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No existe la igualdad de oportunidades entre el cine yanqui y el nuestro, por citar algún otro en contraposición al del imperio. La industria estadounidense logra envasar cualquier sorete y bombardear el mundo. A eso se acostumbró el público masivo de casi todo el planeta, y en consecuencia pasa lo que todos conocemos: comemos pochoclo mientras Rambo asesina vietnamitas, rescatamos a Ryan de su propio infierno, y el más pelotudo de todos hasta llora cuando estos imperialistas recrean algún huracán o desastre natural sacudiendo la tierra de la “libertad”. Pero los estadounidenses no sólo nos muestran que con un par de efectos y un morfa anabólicos pueden ganar las guerras que sus soldados perdieron, sino que también nos camuflan su lucha interna y nos taladran con el sueño americano. Es su cuento de hadas predilecto, ese de que en su país todos tienen las mismas chances de alcanzar el éxito tan solo con esfuerzo y determinación.

Jennifer Lawrence, protagonista de esta nueva película de David O. Russell, interpreta la historia “real” de Joy Mangano, una mujer que inventando el lampazo se forra en guita y logra “triunfar”. Si Ricardo Darín le dijo «No» a los billetes de Hollywood porque el papel de un traficante latino le parecía un insulto, esta nueva cara bonita del cine se convierte en cómplice del relato, aún con el gran nivel de actuación al cual nos viene acostumbrando. Como vacunados con la aguja hipodérmica, uno se encuentra alentando a esa piba, sostén de familia numerosa, que con un trapo de piso y un palito intenta conquistar una fortuna. Sacamos pecho cuando se niega a que la vistan fifí para salir en la tele y prefiere seguir luciendo su ropa habitual de ama de casa. Y casi no le donamos los 100 mangos al presidente Mau para enviárselos a ella cuando la trama nos amenaza con ver a la hermosa Jennifer pobre de por vida.

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De arranque Russell pretende transmitir una atmósfera gris, superpoblando la pantalla con personajes que no logran desarrollarse ni entenderse por completo, y tememos estar frente a otra de esas películas en las que una familia vive amuchada y algunos actores millonarios recrean esa desgracia en busca de risas. Y encima tenemos a Robert De Niro actuando de padre con los huevos hinchados, cada vez más alejado del taxi y más parecido a Patch Adams. Eso sí: muestren como lo muestren, en esta nueva versión del sueño americano, nuestra protagonista sigue sin escaparle a la clase media y a la tez blanca. Y tampoco descubre nada, todos sabemos que si largamos la paja y dejamos nuestra vida de ñoquis podemos volvernos millonarios, honorables empresarios. Porque encima, esa es la felicidad que siempre conquistan en este tipo de películas, el billete.

Sin embargo, hay un detalle donde le salta la hilacha a la “real” Joy Mangano. Elipsis de tiempo y fortuna en el bolsillo, Joy aparece vestida y peinada como no quería antes, así, parecida a la vieja Legrand, la clásica imagen de la cogotuda. Parece que la guita te cambia.

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Sin esa mirada superficial que afirmaría que Joy es una película redonda, el principal defecto a señalar es la verosimilitud. Las actuaciones y los recursos técnicos logran un producto que, con clichés y todo, funcionan a la perfección. Pero hay cuestiones menos superficiales que derrumban el relato. En la escena en la que se resuelve el conflicto, con Joy en las puertas de convertirse en empresaria exitosa: ¿por qué se va caminando por la mitad de la calle onda Neo de Matrix y no con la humildad de una ama de casa? Hasta quizás asustada sería una reacción más creíble. Pero no, sale sacando pechos, anteojos puestos y casi, casi, le ponen la cabina de teléfono, la capa y sale volando.

Joy no es más que otra versión del viejo sueño americano, ese que no acontece jamás en Guantánamo. ¿No se le ocurrió a nadie que para esta clase de películas sería poético utilizar actores ignotos? Convertirlos en millonarios, un metadiscurso todavía más rosa.  Pero no, Joy te muestra la vida de una yanqui tenaz y ojetuda, y te quiere convencer de que todos podemos lograrlo. Termina siendo un sorete envasado, teledirigido a tu cerebro. Y tiene una razón: seguir con los juegos del hambre.

Joy: El nombre del éxito (Joy, EUA, 2015), de David O. Russell, c/Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Bradley Cooper, Isabella Rossellini, 124′.

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