Si hay falsos documentales es esperable que haya también falsas ficciones. No más que eso es La gran apuesta: un documental disfrazado de ficción. Los cuatro protagonistas -para llamarlos de alguna manera- están apenas bocetados, no cambian, no se desarrollan, no se relacionan argumentalmente con otros personajes, lo poco que sabemos de ellos se presenta como un breve curriculum. Aparecen en la película porque fueron los cuatro tipos que se dieron cuenta de que había una burbuja financiera creada por las hipotecas inmobiliarias cuando no había ninguna señal pública de que eso estaba pasando. Lo que hicieron los cuatro, cada uno por su lado, es “apostar” financieramente a que esas hipotecas caerían, a que la burbuja reventaría.
Las acciones de estos cuatro hombres son excusas para transmitirle información dura al espectador: hay reuniones con socios, hay charlas telefónicas, hay más reuniones en grandes financieras (Lehman Brothers, J.P. Morgan, Goldman Sachs, etc), hay conversaciones con asistentes o secretarias y, como todo eso no es suficiente, hay hasta explicaciones mirando a cámara y apariciones estelares fuera de la diégesis: el chef Anthony Bourdain, por ejemplo, compara un bono CDO con una sopa de pescado.
No es dato menor que los cuatro actores son Christian Bale, Ryan Gosling, Steve Carell y Brad Pitt. Es decir: un grupito de millonarios nos hace el favor de poner sus convocantes nombres y caras en un producto también millonario con el que se pretende criticar la injusticia de un sistema productor de pobres cada vez más pobres y de ricos cada vez más ricos.
Bienvenidos sean.
Es cierto que ese dedo acusador está sucio, como lo están todos los dedos del mundo, y que probablemente la mayor utilidad práctica de una película así sea dar una imagen prestigiosa y comprometida a los actores que participaron, y lavar sus conciencias y la de los espectadores que salen del cine convencidos de que vieron una gran película con un fuerte contenido social. Nada más prestigioso que el arte de supuesta calidad con supuesto compromiso social.
Que todo eso sea cierto no hace menos cierto que una película así seguramente será más vista que una película igualmente mainstream, pero en formato documental, como Inside Job (con la misma aura prestigiosa y una mirada mucho más moralista), y que su prestigio y supuesta seriedad le dan una potencia capaz de mezclarse con el sentido común masivo, lo que es uno de los más altos objetivos políticos imaginables.
En una de las escenas finales el personaje de Steve Carell, agotado y escandalizado (excesivamente escandalizado teniendo en cuenta que era un financista, no un voluntario del ejército de salvación), dice algo así como que, mientras los grandes grupos financieros se roban millones y no pierden nunca, la televisión nos sigue convenciendo de que la culpa es de los pobres y los inmigrantes. Dicen que el mundo es un lugar donde los millonarios les pagan a los ricos para que le digan a la clase media que la culpa es de los pobres. Por una vez, estos ricos nos dicen que los que nos roban son otros. Uno de estos ricos es, además, el director Adam Mckay, que nos lo viene diciendo hace tiempo desde sus películas protagonizadas por Will Ferrell, uno de los escasísimos productos de consumo masivo donde la lógica del burgués constantemente amenazado por pobres, inmigrantes y drogadictos que intentan quedarse con el fruto de su trabajo honesto está puesta en duda.
La gran apuesta (The big short, Estados Unidos, 2015), de Adam McKay, c/Christian Bale, Ryan Gosling, Steve Carell, Brad Pitt y Marisa Tomei, 130′.
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