Borg McEnroe es una gran película sobre el mundo del tenis y sobre el tenis como deporte de alto rendimiento. Pero también es mucho más que eso, ya que deviene en drama de tintes existenciales y en crítica furiosa al mundo moderno en el que vivimos, mundo gobernado por la más implacable lógica del mercado y que el tenis exacerba hasta límites inimaginables.
En su Abecedario de Filosofía, el francés Gilles Deleuze plantea que hay que pensar al tenis desde la lógica de los golpes innovadores que han modificado al juego a lo largo de la historia. De esta manera los inventores de golpes son los que transforman y determinan el propio desarrollo histórico del deporte. Si nos referimos a ese punto específicamente, no cabe duda que Björn Borg y John McEnroe son dos revolucionarios en el registro que tenemos en la actualidad de este deporte. Borg, el rey del fondo de cancha, y McEnroe, el genio loco del saque y red, funcionan como opuestos complementarios desde lo emocional y desde lo estético, y es ese contraste el que evidencia a su vez las similitudes, y potencia y enriquece esta sutil radiografia de un deporte devenido por momentos en pesadilla asfixiante.
Suerte de versión moderna de la icónica y fundamental Rocky pero insertada en el mundo del tenis, el verdadero protagonista de la película es Borg, el tenista sueco retirado en pleno apogeo de su carrera en el esplendor de los 26 años. Borg es uno de los hombres fundamentales del tenis en los últimos 40 años y, sin duda, representó un quiebre en el tenis masculino con ecos que llegan hasta hoy. El caso Borg y su retiro, cuando estaba en la cresta de la ola, encierra un misterio que la película logra sostener en su ambigüedad. En este sentido la figura de McEnroe solo sirve para contrastar las personalidades de ambos protagonistas pero lo que le interesa al director es pensar y trabajar sobre la introspección que soporta y sobrelleva el personaje de Borg. Cuatro veces campeón de Wimbledon, el tenista sueco interpretado de modo refinado y complejo por Svenirr Gudnason (notable y conmovedora composición que sostiene al film desde el inicio hasta el final) lleva consigo el peso de defender con éxito por quinta vez la corona en la catedral del tenis.
La película nos muestra a Borg obsesivo e introvertido, golpeando desde niño secamente la pelota frente a la pared de su casa, y luego nos permite observar el recorrido de ese joven desde su debut a los 15 años en el equipo sueco de Copa Davis, la relación conflictiva con su entrenador (en un momento de extrema tensión con su entrenador Borg, con sorna, le dice que no le vuelva a contar sobre sus tres cuartos de final en una escena que claramente remite a Rocky y la relación que el personaje de Silvester Stallone mantiene con Mickey, el personaje de Burgess Meredith). Ese choque de estilos entre ambos protagonistas es llevado a la pantalla de modo muy preciso, potenciando el contraste en ambas personalidades.
Borg McEnroe también habla de la soledad extrema a la que están condenados los deportistas en la esfera del alto rendimiento. Ambos tenistas se encuentran obsesionados con lo que viene a representar el otro, y esa envidia por ser el otro deviene admiración. El juego de Borg remite a la mecánica y la repetición (a pasar la pelota una y otra vez al otro lado) . La construcción de esa técnica se conforma con una interioridad a prueba de balas. La película muestra cómo fue el proceso por el cual el sueco aprendió a controlar sus emociones como parte fundamental de su juego (algo similar cuenta que le ocurrió a Roger Federer hasta ganar Wimbledon dos décadas después del retiro de Borg). Por su parte, si Borg es la frialdad y la caballerosidad al extremo, McEnroe funciona como su alter ego también desde lo estético. El juego de McEnroe se basa en la espontaneidad y genialidad de hacer lo menos pensado, con una gracia propia de la poesía más que del deporte mecanizado, estilo que a su vez conjuga con un trato muy poco acorde a lo que el mundo tan formal del tenis espera. Mc Enroe insulta a los jueces de línea, al público, a los rivales y esa conducta lo aleja de los parámetros convencionales de un deporte tan conservador en sus formas.
McEnroe tiene un juego explosivo adentro y fuera de la cancha. Adentro lleva al límite las posibilidades estéticas de lo que comprendemos como juego y es un revolucionario extremo siendo un purista de los golpes y de la técnica. Es quizás el artista más extraordinario que dio este deporte para quien escribe estas líneas (junto al propio Federer que quizás reúne una conjunción de ambos estilos y que quizás por ese motivo es una superación de ambos). El juego ofensivo de McEnroe, de saque y red, es de una improvisación extrema que merece ser observada con atención en la extraordinaria final que jugaron enWimbledon en 1980 (hoy en YouTube tenemos esa posibilidad). Uno podría pensar que, en ese sentido, la película podría haber trabajado con material de archivo para rendirle honor a la poético real que tiene el arte de estos dos jugadores extraordinarios, esa decisión osada de reconstruir la final con un inagotable clima de suspenso evoca el pasado de manera notable.
Al final de la película, Borg se acerca a McEnroe en el aeropuerto, luego de ganar el título de Wimbledon por quinta vez. No sabemos que se dicen esos dos gladiadores pero ambos sonríen estableciendo una rápida confianza recíproca. Pareciera ser el único momento en el que ambos se conectan con un otro. Ríen y se logran conocer. Podríamos pensar que esa escena, de un laconismo conmovedor, encierra una metáfora sobre el mundo del tenis y la soledad que este conlleva. Pensando en el mundo del tenis en la actualidad con Federer y Nadal (otros dos personajes que merecerían una película que les rinda honores), las figuras de Borg y McEnroe son fundacionales para entender esta disciplina en la actualidad. La película de Janus Metz no se reduce a ser una biografia laudatoria de sus protagonistas sino que encierra un cuestionamiento a ese mundo cerrado y asfixiante que, representado en la figura de Borg (el héroe del relato), en el crepúsculo de su técnica y de su gloria deportiva, no soporta más la presión de tener que jugar un juego en el que solo sirve ganar.
Borg, haciendo malabares frente a un precipicio, y McEnroe, dibujando en el cuarto del hotel el camino que él y su admirado rival tomarán en el torneo antes de llegar a la inevitable final, son solo signos que muestran la situación abismal de tener que estar a la altura de las sombras que ambos héroes proyectan. «Si no gano este torneo -dice en un momento Borg- nadie recordará que gané cuatro Wimbledon, solo recordarán que perdí el quinto». Cuando terminamos de ver la final filmada (y ojalá ver la final filmada les haga ver la final real) comprendemos que el temor del tenista sueco debe ser pensado en la lógica irrefrenable de un mundo extremadamente competitivo, a esa extracción de plusvalía a la que refiere Marx en El capital, a esa presión que a su vez afecta a los sujetos aunque sean millonarios y exitosos (en el fondo los deportistas no dejan de ser trabajadores). Borg (o la imagen que él proyecta) es protegido de ese temor excesivo por su arte, que excede la codicia cuantitativa de quienes convierten el deporte en un trámite burocrático y deshumanizado.
El enfrentamiento final entre Borg y McEnroe, en una batalla épica a cinco sets, es un acontecimiento extraordinario en la historia del tenis que merece destacarse por su relevancia y significación histórica. Luego de un primer parcial, en el que Borg es superado notablemente por McEnroe y por los nervios, el tenista sueco pasa adelante dos sets a uno, y en el cuarto set tuvo innumerables match points para cerrar el partido. Pero McEnroe se recuperó y llevó el duelo a un quinto y definitivo set. Cuando allí la lógica emocional hubiera podido inclinar la balanza en manos del tenista americano, allí el tenista sueco logro imponerse y ganar el título de Wimbledon por quinta vez. Al año siguiente Borg perdería la final de este mismo torneo en manos de McEnroe, retirándose en la cima de su carrera, con solo 26 años. La película nunca intenta comprender esa decisión y para eso (merito notable) no cae jamás en un psicologismo de manual sino que se mantiene en esa zona de ambigüedad y misterio, zona necesaria para cualquier acercamiento que intente generar preguntas más que encontrar respuestas.
Un punto altísimo de la película (podríamos pensar que es el primer gran film que trata de modo específico sobre el mundo del tenis) lo dan las actuaciones de Svenirr Gudnason como Borg y Shia Labeouf como McEnroe. La aparición de Stellan Skarsgård como el entrenador de Borg contribuye a darle al relato credibilidad y emoción en dosis muy elevadas. El misterio y la exigencia que planean sobre ambos protagonistas le da al film una importante complejidad política, problematizando el mundo deshumanizado en el que estos atletas deben atravesar sus días. Esa deshumanización extrema no es propia solo del deporte de alta competencia y, en el caso de Borg y McEnroe, ambos pueden transitar ese terreno incierto gracias a la poesía de sus golpes. Otros lamentablemente no tienen esa suerte.
Borg McEnroe (Suecia/ Dinamarca/Finlandia, 2017), de Janus Metz, c/Sverrir Gudnason, Shia LeBeouff, Stellan Skarsgård, Tuva Novotny, 107′.
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