que según él lo había derrotado a pesar de que su manager arreglara la pelea para que él terminara saliendo ganador. Le pide trabajo. Le pide un lugar donde entrenar. Todo ahora tiene que ser cuesta arriba: recuperar a su hija y recuperar, al mismo tiempo, su identidad. Recuperar, cueste lo que cueste, una vida digna.
Fuqua filma rostros entonces. Filma el tallado cuerpo de Billy siempre magullado, moreteado, cortado, en proceso de recuperación. Filma el sudor, las lágrimas y la sangre de manera directa, inevitable más bien. Todo lo que le duele a Billy le tiene que doler al espectador. Fuqua filma además -como lo viene haciendo en casi todas sus películas- la paternidad: desde la biológica hasta la simbólica… filma relaciones de paternidad más bien. En Día de entrenamiento (2001) Alonzo (Denzel Washington) es una suerte de mal padre del novato Jake Hoyt (Ethan Hawke) al que busca corromper y termina, por el contrario, avivándolo en ese juego del gato y el ratón en el que deviene maravillosamente la película. En Ataque a la Casa Blanca (Olimpus Has Fallen, 2013) Mike Banning (Gerard Butler) hace una suerte de padre-amigo de aventuras del hijo del presidente de los Estados Unidos al que, entre otras cosas, salva de inverosímiles terroristas coreanos. En El justiciero (The Equalizer, 2014) Robert McCall, al contrario que Alonzo, pasa a ser una especie de buen padre que salva a la bellísima prostituta rusa Tari interpretada por Chloë Moretz rescatándola, no sólo de las calles y sus explotadores sino también de sí misma, junto a sus sueños y realizaciones. En Revancha Billy es un huérfano que busca en el mítico entrenador Tick Wills esa paternidad (más que ese padre) que nunca tuvo y que él traslada por momentos a Hoppy, el niño que entrena en el gimnasio; esa paternidad que traicionó su manager y que en cierta forma -erotismo mediante- su mujer supo compensar; esa paternidad a la que acude cuando más la necesita: cuando se queda solo en la (su) vida sin saber hacer otra cosa más que boxear para dejar de sufrirla. Esa paternidad que ahora debe demostrar con su hija si no la quiere perder para siempre y que, curiosa e involuntariamente, está siguiendo su mismo recorrido en la vida.
Pobreza, carencia, infancias terribles, un deporte cruel y al mismo tiempo extraordinariamente noble, una disciplina áspera que se vuelve una forma de vida, un entrenador sabio, el dolor, el sacrificio, el ascenso, la cumbre con su fama y dinero, la caída, la redención: el boxeo, sus boxeadores más bien, los que se destacan dentro de la disciplina, siguen en un 90% de los casos esta cadencia cíclica hasta la parte de la cumbre. Muchos, muchísimos, la siguen hasta la parte de la caída. Muy pocos logran sobreponerse en la parte de la redención. Allí, en caída y redención, es que las películas de boxeadores hollywoodenses marcan un peldaño decisivo para escapar del subgénero y transformarse tímidamente en un género en sí: allí radica su fuerte estético y emocional: allí el “sueño americano” se vuelve fisiológico y no una mera entelequia ideológica. Allí sudamos con Billy entrenando para su pelea final. Allí es donde todos lloramos con la hija de Billy esos 12 rounds sangrientos que le toca ver a su padre boxeando una última vez por televisión. Allí es donde el “Hope” es más esperanzador que nunca y el banquete fuquatiano tiene su mejor sabor: allí es donde el título original de la película, Southpaw, cobra un valor simbólico potente y delicioso como el banquete en sí: esa postura de “zurdo” que se vuelve decisiva en un universo donde “lo derecho” termina siendo una farsa burda de su propio recelo.
Revancha (Southpaw, EUA, 2015), de Antoine Fuqua, c/Jake Gyllenhaal, Rachel McAdams, Oona Laurence, Forest Whitaker, 50 Cent, Naomie Harris, 124′.
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Me encantó esta peli y la crítica! Jake y Rachel, pareja sexy! Una de las primeras escenas donde él la agarra de la cadera, ay… haaarmosa.