Una joven llora desconsolada, recostada en la cama de su habitación de hotel. Cuando quiere salir a fumar, es acompañada por un consigna policial que aguarda en la puerta de su habitación. Este es el comienzo de Venezia (2019),  largometraje de ficción del director argentino Rodrigo Guerrero, que nos mete en la situación de una muerte que acaece de manera inesperada.

Sofía (Paula Lussi) pasaba la luna de miel junto a su esposo, en la romántica ciudad de Venecia, cuando éste fallece de un súbito paro cardíaco. Esta muerte adquiere entonces todo el signo de la fatalidad y de la conmoción traumática, en tanto acontecimiento disruptivo que rompe con la continuidad de la vida cotidiana. Sofía debe, entonces, permanecer unos días más en la ciudad, hasta tanto la situación se aclare desde lo legal, y se realicen los trámites burocráticos de repatriación del cuerpo en un avión en el cual ella también regresaría a Argentina.

En este contexto, el director nos sumerge, mediante el recurso a las subjetivas y los planos secuencia, en la experiencia de extrañamiento y extravío en primera persona de Sofía, al permitirnos acompañarla en su deambular por las pequeñas callejuelas de Venecia. La profunda e indecible tristeza de la protagonista se refleja en su rostro, apesadumbrado y sin sonrisa. De esta pena da cuenta también el frío invernal y el cielo gris, apagando los colores.

Alrededor de Sofía la vida continúa. Los turistas buscan diversión y se sacan fotos en los puntos de interés turístico. El director recurre a la barrera idiomática para dar cuenta de la imposibilidad de Sofía de conectar con Venecia en plan de paseo turístico, rebosante de felicidad. Las playas alejadas del tumulto y solitarias reflejan su soledad. Las aves carroñeras cifran un ambiente de podredumbre mortuoria.

El proceso de duelo que comienza para Sofía se percibe en su necesidad de recorrer sus recuerdos en sueños, de captar la cadencia del idioma francés que amaba su marido y de impregnarse de los olores de la ropa de su ropa ahora que no está. Sofía vive subjetivamente dividida entre la añoranza por recuperarlo y la necesidad de olvidar para no sufrir tanto. En su deambular hay objetos (como esculturas, fotos, maniquíes en las vidrieras, íconos de un ya muerto comunismo y calaveras estampadas en unas originales chaquetas de diseño), así como hombres que encuentra fortuitamente que a la vez que lo evocan y lo recuperan, a la vez lo señalan como irremediablemente perdido. La ambivalencia de Sofía se hace sentir también en una suerte de intención de proseguir con el viaje previsto, observando mapas y pasando por algunos lugares turísticos, y el empuje a alejarse, a perderse, a fugarse por los bordes.

En la misma circunstancia, un hombre hubiera actuado acorde al deber ser y hacer. Se atendría al protocolo, se mostraría fuerte, de acuerdo a lo socialmente esperable. Sofía en tanto mujer se expresa en su misma errancia sin destino prefijado, en su mismo desborde y derrumbe emocional. Ese que precisamente captura el agua que sube y lo inunda todo, signo de la muda angustia que ahoga, mientras que las apretadas calles por las que circula, transmiten un ambiente sumamente claustrofóbico.

Todos los que la rodean se ven felices y quieren ver a Sofía sonreír. El único personaje que no sonríe junto con ella, y que acaso por eso puede empatizar y contenerla, es la empleada del hotel. Es que ella no está en Venecia en calidad de turista, sino de habitante y en tanto tal; también está atravesada y embargada por el dolor de los infortunios del amor.

Venecia es una ciudad de ensueño. Por ello, suele ser frecuentemente elegida como destino de luna de miel por los flamantes esposos, como celebración de la promesa de un amor eterno que simbolizan esos candados que se colocan en sus puentes. Este candado en manos de Sofía, pone en cuestión la idea del amor romántico absoluto, completo e ilimitado. La sola idea de apresarlo con un candado, es marca de su falla estructural. El amor solo puede ser eterno en el instante fugaz del encuentro, volverlo necesario y permanentemente igual; lo mata en tanto tal.

A través de la lograda composición de la protagonista y de la acertada poética visual que logra Guerrero con la puesta en escena, Venezia nos sumerge en la profunda y desolada experiencia emocional de quien vive la insoportable levedad del ser. Y al mismo tiempo, nos convoca a pensar un amor menos tonto, es decir, más advertido de su constitutiva contingencia y evanescencia, que es motor para reinventarlo cada vez. 

Calificación: 7/10

Venezia (Argentina/Francia, 2019). Guion y dirección: Rodrigo Guerrero. Fotografía: Gustavo Tejeda. Música: Santiago Candegabe. Montaje: Rodrigo Guerrero. Elenco: Paula Lussi, Margherita Mannino, Alessandro Bressanello, Pablo Scarpelli, Ugo Fiore. Duración: 73 minutos. Disponible en Cine Ar.

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