Para el espectador de a pie la tarea del productor suele ser absolutamente desconocida. Cuando yo era chico mi mamá me decía que era el que “ponía la plata”. Ya más grande, al hablar con alguien que trabajara en la industria del cine, solían contestar “hace de todo”, o el más elaborado “es el que hace posible la película”, respuestas que sin ser falsas no le agregan ninguna información al curioso. Con el tiempo y más que nada al vincularme con la práctica se aclaró un poco esa función. Un día uno resulta ser el consultado y lo que le sale decir es “hace de todo” o “es el que hace posible la película”. Extrañamente a la tarea más concreta del cine le corresponde la respuesta más abstracta.

Una tarea que de chicos sí creemos entender perfectamente es la de abogado. Es un entendimiento que nos fue dado, justamente, por las películas. Se nos vuelve más oscura con el tiempo, cuando empezamos a conocer abogados y resulta que ninguno jamás le habló a un jurado, ni gritó ¡objeción!, ni defendió a un asesino inocente, ni a uno culpable, ni vio ni un asesino, ni un ladrón ni una cárcel en su vida.

Se podría decir que un productor básicamente se dedica a hacer contrataciones. Desde las grandes contrataciones como la del director, los actores o los estudios, hasta las más chicas como la del taxi que va a llevar a un meritorio de vestuario a buscar un par de medias a diez cuadras del set en el medio del rodaje. Y resulta que una de las tareas de un abogado es asesorar sobre contrataciones. Dicho todo esto, la tarea de Julio Raffo no necesita mayor explicación, hace décadas que maridó su profesión de abogado con las producciones audiovisuales trabajando en asesoría legal y producción para películas tanto de bajo como de alto presupuesto.

Recientemente Libraria Ediciones en coedición con la ENERC publicó su último libro: La producción audiovisual y su respaldo jurídico, un título que aunque luzca abarcador le queda corto a un contenido que recorre todas las instancias de la producción de una película. El libro de Julio Raffo va por todo, intenta y logra ser un manual completo, exhaustivo y práctico de una producción cinematográfica. Los armadores de la currícula de las carreras de cine ya seleccionarán los capítulos que en poco tiempo se reproducirán en las fotocopiadoras de todas las escuelas del país.

Los capítulos de la primera parte (de las cinco en las que está dividido el libro) sin duda cumplirán ese destino. En ellos el autor completa una guía de todas las áreas qu e se desempeñan en una película, cuáles son sus tareas habituales y las diversas maneras en las que se plasman en producciones de distinta envergadura. Esta última diferenciación es fundamental. Si bien pueden identificarse las mismas áreas en producciones chicas o grandes, las tareas y, más que nada su división, es radicalmente distinta de acuerdo al tamaño de las producciones y a las particularidades de cada una: la cantidad de actores, si es mayormente en interior o exterior, si se realiza en estudios, si es una película de época, etc.

Raffo atiende a estos detalles desde un lenguaje y un manejo de las opciones que denotan una trayectoria profesional práctica, formada en la experiencia. Al mismo tiempo arma una visión total de lo que es una producción que puede usarse para cualquiera de ellas a partir de diagramas claros y específicos. Quizás deja de fluir el texto cuando incorpora algunos conceptos de la filosofía como analogías o explicaciones. Deja un gusto a algo forzado, a una muestra de cultura para la tribuna.

Así como nadie sueña con ser crítico, nadie entra a una escuela de cine soñando con ser productor. Los problemas de la producción son aquellos que no aparecen en la idea de una película aficionada, pero no paran de aparecen en la concreción. Por eso esa tarea tan misteriosa se vuelve tan clara a medida que se practica la actividad. El libro de Raffo tiene el tino de tomar la producción desde el momento de la idea de la película, de forma de no dejar afuera la dimensión artística, de no convertirse en una enumeración de procedimientos. Ni la producción es un mal necesario ni el arte es posible sin producción, los problemas seculares son parte de la creación. Esta reivindicación de la producción no cae en el “produccionismo”: en el capítulo Los riesgos y las seguridades en la labor del director contrapone la visión del director artesano, el correcto hacedor que entrega un producto limpio y vendible, con el director artista, el que toma riesgos pensando menos en la película como producto y más como resultado de un riesgo personal. La tarea de un buen productor no va necesariamente por un lado o por el otro sino por saber leer la situación y adaptarse a ella o, mejor dicho, hacer la situación adaptable a las condiciones prácticas.

Algunos abogados suelen decir que en su profesión hay que saber economía porque sino los contadores te pasan por arriba. De la misma manera, un cineasta tiene que conocer la estructura del negocio en el que trabaja. Es alguien que realiza una actividad económica, le guste a su ego de artista o no. En este sentido, la segunda y tercera parte (La producción como actividad económica y La preproducción y sus contratos) deben ser las más ajenas al estudiante de cine (¡y al crítico!) y por eso mismo las más interesantes. La segunda parte está dedicada al análisis puro y duro de la actividad cinematográfica como negocio, con los conceptos de inversión, costo y ganancia, y las distintas estructuras legales de una producción, incluida la relación legal con el INCAA que posiblemente merecía una extensión mayor.

Si entre las (no) respuestas habituales a la pregunta sobre la tarea del productor dijimos que “es el que hace posible la película”, es sintomático que la cuarta parte (El rodaje y la posproducción) sea por lejos la más corta. Podría parafrasearse esa frase diciendo que el productor hace posible el momento del rodaje. Obviamente esto no quiere decir que el productor no tenga tareas en el momento mismo del rodaje o en la postproducción sino que son de una naturaleza diferente a las que realiza antes, menos vinculadas con la labor de contratar y más con la de cumplir con los planes, puesta la atención en que cada momento que se pierde se traduce en presupuesto que se altera.

Las alternativas de distribución y exhibición, sus complicaciones y vericuetos nacidos de la singularidad de la mercadería comercializada completan el libro. Entre ellos es interesante el capítulo sobre la compra y venta de los derechos de autor a otros países, dado que la legislación aduanera trata estos derechos como cualquier otra mercadería, pero estos son intangibles por lo que se producen particularidades que convierten la ley y su interpretación en un juego lógico/lingüístico.

Esta quinta y última parte está vinculada al objetivo final por el que se hace una película: su exhibición (y la distribución como paso ineludible). Más de uno dirá que este no tiene por qué ser el objetivo del creador, que bien puede ser su pura realización como artista. Si bien esto es cierto, es por un lado una actividad muy marginal y por otro no está dentro del objeto de estudio del libro. Por más pretensiones artísticas o por más chica que sea una película, en general, el realizador pretende que sea exhibida en algún ámbito. Raffo deja bien claro que la actividad cinematográfica, al contrario que otras actividades artísticas en las que solo se explota el trabajo personal del creador, involucra la fuerza de trabajo de personas y ese solo hecho ya inscribe esa actividad en un marco legal laboral y, en la gran mayoría de los casos, comercial dado que el producto final es una mercadería. Esto no es algo que dependa de la voluntad de los realizadores ni de los actores ni de los técnicos, es un hecho derivado de que el acto se realiza en una sociedad regida por determinadas leyes y, repito porque es fundamental, se emplean trabajadores que tienen derechos por el solo hecho de vender su fuerza laboral. Los trabajadores no son solo los que trabajan directamente en la película sino todos los trabajos indirectos que construye el cine para otras actividades como fleteros, cocineros, mozos, personal de limpieza, etc.

Entonces, estas ochocientas páginas a las que el soñador ingresante a una carrera de cine puede parecerle un mal necesario describen, enseñan, concretizan y afirman la existencia del cine como actividad creativa, industrial, laboral y, lo más importante, posible.

Raffo, Julio; La producción audiovisual y su respaldo jurídico, Editorial Libraria, Buenos Aires, 2017 (Biblioteca ENERC – INCAA).

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