TrialOnTheRoad1webControl en los caminos (1971), la segunda película de Aleksei German, transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, mayormente duramente la primera parte del enfrentamiento entre alemanes y rusos, cuando los partisanos tuvieron que defenderse de la invasión que vivía su país. Los datos y el contexto, como pasa en general en el cine de German, son escasos y fundamentales.

A los pocos minutos de empezada la película, se encuentra una pequeña escena que funciona casi como una viñeta, un pequeño cuadro de esos que pueblan el cine de German. Todavía no apareció el (supuesto) protagonista de la película, tuvimos apenas una voz en off que ambientó algunos datos al principio del metraje (y que no vuelve a aparecer en el resto de la obra) y de pronto nos encontramos con una caravana de alemanes que avanza por un camino nevado y que está siendo vigilada por un grupo de partisanos rusos. Los alemanes avanzan entre aburridos y cansados, los rusos los miran con odio. Poco después se desatará un ataque de los partisanos al pequeño grupo alemán, que resulta sorprendido por el ataque y sufre muchas pérdidas. Es durante ese ataque que se da la escena, apenas un momento al pasar que me sorprendió y conmocionó profundamente.

Llegué al cine de German por una oscura recomendación que, por alguna razón, surtió efecto. Sentado en una sala en un ciclo especial, Control en los caminos era la primera película que veía de este director ruso del cual no sabía prácticamente nada, y del cual sigo sin saber demasiado. La película (y, para mí, German) se abre con un par de primeros planos de hombres mayores, cansados, golpeados por una lluvia torrencial, que miran incrédulos algo que todavía no alcanzamos a divisar. Están parados en un campo vacío. Un par de hombres de uniforme (más primeros planos) los miran y se mueven con autoridad por el espacio: unos surcos, la tierra pisoteada y mojada. Un camión se acerca y descargan una manguera por la que sale un líquido sobre un agujero en la tierra. El blanco y negro es perfecto, pero es la voz en off (ese señuelo que podría hacernos creer que vamos a tener un narrador que nos introduzca en este universo, un guía que nos lleve por este territorio) la que explica: cuando los alemanes invadieron, obligaron a los campesinos a juntar todas las papas, echarlas en un mismo lugar y después las rociaron con nafta. Era la estrategia de los alemanes: destruir la vida de los pueblos para poder así destruir a los partisanos. Después, la cámara se eleva, la grúa revela un campo enorme, el camión se aleja y los dos campesinos se van caminando bajo la lluvia. Las papas no volverán a aparecer en la película.

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Pocos minutos después, pasados los créditos, llega la escena del ataque al pequeño contingente alemán. Escuchamos los disparos y vamos viendo cómo los alemanes caen muertos. Adelante del grupo va un camión lleno de combustible. El camión se prende fuego y el conductor frena y baja lo más rápido que puede del vehículo. Se saca el saco, que está envuelto en llamas, y se tira con el cuerpo contra la nieve para cubrirse de la explosión. El camión estalla. Fue en ese momento en el que se reveló la genialidad de German: no vemos una gran explosión ni una nube de humo ni pedazos de nada que sale volando, ni siquiera la reacción de los alemanes o la felicidad de los rusos frente al éxito de su ataque. El camión estalla y la cámara se detiene en un plano general de un carro tirado por un caballo, en el que iban atadas un par de vacas (vacas que, como sabemos, habían sido robadas a los campesinos rusos). Cuando explota el camión, lo que vemos en pantalla es la reacción de los animales frente al ruido: el caballo atado al arnés pega un salto en el lugar e intenta correr pero no puede moverse; las vacas también se sacuden y después se echan a correr. Filmar en una película de guerra la explosión de un camión en la reacción que genera en un par de vacas y un caballo es apenas un ejemplo del arte de German, pero ya lo revela todo.

Mi primera reacción frente a esa escena (que dura lo que dura una explosión, apenas un par de segundos) fue de simple maravilla: no podía creer lo que acababa de ver. Es la primera vez, pensé, que veo en una película cómo un animal se asusta frente a una explosión. Algo del pensamiento no anquilosado, del cambio de perspectivas, del realismo irreductible de esa escena parecía casi inverosímil. Y, por otro lado, una vez vista, casi inevitable. Algo en esa escena encerraba una verdad evidente, punzante e imposible de poner en palabras. Por un segundo pensé que se trataba simplemente de la gimnasia compasiva de mirar una guerra desde la perspectiva de otras especies que se encontraban presenten en el hecho pero que siempre fueron ignoradas. Pero eso sería (veo ahora) demasiado fácil.

Cuando el camión explota, uno de los partisanos rusos mira la escena y al ver a las vacas, de pronto reconoce entre los animales que corren despavoridos a su querida vaca Rosita, que los alemanes le habían robado. Emocionado, angustiado por recuperar su vaca, el ruso deja caer su rifle, sale de su escondite detrás de un montículo de nueve y se echa a correr por el bosque detrás de la vaca, que está demasiado asustada como para escuchar o mirar atrás. El hombre corre entre la nieve: “Rosita, Rosita”, y la vaca sigue adelante. De pronto, el hombre recibe un disparo en el pecho y cae con la cara contra la nieve.

Termina la escena.

proverka002Las vacas se pierden en el bosque, el campesino pasa a ser otro entre los muertos de la guerra y recién en ese momento, como si cayera por error después de haber tomado el sendero equivocado, llega el que podría considerarse el protagonista de Control en los caminos a la película. Lo que empieza ahí es otra cosa, que vuelve a girar y llenarse de bolsillos. Control en los caminos posiblemente sea (por lo poco que he visto) la película más “clásica” de German; para un espectador desprevenido casi podría pasar por una película de guerra. La ambientación está; el argumento, casi. Sin embargo, hay algo en el arte de German, algo que tiene que ver con la forma en la que dispone sus elementos en la película, que hace que su cine se vuelva más esquivo, más difícil, más desafiante, más amplio. Posiblemente, más aburrido. Mucho más enigmático. No se trata simplemente de que su talento sepa manejar con sutileza las profundidades simbólico/psicológicas a las que un cine marcado por la repetición (sea de Hollywood, sea soviética) parece renunciar antes de siquiera haber empezado. German no es simplemente un director mejor.

La precisión al incluir el miedo de una vaca no tiene que ver con la vivacidad del detalle o el grado de materialidad con el que trabaja. La materialidad lleva al cine de German hacia otros parámetros. Esa vaca que corre asustada por los bosques no es simplemente un detalle decorativo, un rincón en el fresco (enormemente amplio) que pinta German de la guerra. Hay algo que va más allá. Ese campesino ruso que corre emocionado al reconocer a su vaca no es un simple (aunque breve) episodio al pasar, no está estrictamente relacionado con la gran tradición clásica de conceder importancia a los personajes secundarios. Uno podría creer en un primer momento que el cine de German es un caso remoto de narración dispersa, de un cine (caído de la estratósfera) capaz de tomarse todo el tiempo que quiera en desviaciones y digresiones, pero hay algo en su coherencia, en el manejo del tono que nos permiten sospechar un arte diferente. Aquel campesino que muere con la cara contra la nieve no es un dato al pasar que la película agrega como para terminar de dar color al relato que quiere contar: la dignidad de la vaca que corre por el bosque (de tener su historia) sugiere, por el contrario, una insobornable horizontalidad narrativa que le permite a todos y cada uno de sus personajes (incluso algunos de otras especies) tener su lugar propio en un entramado que se vuelve denso y complejo. Por eso las historias (largas o breves, que no siempre involucran seres humanos) se van acumulando y ocupando el centro de la escena: una historia de amor nacida en el frente de guerra; la vida de un taxista en un pueblo; una viuda y sus tres hijos en una cabaña en medio de la nieve; un caballo que se come la corteza de los troncos con los que está armado su cobertizo; el dolor de pies de un soldado; un flashback heroico antiheroico. La lista sigue y, sospecho, podría ser infinita.

Probablemente esta sea la razón por la cual las películas de German resultan desconcertantes y hasta difíciles de ver: su cine abandona ideas narrativas que resultan muy básicas para nosotros y se adentra en territorios múltiples, modestos, complejos. Incluso cuando parece simple y clásico (Control en los caminos, creo, su película más accesible), esconde un arte que yo no había encontrado antes.

Aquí puede leerse un texto de Marcos Vieytes sobre el mismo director.

Control en los caminos (Proverka na dorogakh, URSS, 1971), de Aleksei German, c/Rolan Bykov, Anatoliy Solonitsyn, Vladimir Zamanskiy, Oleg Borisov, 96′.

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