Dos ceremonias se encuentran en los extremos del recorrido de Pulsando la vida. La primera es individual: Marcelino Azaguate hace su ofrenda a la Pachamama antes de iniciar el viaje mientras la voz en off recupera, desde Huanacache, la transformación del lugar y la reinvención de los huarpes. La segunda es colectiva e implica la ofrenda al monte donde se encuentran las vertientes que proveen de agua. Pero si en el camino se postula la simultaneidad de la conexión tecnológica con las redes y con la espiritualidad y la Pachamama, el viaje que emprende Azaguate está marcado más por esto último. Si desde lo gestual esa sensación se amplifica (ver la camioneta en la que emprende el viaje y los lugares a los que arriban), desde la búsqueda esencial que emprende junto a Fabián Navarro, la relación con la tierra se profundiza. Ambos cumplen el recorrido para recuperar la memoria del folklore cuyano y no parece casual que muchas de las canciones que se escuchan sean motivos anónimos. En ese anonimato se refleja no solo el paso del tiempo, sino la consecuencia de una transmisión oral que derivó en coplas cuyo posible autor se ha disuelto en un colectivo mayor del que no se lo puede diferenciar.

El movimiento no solo ocupa el espacio de la autoría de las canciones. Aparece en la génesis de cada rito de la cultura popular, desde la forma en que se van moldeando en cada grupo social. Determinar ese origen, remontándose en el tiempo lleva a un punto en el que ya no puede registrarse quién pudo haber sido el creador (y de allí también puede deducirse hasta la idea de que “siempre estuvo ahí”). Las pruebas se dispersan a lo largo del documental: ¿De dónde provienen las formas particulares que adquiere la danza de la cueca? ¿En qué lugar se originaron las tonadas?. Las teorías la ubican como derivación de la zamacueca peruana (con la que compartiría un origen común con la chacarera como lo demuestra otro documental reciente, Salidos de la Salamanca) pero parece preferirse ese misterio que subraya Juan Falú. Que su origen se cifre entre las leyendas de la tierra y los espacios de las huayquerías, a fin de cuenta resulta indiferente. Si una misma tonada se repite con nombres y autores diferentes a uno y otro lado de la cordillera o incluso más allá de otras fronteras, el lugar donde todo se inicia, el nombre desde el cual todo empezó, deja de ser importante.

El trayecto geográfico de los dos navegantes los lleva de Mendoza a San Juan y de allí a San Luis. Su recorrido es uno de los tres vórtices en los que se apoya el documental: el de la exploración de las mutaciones producidas en una forma musical. Sus cruces son con otros músicos que recuperan las formas de la tonada desde la praxis. Tocan y cantan, atravesando historia y presente, como una exploración casi antropológica en donde se pasa de la tonada a la serenata a los amigos, a las voces de las mujeres que se abren paso en un universo masculino y el ingreso de instrumentos ajenos a la tradición como la batería. Las particularidades de la tonada malagueña y las cuecas cantadas en el Parque Cordón de Plata completan el recorrido panorámico en el que la interpretación del presente se referencia en nombres ilustres del pasado (Buenaventura Luna, Hilario Cuadros, Los Cantores de Quilla Huasi entre otros) a los que se actualiza y se da continuidad.

Un segundo vórtice trabaja sobre lo musical desde una exploración más teórica relacionada con la tonada. Son músicos quienes recuperan esas modulaciones. Desde Armando Navarro a Fernando Barrientos, de Luciana Jury a Julio Paz, lo que se resalta son las características que le dan identidad propia de género. Pero es en la intervención de Juan Falú donde esos planteos adquieren otra precisión. No solo por la necesidad de que la tonada “se mantenga en una zona misteriosa”, sino porque desde su perspectiva, constituye una unidad estética. Más adelante, esa noción se hará más precisa aún. Cuando señala que el concepto de la música cuyana es el de una música de cámara, está señalando una diferencia con el resto de las formas folklóricas: allí, no solamente se expresa una identidad en la forma primigenia, sino también en la manera en que los arreglos la visten.

El tercer vórtice tiene que ver con la evolución histórica del género, asociada a las circunstancias sociales. Octavio Sánchez y Leopoldo Martí se constituyen en los guías fundamentales para comprender ya no solo las posibles mixturas que le dieron origen a la música cuyana, sino sobre todo, tratar de hallar una explicación al ascenso y posterior declive en su popularidad (entre ellos, no deja de ser sorpresivo que la caída del primer gobierno peronista aparezca como una señal de ese cambio). Lo interesante es que en este punto aparece una mirada más abarcativa que por momentos se toca con la visión de Falú (cuando se señala la forma particular de tocar y ensamblar las guitarras) y en otras explora un costado sociológico en lo relacionado con la negación de la cultura local por la influencia europea y el prejuicio sobre la música propia.

En esa cuestión, lo que aparece demostrado es una disolución de la identidad cuya manifestación más visible es la ausencia de tonadas (ya sea por prejuicio de los músicos o por imposición de la organización) en el Festival de la Tonada. Es desde allí que Pulsando la vida se constituye en búsqueda de recuperación y en herramienta de intervención para sostener la cultura del lugar y revertir la desidia y el prejuicio. De allí que, en cierto sentido, el documental se convierta en una tercera ceremonia en la que los músicos piden a la tierra ya no por la lluvia y las cosechas, sino por la preservación de sus tradiciones culturales.

Pulsando la vida (Argentina, 2023). Dirección: María Laura Piastrellini. Guion: María Laura Piastrellini, Ulises Naranjo. Fotografía: Carlos Indio Leiva. Edición: Pablo Cicchiello. Duración: 93 minutos.

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