Gimme Danger es una película extraordinaria sobre un personaje extraordinario, y nunca es fácil hacer grandes obras sobre grandes personalidades. Siempre existe la posibilidad de que el hombre extraordinario eclipse el intento de contar algo interesante sobre si mismo. ¿Qué decir de interesante sobre Iggy Pop? ¿ Como decir algo interesante sobre el creador del punk? ¿Qué podríamos decir de interesante sobre alguien que fundó un género y dio vida a esa actitud fundamental y fundacional que llevó adelante un movimiento radicalmente subversivo dentro de la cultura rock como el punk? ¿Y qué decir de la influencia en bandas fundamentales en la historia de la música popular de la segunda mitad del siglo XX como los Sex Pistols, los Ramones, The Clash, por mencionar tan solo a las más icónicas (enumeración siempre escasa e injusta ya que en esa lista canonizada perdemos de vista a otras bandas tan trascendentes como lo son Blondie o los Dead Kennedys y tantas más).
Sin Iggy Pop y los Stooges es muy probable que ese movimiento hubiera existido pero seguramente hubiera sido diferente (como si a la literatura argentina no le hubieran sucedido el Martín Fierro y el Facundo). El rastreo de esa influencia fundante es la tarea épica que realiza de manera virtuosa el bueno de Jim Jarmusch, aquí recuperando el brillo de sus mejores obras. Podríamos también pensar que Iggy Pop mejora a Jarmusch, que el personaje y la obra del creador de 1969 y The Passenger, entre tantas clásicos inoxidables de la cultura punk rock, mejora y humaniza al cine de Jarmusch. Iggy Pop «despalermiza» la figura de Jarmusch, o como sea que nos llega a nosotros la figura del director de Coffe and cigarrettes. El mayor mérito de este notable documental sobre la iguana radica justamente en que la historia narrada excede al personaje (así como el peronismo excede la mítica figura de Perón). El film utiliza el fenómeno y el talento de Iggy Pop para narrar una época en su gloriosa complejidad. De esta manera tenemos un registro cultural y polifónico de la historia del siglo XX, o de por lo menos una parte grandiosa de ese siglo (la década del 60, sin ir más lejos, en la que el surgimiento de la cultura pop y rock modifican la idea de juventud de modo radical y definitivo).
En Gimme Danger, por otra parte, no hay pose en el registro fílmico sino una admiración que deviene en mirada humanizada, y un trabajo virtuoso del montaje narrativo que permite que las palabras y las anécdotas narradas tengan su corolario en las imágenes elegidas. Para Jarmusch los Stooges son la mejor banda de rock and roll jamas vista y el logro fundamental de Gimme Danger es que uno termina de ver la película convencido de eso. Hay algo de la materialidad de ese cuerpo y esos ojos gastados de Jim Osterberg (así lo nombra el propio Jarmusch al inicio del film), cuando el director anuncia que lo va a interrogar acerca de los Stooges, que reluce potencia y tiñe todo el relato. Aquí vemos una banda por fuera de la idea de actuación y, más allá de que el personaje de Iggy Pop es realmente atractivo (Jarmusch sin ir más lejos ya lo utilizó, y de modo notable, en uno de los cortos de Cofffe and cigarrettes junto al extraordinario Tom Waits) y permitiría o habilitaría a que el film se enfocara exclusivamente en su figura, la película siempre evita caer en esa simplicidad para pensar a Iggy Pop dentro de la estructura de una banda, y a esa banda dentro de una escena (la rockera de fines de la década del 60 y comienzos del 70), dentro de una cultura y una época determinada.
Una de las claves de la película está en su inicio. Luego de mostrarnos uno de los tantos registros que revelan la autenticidad y ferocidad con la que los Stooges acostumbraban a sacudir la conciencia de sus espectadores en las presentaciones en vivo, Jarmusch nos dice: «Antes de 1973, The Stooges, a pesar de ya haber grabado sus tres revolucionarios álbumes, estaban literalmente desmoronándose. La crítica llamaba a su música bizarra, insana, desagradable, abusiva físicamente, decadente, subliteraria, amateur, poco imaginativa e infantil. Ahora, cuatro décadas después, The Stooges es uno de los grupos más influyentes de la historia del rock; pero en 1973 eran basura”. A Jarmusch lo que le interesa es escarbar en esa basura o, para decirlo de otro modo, pensar cómo algo que en un determinado momento fue basura para la industria cultural, con el paso del tiempo se transformó en algo valioso e influyente desde el punto de vista estético. En ese deambular de la banda por Estados Unidos, de modo harapiento y sucio (según palabras del mismo Iggy Pop), casi en ese final de camino en la primer etapa (la fundamental, por otro lado) en la que los miembros de los Stooges vuelven extenuados y al límite de la saturación psíquica y física a “la casita de los viejos”, tenemos un retrato digno del Kerouac de En el camino.
Los Stooges y el documental de Jarmusch se afirman en la materialidad del objeto documentado. Ese sumergirse en el proceso creativo de una grupo de músicos que se enunciaban como tales antes de componer canciones y transformarse en una banda propiamente dicha es la piedra fundacional del punk rock. El deseo y la actitud de tener una banda prevalecen sobre la técnica y se erigen en manifiesto vital. «Vivíamos como comunistas», dice Osterberg en un momento determinado de Gimme Danger, comunistas que se repartían el dinero de modo bastante equitativo y que desconocían a la hora de componer canciones el registro de la propiedad intelectual. Hay escenas resueltas por medio de la animación y ese es un hallazgo notable de la película. Las correrías de los primeros años de la banda son dignas de la lógica del cartoon y eso es paradójico, ya que si bien por un lado los Stooges son una banda profundamente material y real, y a su vez trabajan notablemente con el cuerpo; por otro lado, lo que hacen con ese cuerpo por momentos sale del registro propio de lo real y ante esa excepcionalidad de la materia la mejor opción que encontró Jarmusch es la de resolver esas escenas por medio de la animación. Es para destacar, en este sentido, la escena en la que Iggy Pop lleva una planta de marihuana y la pone en un lavarropas. La animación resuelve desde el montaje la anécdota ya notable desde la narración, y la potencia remarcando el lugar de inadaptados sociales que ocuparon los Stooges en la sociedad de su tiempo.
En ese rastrillaje genealógico hay una escena decisiva en la vida del pequeño James Osterberg y está anclada en la infancia (un psicoanalista diría sobre este punto que casi todas las cosas decisivas de la vida están ancladas en ese tiempo y lugar, pero eso sería tema para otro texto). El niño Iggy Pop veía un programa de televisión animado por Soupy Sales que incentivaba a los chicos a escribirle cartas cortas, de no más de 25 palabras. Es interesante como el artista cachorro que es Iggy Pop procesa esa enseñanza (y cómo la registra conscientemente) luego en su obra, construyendo desde ese estilo minimalista una manera de entender la música y el arte, revolucionando el concepto de lo que entendemos por música popular (o música rock). Dice Osterberg de Soupy Sales: «Animaba a los niños a escribirle, pero aclaraba que ‘siempre que escribas la carta, por favor 25 palabras, ¡o menos!’. Y eso siempre se quedó dentro mío. Y cuando quise empezar a escribir canciones para el grupo, pensé: ‘este es el camino a seguir, tratar de hacerlo en 25 palabras’. Nunca sentí que era Bob Dylan: blah blah blah, ya sabes». En esa sencillez radical se encontrarían los cimientos de esa obra provocadora y transgresora que marcó un quiebre en lo que hoy consideramos como canción rock.
Gimme Danger es básicamente una película de montaje, y el manejo de esos recursos puramente cinematográficos es lo que hace que el material resalte de la manera en que lo hace, sin caer jamás en lo coyuntural. La anécdota que cuenta cuando uno de los miembros de la banda llama a Moe Howard de Los tres chiflados para pedirle permiso para usar el nombre del grupo cómico para la banda y Moe le contesta que mientras no mencionen a los tres chiflados en el nombre puede hacer lo que se le cante, es resuelta con imágenes de archivo de Los tres chiflados en las que se lo ve a Moe y su carácter en ebullición, lo que transforma la escena en un gran gag de montaje y en un claro ejemplo de la fluidez de la película. Algo del estilo de Iggy Pop, de su crudeza y su potencia minimalista, está en lo mejor del cine de Jarmusch (o en lo que a mí más me gusta de las películas que más me gustan de Jarmusch). Pienso en Ghost Dog, o en ese western crepuscular en blanco y negro absoluta e injustamente olvidado por casi todo el mundo como es Dead Man. Iggy es un comediante nato pero la película tiene un motivo más profundo que el de mostrar(nos) a un gran personaje en la cima del reconocimiento. En ese sentido, Gimme Danger no es una película laudatoria sino el registro de una época tormentosa y la reacción artística (la de los Stooges) ante esa época. Gracias a Dios, Jarmusch nunca cae en la pretensión naif que considera a la política como banalidad del mal. Jarmusch y Osterberg-Pop son conscientes de que son sujetos políticos y de que filmar o hacer música son actos eminentemente políticos. Eso queda claro al mostrar la conflictividad social de la América de mediados de los 6o, representada en las manifestaciones y que sirven de marco y contexto para complejizar aún más el clima en el que nacían los Stooges.
Esa búsqueda de Iggy Pop desde los orígenes, tocando la batería en su primera banda (Las iguanas), o después tocando en una banda de blues y dándose cuenta que él quería hacer algo tan significativo como lo fue el blues pero con su propia impronta, o luego conociendo a los MC5 y buscando un sonido directo y poderoso, pensándose y reconociéndose a sí mismo y a su banda como unos nihilistas ancestrales, está narrada con la fluidez del disfrute del admirador y ese goce que la mirada de Jarmusch pone en evidencia en la puesta en escena y en el amor con el que nuestros héroes cuentan su historia de sobrevivientes. El documental de Jarmusch se atreve a pensar la música en términos filosóficos, políticos y culturales, metiendo los pies de lleno en el barro de la Historia, a contrapelo de la idea vacía que nos vendieron los canales y radios especializados en los últimos 20 años. Jarmush y Osterberg comprenden ese costado político e ideológico del arte, y eso es lo que potencia los materiales con los que ellos trabajan. El documental percude la idea de que vida y obra están disociadas; en Gimme Danger ambos espacios se retroalimentan.
Por último, Gimme Danger es una película de fan y ese gesto también es político, porque la devoción acá nunca se transforma en chupamedismo ni en ejercicio intelectual masturbatorio. Acá la devoción por una figura mítica permite pensar un tiempo político y cultural y cómo el arte nace como síntoma de una época descarnada. Acá los coqueteos y el acercamiento de Iggy Pop a estrellas similares a él, como Bowie, Lou Reed o Nico, son lo de menos, porque acá lo que importa es contar la génesis y desarrollo de una banda. En este sentido, Gimme Danger no es una película sobre la figura de Iggy Pop sino sobre los Stooges y todo lo que representan ellos como grupo (y esa decisión también es eminentemente política), porque más allá de la centralidad de Iggy, el documental de Jarmusch es un film coral que narra el surgimiento, la caída y la resurrección canonizada de una banda fundacional de la música popular del siglo XX. Jarmusch está más preocupado por mostrarnos el carácter político del personaje que por develar chimentos de alcoba de estrellas de rock.
Hacia el final, ese costado queda registrado en forma de manifiesto o de declaración de principios cuando Osterberg habla de la industria discográfica y de todo lo que rodeó los orígenes de los Stooges: “el rocanrol estaba siendo cooptado por un complejo político –industrial de artistas corruptos y malvados agentes propietarios que iban a crear lo que creían era el mejor producto para ellos».
Así como Gimme Danger es un documental de fan, esta nota también es la nota de un fan radical de Iggy Pop y de los Stooges. De su música y de la idea conceptual de arte que Iggy lleva adelante y que está marcada en su cuerpo, escrita en su piel. Las dos veces que vi a Iggy Pop en vivo fueron en momentos trascendentes y de quiebre en mi vida (en el 2006 y en el 2016), y fueron ambas experiencias brutales y conmovedoras. La idea del inventor del punk de que el cuerpo es parte de la experiencia musical, el cuerpo expuesto hasta las últimas consecuencias, dejando hasta la última gota de sangre, sudor y lágrimas sobre el escenario, es lo que transforma a Iggy Pop, para quien habla, en el artista más importante de la música rock de todos los tiempos.
En tiempos de representación postmoderna de lo real y de lo que hoy en día algunos comunicadores instalan como post verdad, Iggy Pop hace casi cincuenta años nos viene cacheteando con un registro de la representación de lo real que estremece al espectador y admirador de su arte. Esa actitud (en el documental queda registrado como, en los inicios de los Stooges, un fan literalmente lo nockeó en el escenario) unida a un trabajo estilístico y conceptual sobre lo que es y sobre lo que representa el arte (Iggy Pop, a pesar de los chistes que él hace al respecto sobre su modo de componer, es un compositor notable que escribió himnos atemporales) transforma a Osterberg en la punta de lanza de un movimiento que influyó en todo lo que vino después en el mundo y la cultura del rock.
Sin los Stooges, no existirían, o existirían de otro modo, bandas fundamentales y fundacionales como los Sex Pistols, los Ramones, los Clash, Blondie, los Misfits, Bad Religion, Nirvana, Slayer, y muchísimas bandas más. Todo eso le debemos, y le debo personalmente, a Iggy Pop.
Hay, luego de todo lo dicho, un motivo primario que me llevó a escribir esta nota. Más de una vez cuando soy plenamente feliz y estoy, por ejemplo, en la plaza solo con mi hijo, hamacándolo, tengo la misma sensación de libertad y felicidad que me sacude cuando escucho, en los auriculares y mientras voy al trabajo, cualquier tema de los Stooges (No Fun, por ejemplo). Iggy Pop es un personaje más grande que la vida misma y se merecía tener una película de amor sacra como Gimme Danger, entre lágrimas de felicidad (como cuando juego con mi hijo en la plaza) la conservaré en mi memoria para siempre.
Gimme Danger (EUA, 2016), de Jim Jarmusch, c/Jim Osterberg y los Stooges, 108′.
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Excelente nota. El problema es q el punk nace en Perú, un poco antes de a la iguana se le ocurriera tal sonido. Se puede escuchar a Los Saikos en youtube. Disculpen , pero es así…