En el comienzo no era el verbo, sino la boca. Y esa boca, la de un grupo de personas, recortada del resto de su cara, no dice palabras. O mejor dicho: se supone que las dice, pero no las oímos. Vemos el movimiento de los labios mientras se escucha The Shadow Of Your Smile en la voz de Tony Bennett. Una canción de amor que se transforma por el contexto: “La sombra de tu sonrisa/cuando te has ido/pondrá color a mis sueños/e iluminará el atardecer/Mira en mis ojos/mi amor y ve/todas las cosas adorables/ que eres para mí” dice el estribillo. El político suplantando al amor, al amante, a la pasión. Esas referencias, esos recortes, no son casuales. Si la transformación de la canción romántica puede entenderse como un hallazgo o un mérito, pone en evidencia, señala el camino por el que va a transitar Espacio gratuito la película dirigida por Carolina Azzi (co-directora de uno de los documentales más nefastos de las últimas décadas, El diálogo). La palabra, como esencia de lo político, es reemplazada por el silencio, la música o la retórica del slogan de campaña. La relación que se va a proponer se despega de cualquier tipo de diálogo para meterse de lleno en el terreno de las pasiones, de lo no pensado, como forma de entender la relación entre la política y el potencial votante.

El “espacio gratuito” al que hace alusión el título refiere a la publicidad política en tiempos de campaña, y a los minutos que la Dirección Nacional Electoral asigna a cada agrupación política para difundir sus ideas y candidatos. Desde hace años son el eje central de cualquier campaña, aún cuando tienda a conducir a la saturación por exceso, en su juego democrático (aunque siga la lógica del capitalismo: quien más tiene, más consigue). Pero su importancia no implica que sea el único aspecto de una campaña política.

El recorte que practica el documental es el de restringir su análisis a la publicidad televisiva gratuita. Esa postura define que carecen de importancia los espacios radiales gratuitos (hubiera sido interesante un planteo de por qué se los considera poco relevantes) a la hora de la elección y se omite toda referencia a la publicidad gráfica, acaso porque no es gratuita. Pero no considera, aún cuando son “gratuitas”, las apariciones de los candidatos en programas televisivos, radiales o en entrevistas en medios impresos. Ni siquiera, con el remanido planteo de que se hace campaña por las redes sociales, se interesa por ese canal de difusión. El problema entonces no es el recorte en sí mismo, sino su planteo como totalidad: “5 reglas para ganar una elección” es el subtítulo de la película, que de esa manera asume la preeminencia unívoca de la publicidad televisada por sobre cualquier otro elemento de posicionamiento de un candidato. De allí que, por decantación, se perciba en el documental una idea demasiado simplificadora de un fenómeno complejo en el que intervienen múltiples variables.

Las preguntas que, como posibles opciones, se formulan en esa suerte de prólogo que abarca los primeros minutos de la película resumen esa idea. Quiénes son los que, para el documental, “pueden ganar”. En una primera opción, “los que expresan mejor las aspiraciones de los votantes” si se piensa en la publicidad como una forma de mostrar los atributos y argumentos de los candidatos. En segundo lugar, si se la piensa como una manipulación, el que gana es “el que vende mejor el producto”. O puede ser el que mejor entiende el juego de “ratificar adhesiones y profundizar rechazos”. O, a veces, puede ganar “el que quiebra las reglas” de esa narrativa de la propaganda política. Pero lo curioso es que al documental no le interesa tratar de responder a esa pregunta, porque implicaría profundizar en variables que tienden a multiplicarse. Peor aún, no le interesa formularse preguntas, sino plantear afirmaciones como certezas que actúan, de nuevo, como simplificaciones.

Las cinco reglas tienen pretensiones de manual excluyente. Se basan en la experiencia que va de las elecciones de 1983 a 2015, trabajando sobre la construcción de una imagen de candidato. Más que una mirada cuestionadota sobre ese pasado, parece establecerse como pauta orientada hacia el futuro. Como el delineado de una estrategia que cualquier candidato debe seguir si quiere llegar al éxito. Más que criticar la repetición y el lugar común, hay una aceptación del mecanismo, como si las audiencias de los últimos treinta años fueran una masa inmodificable y exclusivamente maleable. Da la sensación que “Mostrar el país imaginado”, “Crear un mundo simple”, “Construir el votante ideal”, “Presentar al candidato” y “Hay que cambiar” son capítulos de un manual escrito por un gurú de campaña que debe seguirse a pie juntillas.

Pero hay algo peor en ese planteo que se afirma en ciertas “regularidades” o repeticiones en los ejes de campaña. Y es que esos elementos aparecen recortados del entorno en que se produjeron. Si en principio ello implica la imposibilidad de trazar una evolución de las formas que adquirió la propaganda política, genera a su vez, y como efecto inevitable, la dificultad para entenderlo en su complejidad. Para ponerlo en otras palabras, no es lo mismo una campaña del año 1983, con los militares en el poder y en una época pre-high tech (¿hay que recordar que en ese momento no existía la TV por cable, había solo cuatro canales de TV abierta, que la TV color apenas había empezado cuatro años antes y que no había computadoras, celulares ni Internet?) que una del 2015, con la profusión de canales para difundir una candidatura, de la TV abierta a las redes sociales. Y tampoco pueden compararse las campañas de un mismo candidato, pongamos por caso Carlos Menem, cuando busca acceder al poder que cuando intenta ser reelecto. Y por fin, tampoco es el mismo el impacto que podía tener el “espacio gratuito” en la década del 80, con el presente marcado por la persistente caída de audiencia de la TV abierta.

Ese empastamiento que produce la indiferenciación de los momentos en que fueron producidos los spots, se multiplica si se tiene en cuenta que no se plantean diferencias entre quienes resultaron ganadores y perdedores. Porque si esas reglas son para ganar una elección, al menos debió tenerse el cuidado de trabajar sobre el discurso de los triunfadores ocasionales para, desde allí, establecer con mayor criterio esa suma de elementos que constituyen una supuesta fórmula infalible.  Incluir a los derrotados no implica mayor pluralidad o amplitud de criterios: deja en evidencia la ausencia de rigurosidad para sostener la hipótesis original del trabajo, debilita forzosamente el resultado final y señala la necesidad de haber profundizado en ciertas líneas que apenas aparecen esbozadas.

Lo que queda es un pastiche que trabaja con la misma lógica publicitaria que le dio origen. Un montaje de escenas cortas, breves, ensambladas por una lógica de continuidad anticipada por la voz off que define cada una de las reglas. Una redundancia que se vuelve innecesaria entre el discurso explícito e implícito envasado en un formato cercano al videoclip: interesa más el ritmo de la sucesión de imágenes que encontrar y poner en relación detalles, símbolos, en una perspectiva menos marcada por la velocidad de esta época. Es en ese punto donde las aparentes pretensiones de Espacio gratuito como ensayo audiovisual se disuelven: la exploración es de superficie, su intención no es revelar ningún hallazgo, sino retomar categorías de estudios ajenos, para señalarlas como simples repeticiones.

Esa ausencia de mirada propia, de postura ante el objeto, sin embargo, es solo aparente. En verdad, el recorrido es de una doble vía. Por un lado, un evidente esfuerzo por des-historizar, por colocar en un entramado uniforme, sucesos de épocas diferentes, condicionados por realidades diferentes. Por el otro, la igualación de las figuras puestas en pantalla, como si cada una de ellas no hubiera ejercido, de alguna manera, una representación simbólica o real. Ambos elementos conducen a un mismo lugar: la creencia de que todos los políticos son iguales, que no existen diferencias entre ellos porque la publicidad muestra perfiles más o menos similares e imágenes que se repiten de unos a otros. No es casual, en este punto, que la película cierre con la misma canción con que empieza, pero ahora en la versión que cantó Sandro. Y aquella relación de amor entre la política y el votante del comienzo, ahora queda degradada a la decepción, cuando el estribillo dice “La estrella que nos vio ya se apagó/tal vez porque tu adiós me hará sentir/que si te hice mucho daño amor/fue que no te supe comprender/y yo tan solo guardaré de ti/la sombra de tu amor”.

De allí que Espacio gratuito se revela como elogio de la anti-política, al vaciar de todo sentido político a las figuras, reduciéndolas a su imagen y utilizando los mismos modelos propuestos por la publicidad. Es una película profundamente enraizada en esta época y en la concepción que el actual partido gobernante tiene sobre la política como hecho social: desprecia a la política como motor de cambio, como intercambio de ideas, como elemento esencial para la toma de decisiones que pueden mejorar la vida de la población. Para el documental de Carolina Azzi, la política es una cáscara vacía. Pero en concordancia con los momentos que corren, lo esconde, omite decirlo y sostenerlo en palabras para dejarlo en claro en la construcción de sus propios actos.

Espacio gratuito (Argentina, 2017), de Carolina Azzi, 58′.

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