99de23838d80cca371e116443c414a41El origen del mundo (más que una yunta de bueyes). Antes que el cuerpo, el sonido. Una sutil anempatía empieza a jugarse con el ingreso de las primeras imágenes. La música incidental apasionada y los gemidos que desde la diégesis sonora completan el fuera de campo visual no parecieran corresponderse del todo con los espacios sombríos que nos van presentando el marco de la acción a modo de rompecabezas. Apenas un recorte de esos dos cuerpos surge en los títulos como inserto entre los nombres. El orgasmo se consuma sobre una cama desecha y vacía que acompaña el título de la película. La primera voz que ingresa, aún fuera de campo, es la de la mujer y la pregunta es «¿Te hice daño?». «No», dice él. Una gota de sangre sobre las sábanas blancas antecede la aparición de los cuerpos sudados y fragmentados de dos amantes adúlteros, tal como se admite inmediatamente sin demasiados preámbulos.

Estas porciones de pasión consumada ocupan, al menos, tres niveles de significación. En una primera instancia, serán producto de la observación minuciosa de quien explora un cuerpo deseado y nuevo. El fuera de campo es, entonces, el misterio, lo que subyace a la piel, la carne y el sudor. Las líneas de diálogo pronunciadas por Esther (Stéphanie Cléau) revelan sin demoras la naturaleza de femme fatale que personifica, pero no será percibida por Julien (Matheu Amalric), absorto por su belleza amazónica. El primer plano en que los vemos juntos resalta la inmensidad de esa mujer aprisionando el pequeño cuerpo de ese hombre, contraste físico con el que Amalric ya jugó en Tourneé, su vital y colorida película anterior, que explotaba la belleza infinita de sus protagonistas.

Sería injusto compararlas ya que cada una responde a distintos registros genéricos (comedia romántica y melodrama noir). Igual se puede señalar que ambas se encuentran atravesadas por el cuerpo y las letras. Tourneé está inspirada en The Other Side of Music Hall, una serie de escritos que narraban en forma de diario las experiencias de Colette -novelista y artista francesa- como integrante de un espectáculo de music hall. El cuarto azul es la adaptación de la novela homónima de George Simenon, publicada en 1963. Simenon es un escritor con extensa tradición de adaptaciones dentro de la cinematografía francesa, que abarca desde los albores del cine sonoro hasta la modernidad, de mano de directores como Jean Renoir, Jean Pierre-Melville, Claude Chabrol (cuya influencia es notoria en la película) y Bertrand Tavernier.

la-chambre-bleue-cannes-2014-cinema-un-certain-regard-mathieu-amalric-En una segunda instancia, esas porciones de pasión se convertirán en los flashbacks de la declaración que Julien, en tiempo presente, está dando frente a un juez. Esta irrupción justifica la distancia experimentada por el espectador ante el cuadro amoroso, ahora convertido en trámite burocrático judicial. Precisamente una vez que el relato se instala en esta instancia, empieza a cobrar un tono solemne que lo enlentece, llegando a percibirse como una película extensa cuando en realidad apenas supera la hora de duración. Como sucede con los amantes, una vez que el cuerpo empieza a conformarse, abandonando su cualidad misteriosa, carece de interés.

En una tercera instancia se encuentra la posición histérica de Esther, que ya desde el comienzo le da entidad a «la otra» (la esposa de él), interrogándolo con detalles sobre sus reacciones y la forma de amarlo, como un punto de referencia sobre el que ella pueda completar su propia identidad y posición dentro de la relación. La presencia de Suzanne (Mona Jaffart), pequeña hija de Julien, resulta fundamental para desarrollar esta hipótesis. Amalric elabora este personaje y su relación con el padre con notoria perspicacia, completando lo silenciado por la película y sospechado por el espectador a través del montaje intelectual. En una única escena, Esther se atreve a confirmarlo y vemos a Julien actuando con violencia por primera y única vez en toda la película.

Una abeja se posa sobre el vientre de la amante. No la pica. Ella se ríe, es una reina, como ya lo confirma el collar de perlas que adorna su cuello desnudo y el resto de su cuerpo. Una abeja similar se posa, pocas escenas más adelante, sobre el helado de Suzanne. En plano detalle vemos su pequeña mano sosteniendo el cucurucho, la abeja contaminando el helado de color claro, e inmediatamente los gritos espantados de la nena que alteran la escena. Delphine (Léa Drucker), su madre, y esposa de Julien, observa al marido calmándola. Un primerísimo primer plano de su cara advierte algún tipo de incomodidad, sensación que más tarde puede replicarse en el espectador tras un montaje que une las piernas de Esther abriéndose -plano que por encuadre y explicitud no puede soslayar su evocación a El origen del mundo, del pintor realista francés Gustave Courbet- con la cara de la nena durmiendo, mientras un halo de luz la atraviesa creando un raccord de movimento con la apertura que exhibe la vagina de Esther. Suzanne es la otra para madre y amante. Una vez eliminada la esposa, el hecho de que la película evite dañar a la nena puede parecer un signo de corrección política, pero siguiendo la línea incestuosa presentada, puede responder a la necesidad que Esther tiene de una otra que le permita mantener su deseo insatisfecho.

mundoContrapuesto al cuerpo desnudo y fragmentado de Esther, el de Delphine se presenta en un plano general, vestida y llevando sobre su ropa un delantal de cocina. Entre la presentación de Esther y la aparición de Delphine ingresa Suzanne, la primera que nota el labio partido del padre. La nena lleva el mismo delantal que la madre. Delphine no es más fría de lo que puede ser Esther -y las dos tienen una belleza muy singular-, sin embargo aparece siempre absorta, detenida en algún pensamiento que la incomoda, sin gesticular demasiado, más bien con extrema pasividad. La única vez que la vemos semidesnuda, la posición de la cámara y el trabajo de luz ejercen una mirada cruel, exponiendo un cuerpo desgarbado, con los hombros caídos, convulsionado por la tos. Sin embargo, nada llega a calar hondo en la película, ni la pasión ni el desencanto. La puesta en escena en extremo autoconsciente de La habitación azul genera una frialdad y distancia que la coloca en las antípodas del exhuberante apasionamiento de su anterior película.

El cuarto azul (La chambre bleue, Francia, 2014), de Mathieu Amalric, c/Mathieu Amalric, Léa Drucker, Stéphanie Cléau, Mona Jaffart, Laurent Pointreaux, 76′.

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