Lo ideal tiene que ver directamente con la imposibilidad material, con una remembranza que muchas veces se entreteje con lo onírico para afrontar el vacío que recorre a los personajes sufrientes. El lago es el elemento metonímico que guarda la clave para afrontar ese vacío.
Inés (Carla Crespo) planea el retorno constante a Villa La Angostura para tomar fotos que cumplan la función de camino reminiscente hacia el reencuentro con su padre y para traerlo así hacia el presente. Los tonos que rodean a Inés son siempre azulados, el color de la tristeza, de la quietud. La inmovilidad es casi total, los personajes vuelven a los mismos lugares que recorren con parsimonia, o simplemente con la mirada; lugares de los que no se puede avanzar porque el tiempo se ha detenido, por ejemplo, para una madre que después de cuarenta años sigue portando el estado civil de casada. Es un lapso en el tiempo que se ha roto para dejar de correr por su curso y quedarse incrustado en el presente, perpetuándose.
Lo que ha quebrado a los personajes, paralizándolos, es la desaparición del padre en marzo de 1977, y si bien tras esto subyace un matiz político (“jóvenes aristócratas, peronistas, enamorados”, recuerda la protagonista a sus padres), la búsqueda no tiene que ver con la exaltación por la denuncia de pancarta sino con mostrar las consecuencias a nivel personal de una época atroz, consecuencias que socaban en la identidad de Inés, y de su descendencia, siendo la ruptura de los ejes temporales una de ellas: el sonido del viento aumenta al abrir la ventana y se transporta a la imagen fija de una foto del padre, a la que dará vida para sumergirse en el recuerdo y traerlo al presente, vivificándolo. Se va reconstruyendo, con retazos de memoria, el viaje introspectivo para rehacer la propia identidad, de ahí la urgencia de la protagonista por terminar el libro antes de dar a luz. En relación con esa necesidad es que la cámara busca los rostros en incipientes primeros planos. La memoria surge del reflejo de las aguas calmas, y de otro reflejo: el de la cámara -fotográfica y cinematográfica- que mantiene la luz siempre suave, generando un clima intimista, donde los sonidos lacónicos son los producidos por el quehacer doméstico. Esa idea de intimismo se refuerza por el hecho de que la cámara se transfigura en formatos caseros como el 16mm y el VHS, haciendo al espectador a la vez realizador y por lo tanto parte de esa vivencia personal, transformándola en colectiva.
La identidad se recupera de dos maneras: a través del recuerdo plasmado en el arte -llámese libro, fotografía o película-, o a través de la sangre que a su vez se manifiesta de dos maneras. La primera es en forma de medios para la antropología forense; la segunda es como elemento ritual lúdico que otorga poderes para curar, para volar y para detectar a los “malos”. Los juegos son una forma de prepararse para el enfrentamiento con ese mal que queda fuera de campo, guarecido en las sombras, pero que no deja de acechar. Al jugar a la escondida, la niña Inés no muestra recelo al hacer trampa para ocultarse de esas luces flotando en medio del bosque nocturno, para atraparla. No se trata del juego, sino del ejercicio de esconderse. Pero no es el miedo lo que ha quedado grabado a fuego sino la pérdida, la ausencia. La identidad rota es derivación de la ausencia que en el presente se transmuta en soledad. Soledad reiterada en el ambiente calmo y el silencio, encarnada por Inés usando la voz que dicta unos ejercicios a través de un iPod para ahuyentar el aislamiento que la circunda, con planos que muestran ambientes vacíos… todo esto generando que dicha soledad sea corpórea y palpable.
Este abandono se repite de forma secular en la vida de la protagonista: la de su padre se trascribe en la del padre de su hijo. La forma de retomar el tiempo es romper con el enigma dejado por la carencia y para ello es necesaria la idea de un lago cuyas aguas se contrapongan a las que corrían por el río Leteo, las que lejos de producir el olvido, representan la materia viva de la memoria.
La idea de un lago (Argentina; 2016), de Milagros Mumenthaler, c/Carla Crespo, Rosario Bléfari, Juan Barberini, 82′.
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Me gustan las películas nostálgicas…pero esta es por momentos insufrible de aburrida.