Nueva York sin salida arranca como una previsible y formulaica película panfleto a favor de la mano dura y la justicia por mano propia en tiempos de Trump. En una época en la que Estados Unidos utiliza todo el poder de su aparato represivo para exterminar supuestos terroristas, siguiendo una doctrina iniciada con la caída de las Torres Gemelas en 2001, es normal que las ficciones policiales den cuenta de este estado de cosas con fines políticos e ideológicos. De este modo, las ficciones delinean una serie de tópicos que los espectadores consumimos como mero entretenimiento y por medio de ese entretenimiento a su vez consumimos y concebimos una determinada mirada del mundo. Algo de eso tiene Hollywood desde su nacimiento como industria, y desde que dejamos de ser espectadores ingenuos está bien que observemos esas cuestiones que no atentan en sí contra los valores estéticos de la obra en cuestión salvo cuando dicha obra se construye por fuera de una mera herramienta propagandística.

Si sabemos que Nueva York sin salida es producida por los hermanos Russo, los directores de la saga de Los vengadores (cuyo eje vertebral es el mundo que surge a partir del trauma de la caída del 11/09) y que el actor de este film no es otro que Chadwick Boseman (el mismísimo Pantera Negra en el universo Marvel), esta cosmovisión de un mundo arrasado por las fuerzas del mal y que necesita de justicieros que lo ordenen nos permitía imaginar cierto linaje propio del universo del film policial inaugurado allá lejos y hace tiempo por el Charles Bronson de El vengador anónimo. De esta manera, era lógico el temor de que Nueva York sin salida deambulara por los lugares comunes de la justicia por mano propia en un mundo devastado por el mal como pura entidad filosófica.

En la primer escena de la película vemos a un joven Andre Davis (Boseman) que debe enterrar a su padre, asesinado en cumplimiento de su labor de policía. Este chico traumado y atrapado por los lazos sanguíneos seguirá el camino de su padre y se convertirá a su vez en un modélico policía con todo el mandato del héroe cuasi superheroico a cuestas.  Hasta aquí, la película dirigida por Brian Kirk hace preveer un desarrollo chato, monocorde y sin matices, en donde los malos son muy malos y los buenos son muy buenos. Así llegamos a un (gran)robo de cocaína entre bandas narcos en un restaurant de Manhattan en el que algo sale mal y se desata una cacería entre los delincuentes y la policía. La persecución es filmada con maestría por Kirk y entonces comprendemos que la película no es solamente un montón de clisés sobre la inseguridad. A partir de ahí, la historia se construye sobre esta base muscular de vigor y adrenalina, que evoca la atmosfera del clásico film noir bajando la tensión cuando la acción disminuye y el guion corre detrás de la cámara de Kirk.

El film se construye sobre la idea de dos parejas opuestas entre sí. Por un lado tenemos al personaje de Boseman que, para investigar qué sucedió realmente esa noche, se une a la bella Siena Miller en la búsqueda de justicia, cerrando todas las salidas de Manhattan para que los delincuentes no puedan huir luego de la masacre de la que fueron víctimas los policías. Si bien esta línea argumentativa no es más que una excusa -ya que los delincuentes ni siquiera llegan a estar cerca de la posibilidad real de abandonar la isla-, esta decisión permite construir una sensación de encierro que es clave en el relato de Kirk. Por el otro lado está la otra pareja, la de criminales, que también es profundamente diferente entre sí: el torpe e irracional asesino a sangre fría junto al estratega que comprende que todo lo que en un comienzo es por demás evidente en el fondo no lo es. Ese descubrimiento es una pieza fundamental de Nueva York sin salida, ya que desde que comprendemos que los buenos no son tan buenos podemos empezar a observar lo precedente desde una perspectiva más compleja, como si Kirk decidiera discutir los preceptos ideológicos de cierto film policial clásico que se sostiene en una doctrina justiciera en donde la violencia no siempre va de la mano con la justicia. A partir de la descubierta complejidad de la trama luego de saber la verdad que develan los propios personajes, podemos contemplar a Nueva York sin salida como a un noble exponente de cierto cine de género que en tiempos de franquicias pareciera estar extinguiéndose.

En las escenas de acción hay alguna evocación de cierto cine de Michel Mann (Fuego contra fuego y División Miami se me vinieron a la cabeza debido al notable uso de las armas de fuego en el relato), y ciertos melancólicos ecos de la notable Los Ángeles al desnudo de Curtis Hanson. Si bien en el final el relato cae también en cierta redundancia de lo hablado por sobre lo filmado, termina diferenciándose de cierto cine contemporáneo de pura propaganda discutiendo sobre los estereotipos del bien y del mal, y construyendo héroes que no son tan buenos y villanos que no son tan malos, al fin y al cabo como ocurre en la vida misma.

Calificación: 7/10

Nueva York sin salida (21 Bridges, Estados Unidos, 2019). Dirección: Brian Kirk. Guion: Adam Mervis, Matthew Michael Carnahan. Fotografía: Paul Cameron. Montaje: Tim Murrell. Elenco: Chadwick Boseman, Sienna Miller, J. K. Simmons, Stephan James, Taylor Kitsch. Duración: 100 minutos.

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