“César Gónzalez es lo mejor que le puede pasar al cine local”. Empiezo este texto como ya lo hizo Luis Franc. Intentaré agregar algunas razones y sentimientos.
La operación del ex Camilo Blajaquis es tan radical como natural. Su cine no es de denuncia social ni mucho menos documental. Si Campusano hace melodrama del conurbano profundo, González hace costumbrismo villero y así desarma todos los discursos sobre la villa y la pobreza, tanto los odiosos como los amables, los reaccionarios como los progresistas. González hace por momentos usos aventurados del montaje que no tienen ningún efecto dramático ni estético, además no tiene la potencia ni la profundidad dramática del director de Fango, pero sí logra como él hablar desde un lugar periférico y hacer carne de esa voz.
Uno de los villeros se dedica a cartonear, persiste en el laburo, no por cuestiones morales, sino prácticas: considera que el camino del choreo lleva a la muerte o a la cárcel. Se le presenta la oportunidad de un “trabajo en blanco” limpiando en una oficina.
En ese espacio aparecen dos cuestiones. Una de ellas dentro del relato. Si venís de la villa, laburar es estar diez o doce horas (más todas las que lleve el viaje, que es otro trabajo) con el cuerpo entregado a la sumisión, pudiendo ejercer únicamente los derechos que el empleador graciosamente concede. En la película hay oficinistas que basurean al ex cartonero y alguna que lo trata amablemente. Lo que queda en evidencia más allá de las alternativas de la historia es el desequilibrio de la relación y el agotamiento que sostenerla puede provocar.
La otra cuestión que aparece en esa oficina no está en el relato sino en la puesta en escena. Lo que llamamos costumbrismo es costumbrismo de la clase media, adopta ese punto de vista. Cada tanto se le aparecen a los protagonistas de esas ficciones unos villeritos que les roban en función de alguna necesidad que tenga la historia. Esos villeritos son estereotipos disfrazados de lo que nosotros creemos que es un chorro: tendrán cierta actitud, cierto lenguaje marcado por alguna palabra en particular, usarán seguramente una gorra y alguna otra prenda característica. Como espectadores nos damos cuenta de que no son así en la vida real, pero cumplen su función en la historia. Podemos ignorar la falta de rigor siempre que sepamos que son una amenaza para los protagonistas, con eso es suficiente.
En ¿Qué puede un cuerpo? esta relación se invierte. Los oficinistas y su oficina son los inverosímiles, su comportamiento y sus tareas nos parecen forzadas, los trajes les quedan grandes o los llevan con incomodidad. Esta puesta en escena “deficiente” es el espejo del costumbrismo al que estamos acostumbrados. Esos oficinistas también cumplen su función en la historia, también son una amenaza para el protagonista. Tampoco importa si son exactamente así en la vida real. No son individuos, son lo que hace difícil o imposible el laburo en blanco a los villeros. De la misma manera que el pibe chorro no tenía otra función que la de pibe chorro genérico, sin particularidades.
La potencia de la película está en la imposición del ambiente villero como ambiente costumbrista. No es un documento sobre la pobreza ni la marginalidad, no es la dificultad de esa vida lo que se muestra, sino al contrario, la facilidad, la naturalidad con que eso que nos parece la excepción es lo cotidiano. Una vez que se incorpora esa naturalidad, el espectador incorpora también su moral y sus valores, porque con la misma humanidad que se adopta la moral y los valores de nuestra clase media, se adoptan los de la villa. No es una cuestión de educación o de haber sido empujados por las condiciones a una moral defectuosa. Es hacer lo que a uno le conviene.
Se dirá que no es lo mismo basurear que robar o matar. Es lo mismo en tanto es la efectivización de la posición de poder a la que podemos acceder. La clase media no puede acceder a robar (en la calle, con un chumbo) o matar, porque el costo de la cárcel es mayor a la ganancia obtenida. El villero no puede acceder a basurear a su empleador porque quedarse sin trabajo es un costo mayor a bancársela.
¿Qué harías vos en su lugar? Todos hemos aprendido ese lugar común según el cual se puede salir de la villa trabajando, esforzándose, sacrificándose. Y debe ser verdad, hay muchos casos que lo prueban. Ahora que vimos que trabajar y esforzarse es, bien o mal, someterse cotidianamente y dormir la voluntad queda cuestionada aquella cuestión de “ganarse la vida dignamente”. ¿Con cuál de los personajes te sentiste identificado? ¿Cuál jugaste a ser?
César González da vuelta el costumbrismo como una media. Como suele pasar, la media no es tan diferente del otro lado. Mismo color, mismo tejido. Eso sí, se le ven más las costuras, es desprolija y queda feo.
Aquí puede leerse un texto de Luis Franc sobre la misma película.
¿Qué puede un cuerpo? (Argentina, 2014), de César González, c/Mariano Alarcón, Nazarena Moreno, Esteban El As, Fili Wey, Marcelo Chavez, 74’.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: