
Vanesa (Gilda Scarpetta) y Joaco (Alejandro Catalan) eran una pareja en su mediana edad, con dos hijas en edad escolar. El descubrimiento que hace Vanesa de una infidelidad de Joaco, a través de las redes sociales, determina que dejen de vivir juntos. Pero continúan frecuentándose, porque siguen trabajando en colaboración como guionistas en un largometraje. Corte, última película de la realizadora argentina Guadalupe Yepes, nos introduce, desde el punto de vista de Vanesa, en la experiencia femenina del ocaso del amor.
En uno de los primeros encuentros que tienen en un restaurante, tras la separación física, mientras ordenan al mozo los platos y se ponen al día sobre los avances de la salud de él (que ha estado internado), se palpa la tensión entre ellos y se revela la posición de cada uno. Vanesa dice que viene en son de paz, que quiere escucharlo, pero el contraste de los colores complementarios de su vestido verde y el rojo de la pared del restaurante o de su tapado, marcan su escisión entre la necesidad de comprender para sanar su dolor y la irritación que le provocan las respuestas de Joaco. Éste, por su parte, responde desde una posición narcisista y manipuladora, sin hacerse cargo de su falta, y apunta a la angustia de ella, invirtiendo la situación: el problema no es que él haya sido infiel (“algo que hacen todos los hombres”, según refiere), sino que ella lo haya espiado y le haya revisado sus chats. La escena se constituye en una espiral de reproches, donde lejos están de poder escucharse y pensar qué los llevó a esa situación: ¿acaso la mortificación del deseo femenino de Vanesa por parte de la posición del propio Joaco? ¿Acaso la dificultad de Vanesa de situarse como mujer deseable y deseante, en vez de como madre? ¿Acaso el desgaste propio de permanecer tanto tiempo juntos?
A Vanesa le cuesta asumir la separación. Cuando se ven, siempre busca seducir a Joaco y llega hasta la humillación de pedirle perdón por haberle leído los chats. Joaco, por su parte, adopta una posición ambigua, ya que no convive con Vanesa, pero sí la sigue frecuentando por el guion y además continua manteniendo relaciones sexuales con ella, lo cual alimenta las esperanzas de Vanesa de reconquistarlo. La duplicidad de Joaco está marcada, desde la puesta en escena, en su reflejo en el espejo al despertarse, luego de una noche de sexo. A su manera, él también se resiste a la pérdida. Ya no la ama, pero quiere todo: estar solo y a la vez seguir teniéndola como compañera de trabajo y amante.
La experiencia del amor para la mujer es diferente a la del hombre. Mientras que el hombre tiene una significante que lo representa: el falo; la mujer es irrepresentable. De allí que el amor esté en el centro de la experiencia femenina, porque es por la nominación de la palabra de amor que una puede acceder a un trazo que estabilice la errancia de ese desierto innominado que es lo femenino. De allí que Freud diga que la pérdida del amor para una mujer es el equivalente de la amenaza de castración en el hombre. De ahí que una mujer pueda llegar a perdonar una infidelidad, pero no la ruptura del pacto de amor, como bien lo revelan los ejemplos de Medea o de Madelaide, la esposa del escritor André Gide. Por eso para Vanesa no resulta irrisorio, como para Joaco, que se le diga a otra mujer: “Hola Hermosa. Te quiero.” Es la falta de las palabras de amor lo que está en juego para Vanesa y lo que fundó su desconfianza hacia Joaco.

Vanesa queda entonces en el loop de la repetición de una escena donde, como bien le dice la numeróloga (Cristina Banegas), tiende al amor fusión, al dos que hace un uno de la completud y la complementariedad; y que tan bien se puntúa desde la puesta en escena en ese primer encuentro cuando Vanesa le pasa a Joaco sus propios anteojos para que él lea la carta. No hay hiancia, espacio para la singularidad de cada uno, sin que se recubran en el dos de la totalidad.
En paralelo al proceso de separación estancado, Vanesa acude también a un psicoanalista (Luis Machín) y al mismo tiempo comienza a escribir el guion para filmar un corto basado en su historia de amor y desamor con Joaco. El trabajo analítico, gracias a las puntuaciones del profesional, va acompañando la escritura del guion y sus efectos se manifiestan en los cambios y avances que va realizando en la escritura como en su vida. La ficción cinematográfica se ofrece entonces como posibilidad de tramitar el dolor por la separación e incluso como un modo de intentar comprenderla. En esta línea es interesante en la escena de estancamiento en los ensayos con los actores, el detalle de puesta en escena del reflejo de Vanesa sobre un vidrio; desdoblamiento que la ubica como directora y a la vez como personaje del corto, pues el guion está todavía muy pegado a la realidad acontecida.
Pero hay otra línea de la ficción que no la reduce meramente a representar la realidad. La ficción es la posibilidad de inventar algo nuevo a partir de la pérdida y que es capaz de tener efectos sobre la realidad. La que Vanesa puede construir en el tramo final de la película es otra dimensión de la ficción, a partir del cambio de punto de vista que sitúa al personaje femenino como protagonista y luego de haber podido hacer inconsistente a ese amo, del que ahora puede burlarse con su amiga luego de realizar juntas una fogata (signo desde la puesta en escena de la iluminación de la protagonista, pero también de lo que destruye y, a la vez, transforma). En esta dirección resulta significativo que la última palabra de la película sea “corte” en boca de Vanesa, como directora de su corto, gesto en el que la posibilidad de situar el corte de escena cinematográfico traduce la efectuación de una separación, ahora en lo simbólico, respecto de Joaco en su vida real.

En esta estructura de película dentro de la película, vida y arte funcionan entonces como una suerte de Banda de Moebius, entrelazándose y retroalimentándose. Ante el vacío de la pérdida del amor, Vanesa puede inventarse, por la vía del distanciamiento que implica el artificio cinematográfico, el filo de una ficción separadora, que le permite ya no recubrirlo, sino asumirlo. Guadalupe Yepes construye una película en clave en drama realista sobre el problema de la pérdida del amor en la mujer, pero lo hace de manera inteligente y sutil. No lo aborda desde el patetismo exagerado, sino desde el infortunio que permite ciertos momentos de comicidad. Se trata de una película rigurosa desde la arquitectura de un guion que funciona como cajas chinas o desde la puesta de cámara (donde se evidencia la influencia de Rohmer en el uso de los planos distanciados que sostienen la tensión, pero también en el uso del zoom in o de los paneos en los momentos adecuados). Pero es también una película delicada, que al apelar a la poética de la puesta en escena, logra eludir el subrayado directo de la ideología feminista. Con mesura y sutileza, Yepes hace resonar la pregnancia del amor romántico en las mujeres y la necesidad de deconstruirlo por un amor más digno.
Calificación: 8/10
Corte (Argentina, 2022) Dirección: Guadalupe Yepes. Guion: Vanessa Robbiano y Guadalupe Yepes. Fotografía y Cámara: Connie Martin. Sonido: Martin Galimany. Montaje: Vanina Miline E.D.A. Música: Christian Basso y Luciano de Paula. Elenco: Gilda Scarpetta, Alejandro Catalan, Luis Machín, Cristina Banegas, Matías Bassi, Maria Ucedo, Santiago Gobernori, Camila Tocker, Lola Coppen, Antonia Peruzzotti. Duración: 74 minutos.
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