Una de las cuestiones que parece haber “revelado” la emergencia de plataformas como Netflix como productoras de contenidos es que hay un público potencial importante para el género documental, al menos cuando hablamos de consumo hogareño. Ese descubrimiento de mercado –léase como una ironía- llevó a la industria norteamericana a la decisión de producir documentales, por lo menos en una de las líneas exploradas por las plataformas: la de las vidas y obras de personajes reconocidos, relacionados especialmente con la cultura. Obviamente, las apuestas son diferentes: las plataformas pueden enfocarse en personalidades conocidas pero para núcleos no necesariamente mayoritarios, confiados en la capacidad de reproducción que en los últimos años el periodismo ha incrementado para ellas en detrimento de otras formas como el cine; pero cuando se trata de productoras cinematográficas, la personalidad a retratar debe ser lo suficientemente universal para poder distribuir el producto en la mayor cantidad de países posibles.

El problema no es ni siquiera esa elección, sino las implicancias de un modelo de género que ha trasmutado. Pavarotti es, en ese sentido, una representación acabada de esa pretensión de documental aggiornado al gusto del consumidor de Netflix –porque a fin de cuentas, allí también terminará, más temprano que tarde-. Hay aquí un recorrido por la vida y la obra del personaje que se resuelve en la linealidad biográfica, apenas alterada por algún que otro salto temporal hacia un pasado que entra en relación con otra etapa. Pero ese recorrido, amable y entretenido por el descubrimiento de la puesta en sucesión de la historia, no conduce a nada más que lo ilustrativo. Esa acumulación abrumadora de material –que es un signo de los nuevos tiempos de este tipo de documentales, como se puede observar en obras como  Bombshell: The Hedy Lamarr Story o Becoming Cary Grant o Jane Fonda: Life in five acts -o incluso en productos algo más periféricos como María by Callas o Ingrid Bergman in her own words– en realidad, solo funciona como una especie de compendio, de resumen más o menos apretado de la trayectoria del personaje Pavarotti. Una suerte de grandes hitos en los cuales recalar pero como estaciones de una vida (la infancia en la posguerra, el canto compartido en un coro con su padre, el azar por el que llega a su primer rol protagónico, la explosión masiva que supuso los conciertos de Los Tres Tenores, la relación con sus mujeres), sin ninguna pretensión de ir más allá de ello. De allí que pueda entenderse que este tipo de documentales trabajan sobre una estructura narrativa que en principio puede parecer propia –aunque esté más relacionada con el modelo televisivo al estilo National Geographic- pero que en realidad es ajena, en tanto toma como base las formulaciones tradicionales de una biopic de ficción trasladada hacia otro género (no es difícil imaginar que una ficción industrial sobre el mismo personaje, seguramente tomaría una gran proporción de los hitos en los que se basa el documental).

Un documental como Pavarotti es, entonces, una apuesta carente de riesgo. No hablo del riesgo comercial, en tanto se intuye como producto de un cálculo previo. Tampoco de la posibilidad de establecer una visión menos condescendiente y amable de Luciano Pavarotti (lo más cercano a una disidencia es cuando Bono señala que era “un gran dominador emocional”), ya que no se trata más que de una versión biográfica “autorizada” (lo cual es otro de los grandes problemas del documental industrial: basta ver cómo una personalidad tan interesante como la de Quincy Jones se desdibuja en el retrato que hace su hija en Quincy). En todo caso, el riesgo no asumido es el que implicaría salir del pastiche biográfico inconducente, para sumergirse en las complejidades del ensayo. O lo que es lo mismo, acomodarse a la idea que el objeto de la mirada del documental es Luciano Pavarotti entendido como un personaje central de la cultura universal durante unas cuatro décadas, y no una idea que se proponga a partir de ello. Algo parece encaminarse en algún momento, cuando se pone el foco en la conversión de un tenor lírico en una especie de rock star, pero es apenas una superficie que se roza y que parece no querer profundizarse por temor a la dispersión que podría generar en el público. No parece casual ese coqueteo con el tema, en tanto el propio Ron Howard intentó explorar –con resultados lamentablemente similares- esa veta en su documental sobre Los Beatles, Eight days a week, en el que se centraba particularmente en los años en los que el grupo conquistó, literalmente, el mundo.

Hay un problema adicional que subyace a estas construcciones. Tanto en Pavarotti como en la mayor parte de los documentales mencionados, se tiende, en la acumulación de material gráfico y sonoro, a la saturación de la totalidad, al uso de todos los recursos audiovisuales disponibles hasta su agotamiento (que la mayoría de ellos trabaje sobre materiales personales y archivos familiares en combinación con lo público ayuda a ese propósito): el documental actúa como apertura al mundo de Pavarotti, pero también trabaja sobre el intento de clausura, es decir, sobre la imposibilidad –o al menos de generar esa sensación- posterior de volver sobre el personaje y hallar nuevos materiales. Esa decisión implica un riesgo, un peligro aún mayor: si alguien intentara formular una idea diferente, volver desde el ensayo cinematográfico sobre el personaje, se encontraría con que el material visual y sonoro ya se encuentra encajonado en un documental como éste. ¿Qué habría de nuevo para ofrecer que no sea una relectura de lo que ya vimos? En ese punto, esta medida del documental industrial obtura, en todo lo posible, cualquier otro intento de recuperar al personaje desde otra complejidad y condena a cualquier intento independiente a la subsidiariedad de un proyecto pretencioso, pero lavado, como éste.

Pavarotti es, desde su propia construcción, un producto seriado que pretende dar cuenta de un personaje popular, sin decir nada que el seguidor –o no tanto- no sepa. Un caso paradójico en el que se dispone de todos los medios posibles –a fin de cuentas, Pavarotti se convirtió en estrella en pleno desarrollo de la imagen a escala global- para hacer algo, y todo lo que se hace es construir una sucesión despersonalizada de hechos, entrevistas y comentarios que no hacen nada para mostrar la dimensión del artista. Ni siquiera para llevar el mito a niveles inalcanzables. Pavarotti es una nada disfrazada de mucho, un continente lleno de imágenes, pero vacío y pobre, poco original y que no pretende en ningún momento presentarse como un producto diferente a otros. Es solo otro más de una serie industrial destinada al entretenimiento y, lamentablemente, solo eso.

Calificación: 5/10

Pavarotti (Gran Bretaña/Estados Unidos, 2019). Dirección: Ron Howard. Guion: Cassidy Hartmann, Mark Monroe. Fotografía: Alex Baumann, Michael Dwyer, Patrizio Saccò. Montaje: Paul Crowder. Duración: 114 minutos.

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