1. La pensaron, concibieron y realizaron unos pocos locos devotos y agradecidos hacia un enorme futbolista que ya no está. La exhibieron primero en los clubes donde jugó. Se dio en pantalla gigante en Laferrere, Banfield y El Porvenir. La hicieron circular a precios populares para que la pueda ver la mayor cantidad de gente. Hoy ya se la puede ver on line. A mí me la pasó un compañero de laburo. Estoy hablando de El Garrafa, una película de fulbo, documental sobre José Luis Sánchez, el extraordinario futbolista que falleció en 2006, después de un accidente con su moto.
Lo primero que puedo decir sobre la película es que hay que verla sí o sí. Si te gusta muchísimo el fútbol es indispensable. Si recordás a Garrafa como un jugador fuera de lo común la vas a pasar mejor que muy bien. Y si no lo tenés visto ¿qué mejor que estos 85 minutos? Todas las impurezas en su realización y todas las convenciones documentales por las que transita terminan devastadas, arrasadas y definitivamente olvidadas por el apabullante carisma del personaje y, sobre todo, por la emoción y el afecto de cada testimonio. Se comprende perfectamente el carácter mítico del 10. O, más aún, que haya logrado ser mito en vida. Garrafa supo jugar desde chiquito en torneos y lugares a los que Rambo iría con custodia. Uno de los méritos de la película es transmitir el «clima» real de muchos de esos lugares. Pese a ello tiene algunos momentos flojos, como la secuencia de animación: no necesito que me expliquen lo que ya entendí. Sin embargo hay momentos maravillosos como la larga secuencia del torneo de penales hasta las cuatro de la mañana (donde, además, un muchacho declara: «¡yo viví de estos torneos de penales 6 o 7 años!») y algunos testimonios de amigos, compañeros, técnicos y hasta rivales que no tienen desperdicio (sobre todo el del psicólogo que tenía Ricardo Calabria en El Porvenir).
Pero lo mejor, lo más placentero, lo que da ganas de ver la película muchas veces es que hay una enorme cantidad de imágenes del querido Garrafa jugando al fútbol, gambeteando, metiendo goles, pases, pisándola, jugando como en el potrero, divirtiéndose y divirtiéndonos. Muchas de las jugadas que hace José Luis sólo se vieron en Riquelme y creo que en nadie más. Les recomiendo sobre todo la asistencia a Yagui Forestello en la final contra Quilmes, que seguro está entre los diez mejores pases gol que se hayan dado desde que el mundo es mundo.
El documental es divertido y emocionante. Tiene la belleza rústica y desprolija de un picado en el barro, pero la lista de cosas más disfrutables que jugar al fútbol en un barrial es más que reducida. Disfrútenlo. Después me cuentan.
El Garrafa, una película de fulbo (Argentina, 2012), de Sergio Mercurio, 85′.
2. La semana pasada los medios futboleros recordaron que el 5 de mayo de 1991 fue el último partido de Ricardo Bochini en las canchas argentinas. Veinte años: ¡cómo le gustan las fechas redondas a muchos periodistas! También se acordaron de Pablo Erbín y de una tremenda patada suya que adelantó el retiro profesional del emblemático jugador de Independiente. Pero tal vez no haya que reprocharle tanto al rústico Erbín, porque de esa manera evitó que la brillante, majestuosa carrera de Bochini languideciera; que sus últimos años fueran un penoso derrotero; que cualquier matungo bien entrenado no se la dejara tocar; que por esos vaivenes de la ingratitud (y el fútbol es territorio más que propicio para eso) el Bocha tuviera que irse a otro equipo; que lo persiguiera una racha nefasta de lesiones; que tuviera que pasar por el doloroso momento de colgar los botines; que alguien tuviera que decir «el mejor Bochini se vio en Independiente, después en Colón (por ejemplo) no anduvo muy bien y cuando llegó a Lanús (por ejemplo) se lesionó y apenas jugó cinco partidos». Nada de eso: nació, creció y «murió» en el Rojo. Fue leyenda mientras jugó, se retiró de la misma manera y leyenda quedó.
Al hablar del Bocha en sus viejos relatos Víctor Hugo le decía «la leyenda que vino de Zárate». Además de afirmar que un jugador es maravilloso y. en este caso, legendario, también hay que fundamentar por qué incluirlo en semejante lugar de la historia futbolera.
¿Hizo muchos goles? No tantos, apenas sumó 97 en partidos oficiales (aunque ya volveremos sobre estos «pocos» goles). ¿Cabeceaba bien? No. ¿Era elegante? Esa sería la última palabra que usaríamos para definirlo. ¿Pateaba bien o metía muchos goles de tiro libre? No pateaba ni tiros libres ni penales y no marcó demasiados goles desde afuera del área. ¿Un carisma apabullante? Menos que menos.
Los que no tuvieron la suerte, la fortuna y la felicidad de ver a jugar a Bochini estarán pensando que, de acuerdo a esta descripción, el 10 del Rojo era un desastre. Pero no, Bochini fue extraordinario a pesar de todas esas cosas, un jugador muy difícil de describir en su juego de la misma manera que esa forma de jugar era muy difícil de descifrar para sus rivales. Como dice Fontanarrosa en su imprescindible libro No te vayas campeón, «es muy difícil ver jugar a un jugador nuevo y decir ‘me hace acordar a Bochini’ (y aunque sea un libro escrito hace bastante más de diez años sigue costando mucho encontrar algún jugador parecido)».
Les sigo debiendo la explicación o por lo menos algún argumento para sostener que el Bocha fue tan genial y recuerdo que hace un tiempo, en una acalorada discusión futbolera, un sujeto del que no quiero ni acordarme denostó a Bochini diciendo que no le gustaba porque casi no hacía goles y reforzó su argumento diciendo «sólo hace goles en las finales». Justamente, le contesté yo, las finales eran uno de esos momentos decisivos donde se prueban el temple, el coraje, la personalidad. Veamos: en su primera final del mundo, en el 73 y contra Juventus, que no era el campeón de Europa pero tenía un cuadrazo, hizo el gol de la victoria tras una pared con su compadre y socio futbolero Daniel Bertoni. La mayoría de sus «escasos » goles locales se los hizo a Racing , River, San Lorenzo y Boca: todos clásicos, incluso definiendo liguillas o torneos. Y también es el autor del gol que significó la mayor hazaña del fútbol argentino, porque el gol de Talleres de Córdoba a Independiente en el 77 había sido con la mano. No una mano casual, sino alevosa, y eso había provocado las expulsiones de Trossero, Larrosa y Galván. Y porque Talleres tenía un equipazo y, en cualquier final de la historia, tres jugadores menos y estar abajo en el resultado es cosa liquidada. Pero el que convierte el gol del empate, de la hazaña y del campeonato es el futbolista elegido, no otro, el de la mística real: la que no se compra hecha ni es posible fabricar.
Releo lo que escribí y no estoy conforme: mucho dato suelto, mucho elogio admirativo y … ¿Y?
Estoy calculando que debí haber visto a Bochini en cancha algo así como cuarenta veces y una cantidad imposible de determinar por televisión, y que para poder transmitir todo esto lo mejor posible es valerse de impresiones directas. Si no lo conocías, en un picado seguro que lo elegías último. No dabas un mango, lo veías y pensabas que era frágil, quebradizo y que a la primera patada o entrevero fulero no la tocaba más. Pero yo tengo la imagen del Bocha avanzando con pelota dominada, cabeza levantada sin mirarla, enfrentando a los intimidantes defensores rivales (en la época que en la Libertadores sólo te amonestaban si fracturabas a alguno), esquivando de todo y esperando su momento. ¿Cuál? Acá quería llegar y acaso aquí pueda explicar lo que deseaba muchos renglones antes: el momento de dejar al delantero o al volante que llega de atrás cara a cara con el arquero rival. El momento de meter el pase de gol imposible o, mejor dicho, improbable. Porque Bochini es tal vez EL MAYOR PROVEEDOR DE PASES DE GOL DE LA HISTORIA DEL FÚTBOL MUNDIAL. Entre tantas otras cosas es enorme por esto. Porque no sólo le hizo hacer goles a jugadores excelentes o muy buenos como Bertoni, Percy Rojas, Alzamendi, Burruchaga o Alfaro Moreno. Un escalón abajo le hizo hacer goles a tipos no tan dotados técnicamente como Morete o el Beto Outes; al tumultuoso Barberón, al rápido y disperso Percudani, a Rubén Darío Insúa o a Franco Navarro. Pero también alimentó a troncos totales como Giachello, Bufarini, Astegiano o Reggiardo. Le dio de comer a más gente que Mao Tse Tung.
Tendría que decir que la selección no fue para él lo que debió haber sido. Quién sabe. En el 74 la selección fue un caos, en el 78 estaban Kempes y Alonso, dos monstruos indiscutibles, en su puesto. Lo del mundial 82 no es muy explicable y en el 86 se dio el gusto de jugar esos minutos contra Bélgica, pero que un jugador ASÍ juegue sólo cinco minutos de mundial no habla mal de él sino de los encargados de elegir. De todas formas, muchos cracks indiscutibles de nuestro fútbol jamás jugaron un mundial.
Yo apenas quise homenajear a este jugador extraño, distinto, maravilloso y de perfil bajísimo; ese jugador al que iba a ver especialmente un chico de Villa Fiorito que algunos años después anduvo muy pero muy bien en este arte de jugar al fútbol.
(Publicado en La Número 10, N° 475, 14 de mayo de 2011).
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: