Si alguna vez viste Irreversible de Gaspar Noé, el argentino al que a muchos les seduce denominarlo franco-argentino, sabrás que es la película de “la violación”. Y si no, hacé la prueba. Preguntale por Irreversible a quien quieras, y verás que casi todas las respuestas de quienes la vieron serán la misma, la de “la violación”. Eso pasa porque aquella película, más allá de otras cuestiones que pueden ser analizadas, parece ser una excusa para mostrar ese acto de mierda. Irreversible, con aquella escena larga y tortuosa (entre alguna de las descripciones posibles), colocó a su director en un pedestal al cual muchos rinden culto y llenan de elogios, y al que otros desearían utilizar para el tiro al blanco.
La tradición de Gaspar Noé, desde entonces, consiste en generar experiencias tortuosas, jodidas, para probar la resistencia del espectador. Y sus provocaciones, para quienes las soportan y se emocionan con sus finales, han sido destinatarias de grandes críticas y admiración. Gaspar Noé, entonces, pretende tener un ojo especial para hacernos entender esa violencia horrible que sus películas gustan mostrar. Sus trabajos, incluso, han sido el puntapié para análisis “profundos” sobre un montón de cuestiones “importantísimas”, a las que el mundano reacciona cubriéndose los ojos, o simplemente huyendo de la sala antes de finalizada la tortura.
Clímax, su última película, como no podía ser de otro modo, también viene en la misma senda: queriendo provocar, con ese aire de “re loca”. Basada en hechos reales que no fueron así ni de cerca, la película arranca presumiendo. La primera escena (larga por demás) es el casting realizado para la misma película, que ahora simula ser el casting de la “trama”. Quizá resulte una buena manera de ahorrar plata, o de justificarla, el mostrarse a sí mismo diciendo que los protagonistas, al estar jugándose su trabajo, se muestran con mayor dramatismo y realidad. Yo que sé, a la hora del divague todo análisis es posible. Como cuando existen esos finales “abiertos” que derivan en diversas teorías por parte de los aduladores, pero que, perdonen, casi siempre reflejan la falta de capacidad para cerrar bien una historia. Pero volviendo a lo que nos ocupa, en este inicio económico de Noé se pueden ver, en los límites del plano, los títulos de otras películas y novelas, la cuales no hay que ser un estudioso del cine para relacionarlas con la historia que estamos por ver. Se viene sangre, morbo, bailarines, sexo… ¿Y qué se les pregunta a estos postulantes en este arranque? Lo clásico a la hora de intentar provocar. ¡Adivinen! Sexo, drogas, bla, bla, bla.
Después de diez minutos de casting llegan más títulos, y luego la película arranca otra vez, pero ya inmersos en la historia, o en la situación, porque verdadera historia hay muy poca. Tenemos a unxs veinte bailarinxs, bien pero bien estereotipados, en una coreografía de siete minutos sin duda filmada con maestría: un plano secuencia milimétrico de una cámara que baila entre los protagonistas, sin fisuras, donde las actuaciones (malas) son justificadas por esos movimientos ya vistos en cualquier programa como el de Tinelli.
¿Por qué malas actuaciones? Porque cuando dejan de bailar, muchos de los bailarines se acartonan y marchan hacia lo grotesco, siguen con esa sensualidad, ese erotismo y locura (¿lisérgica?) en sus movimientos. La coreografía simula el ensayo de una obra que los bailarines conocen pero nosotros no, de la que nunca tenemos elementos para juzgarla. Lo que sí llama la atención es esa coincidencia en los desplazamientos, los del baile actuado, con los “naturales” de esos personajes después, cuando ya no están ensayando. ¿Qué es lo que les pasa? ¿Están drogados desde el vamos? Eso no puede ser, porque cuando termina el ensayo todos se felicitan por lo perfecto que salió, y hasta un Maradona dijo una vez que drogado las cosas no salen bien. En Clímax todos se mueven igual con falopa o sin falopa, simulando una coreografía o actuando con naturalidad. Si el parlamento de alguno de los protagonistas no avisa, si varios planos no lo resaltan, la sangría con falopa no pareciera ser la responsable de desatar la “no trama” de Clímax.
«No trama» porque lo que tenemos en Clímax son veinte bailarines drogados, y no veinte historias como presumen presentar. Salvando tres que sí ocurren en los límites del escenario, el resto transcurren en la cabeza de los personajes, o en lo inmediato y espontáneo, para lo cual el espectador no necesita saber nada, y para las cuales cualquier personaje sería lo mismo. Son personas drogadas en una coreografía bien llevada. Y la verdad, en el siglo XXI, es difícil pensar que esto sea provocador, novedoso, vanguardista o la chupada que gusten. Clímax, en este sentido, es una noche que se repite a montones a lo largo y ancho del planeta, y encima, para un provocador como Noé, con un resultado bastante rendidor.
La ambición estética de Clímax es lo que funciona, y a decir verdad, sostiene este nuevo experimento. Las cámaras, las luces, el sonido, los planos, todo protege a la perfección ese viaje de pepa que para los que saben del tema no sorprende ni suma. Incluso, hasta podría decirse que Clímax es una de las películas más cuidadas y recatadas del Noé. En ella el espectador se excita antes que los personajes, que se frotan y se frotan y llegan muy tarde a consumar las escenas de sexo. Hay sangre y escenas tortuosas, como la protagonizada por la embarazada, pero al lado de lo visto en Irreversible todo es muy light.
Plantear un debate sociocultural, sexual, racial, político o similar a partir de esta película de Noé es legitimar esa falta de argumento. Pero es, también, caer en las trampas que el director desparrama para desencadenar un debate infinito, imposible y del que la película siempre saldría indemne. Porque la película no arriesga, la película nunca se mete en problemas. La película se desenvuelve sin sorpresas. ¿Qué puede pasar con veinte tipos drogados y encerrados? Lo que pasa en Clímax, claro. Se mandan cagadas. Entonces, lo peligroso de esto es establecer una nueva normativa social. ¿Por qué de los veinte bailarines no hay ninguno que no tome alcohol? ¿Por qué todos tienen ese amplio gusto sexual? Hay muchos más porqués que podrían acribillar el mundo de Clímax. Pero Noé se escuda en eso, en su utilización de las minorías, en aduladores de lo que no tiene remate, y en gustos que muchos años atrás no encontraban canales de libre expresión, pero que ahora empiezan a pelear por el monopolio de lo “normal”. Quizá sirva para eso, para meter en el cine situaciones jodidas, estirando así el rango de lo que uno puede soportar. Favorecer el campo de los que vengan atrás con temáticas parecidas… Lo cierto es que bailarines, LCD, tetas, incesto, homosexualidad y todo lo que muestra Clímax, ya se vio antes. No tenemos historia, no hay nada que conocer, no hay giros inesperados… Todo muy pacato.
Calificación: 3/10
Clímax (Francia/Bélgica, 2018). Guion y dirección: Gaspar Noé. Fotografía: Benoît Debie. Montaje: Gaspar Noé, Denis Bedlow. Elenco: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile, Giselle Palmer. Duración: 97 minutos. Disponible en Netflix.
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