Atención: Se revelan detalles de la trama.
Salvo contadas excepciones, el cine argentino encuentra una traba para llegar a las salas mainstream, aún aquel que apela al cine de género, el de masas, y lo hace con calidad. Una falta de confianza poco justificada dado el buen período que se viene atravesando en la producción desde hace ya varios largos años. Luego de la absurda escasez de salas que sufrió No sabés con quién estás hablando (2016), Demián Rugna logra merecidamente entrar en las grandes cadenas con otra buena película, esta vez mezclando varios subgéneros de terror para darle un giro lovecraftiano.
En medio de un tranquilo barrio suburbano comienzan a sucederse violentos episodios paranormales que dan origen a una investigación pugnada por una tríada de especialistas esotéricos y un comisario que intenta aferrarse a la razón. El punto de vista no termina de afianzarse en ninguno de los personajes, lo que genera una mayor incertidumbre en el espectador. Cuando finalmente termina por establecerse, lo hace en la mirada del detective, con lo que se pone no solo en el papel de investigador, sino en uno diezmado por dolencias físicas que lo vulneran tanto como lo inmovilizan.
En la penumbra de una cocina, la cámara se acerca a una mujer de espaldas, quien mira por la rendija de la bacha con los ojos bien abiertos para confesarle al marido que en ese lugar escucha voces que la amenazan de muerte. Al mismo tiempo, este le cuenta el milagro de un perro atropellado que “volvió a la vida”. Esa primera escena, cortada por el sonido de unos golpes para dar paso al título de la película, vaticina las herramientas con las que se trabajará: la mirada investigadora amenazada y el acecho de entes que no deberían estar ahí.
Primero, la oscuridad. La amenaza, la paranoia, se instala inapelable desde el primer momento, por lo que las vidas serenas dentro de un barrio de apariencia paradisíaca, de casitas bajas con céspedes impolutos, se desenmascaran de cualquier tipo de normalidad. Se sabe que detrás de ese recubrimiento de sensatez algo pugna por salir en toda su putrefacción. Esa monstruosidad es la que llega a romper el orden para imponer uno propio, uno de entes chupasangre, de muertos vivos, de teorías de física cuántica y, sobre todo,extrema violencia.
Aterrados logra generar un clima lo suficientemente asfixiante para por momentos estallar en sobresaltos desde el plano sonoro -más indulgentes para con el espectador-, y desde el plano de la imagen que se tiñe de gore -donde por momentos las tomas se tornan tan largas que ponen a prueba la resistencia del espectador para sostener la mirada-. La codificación rígida del género hace que en los primeros minutos de la película puedan aparecer lugares comunes, desde algunos detalles mínimos en los diálogos, o ciertos usos del espacio para generar el susto -que no por ello dejan de ser efectivos-, pero a medida que la trama avanza logra afianzarse al desentrañar el origen de esa entidad que acecha y que se manifiesta en el terror atávico de los muertos que vuelven.
Es a partir del momento en que se desanda el camino por medio del flashback hacia los hechos iniciales donde la explicación promueve la pericia y con ella se afianza la narratividad. En este momento alguien puede achacar una falencia en el argumento dada la resolución final de la investigación -o la falta de ella-. No es tal. Es cierto que el misterio termina reblandeciéndose en la incógnita sobre su origen, pero…¿acaso importa? No. Claramente la intención de Rugna pasa por otro lado, que no tiene que ver con la racionalidad científica del investigador -ya se ve cómo les va a quienes pretender ostentar tales cualidades dentro de la película-, sino con el disfrute morboso de una serie de situaciones que no dejan de atrapar al espectador. A pesar de apelar a la develación de un misterio como fuente de interés, finalmente el director y guionista nos dice que esa búsqueda lógica es solo un instrumento para desenvolver los recursos estéticos para generar miedo, y desatar la morbosidad.
Se parte de una iconografía reconocible, incluso tal vez ineludible si se quiere asegurar la efectividad de una película de terror, para apropiarlos de tal manera que de la amalgama de subgéneros surja algo personal. Ese es también un choque de mundos. Ahí está la autoría.
Aterrados (Argentina, 2017). Guion y dirección: Demián Rugna. Fotografía: Mariano Suárez. Edición: Lionel Cornistein. Elenco: Ariel Chavarría, Maximiliano Ghione, Norberto Gonzalo, Elvira Onetto, George Lewis. Duración: 87 minutos.
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Me pone muy feliz que se haga (¿sigue en pie el proyecto?) en Hollywood la remake de una película argentina, más aun contratando al director original. Lo digo con total sinceridad, sin ningún sarcasmo.
Pero no por eso vamos a perder de vista que ‘Aterrados’ es una película muy limitada. Guión fallido, actuaciones desparejas, y algunas escenas filmadas de un modo pedorro (otras geniales).
Ni hablar de la filmografía anterior de Demian Rugna que es inmirable.
No obstante del terror argentino ‘Aterrados’ es lo mejor hasta ahora. Gonzalo Calzada, Findling, Garateguy, Loreti, Pablo Pares, los hermanos Garcia Bogliano, los Rotsthein y Jimena Monteoliva son unos impresentables.