La canción “He’s got the power”, interpretada por la protagonista en una gala escolar mientras recibe la injuria que la nombra como “puta” (por parte de un joven del público) y se repone para continuar airosa, ya anticipa el tono y el tema que aborda Never Rarely Sometimes Always (2020) de la realizadora estadounidense Eliza Hitmann.

En términos del género, la película es un coming of age en clave realista. La cámara acompaña de cerca el camino de Autumm (Sidney Flanigan), al servicio de visibilizar la compleja problemática de la violencia de género, el embarazo y el aborto en la adolescencia. Por eso la escena del comienzo es significativa, abrirse paso socialmente siendo una mujer joven es áspero y difícil, hay que encontrar cierta fortaleza para soportar la mirada social prejuiciosa y lidiar sola en medio de un mundo hostil donde acecha el peligro machista, sin sucumbir.

La canción que interpreta la joven en el comienzo del film es un tema pop de los años sesenta, que era interpretado por la banda de chicas The Exciters. Se trata de una canción religiosa que engrandecía y exaltaba el poder del Dios salvador. Este tema musical, a través de la maniobra realizada por la directora de ponerla en la voz de Autumm, en versión country y en el contexto actual, adquiere una significación irónica que la transforma en un grito melancólico y en el descarnado testimonio de la violencia sufrida.

Autumm vive junto a su madre, su padrastro y sus dos pequeñas hermanastras en un pueblo rural en Pensilvania. Con 17 años, la joven estudia y trabaja a tiempo parcial como cajera en un supermercado. Las escenas familiares de la película (como la cena posterior a la gala y las que muestran la vida cotidiana) dan cuenta de una madre que, aferrada a ese rol, aguanta y sostiene el vínculo con un hombre de modales toscos, incapaz de relacionarse con su hija adolescente y a quien tiene que acallar en las manifestaciones públicas de machismo que escenifica con la sumisa y obediente perra del hogar. Este contexto conservador y de incomprensión es de alguna manera determinante en la posición que adopta la protagonista de sobrellevar tanto su embarazo como la decisión de abortar sin comunicarlo a su familia. 

En esta línea, se puede leer el piercing casero que Autumm se practica: se trata de la marca en el cuerpo de un pasaje, de una experiencia de crecimiento dolorosa y a la vez liberadora, un corte que la separa y la afirma en su diferencia respecto de su madre. Esta transformación que se da de la chica ingenua y delicada a una joven más madura, que se abre paso al mundo con valentía al tomar  la que acaso sea su primera decisión difícil en absoluta autonomía, está marcada por el pasaje de la camisa rosa de su performance del comienzo a las camisas a cuadros. Estas le dan un aura más ruda y tenaz, aunque sin perder su feminidad, necesaria para bancar su elección en un entorno social muy poco receptivo a hablar de embarazo adolescente (y menos aun de aborto), que la sume en una gran soledad.

El primer encuentro que Autumm tiene con el sistema sanitario es cuando se realiza un test de embarazo y una ecografía en el modesto Centro de Mujeres de su pueblo. Allí la médica le hace escuchar el latido del bebé, que considera como el sonido más mágico del mundo (que el rostro de Autumm refleja como una tortura). Le dice que cuando tenga a su bebé en brazos todas sus dudas se disiparán, que puede considerar dar al bebé en adopción a aquellas familias que no pueden tener hijos y le muestra un video que juzga el aborto como un acto violento que mata al bebé. El encuentro es de una frialdad desagradable, en tanto está atravesado por la moral. Sólo desde una posición conservadora y tradicional que considera que el destino y la realización de la mujer es la maternidad, se puede animar y manipular a una adolescente a llevar adelante su embarazo en contra de su voluntad. Por otra parte, es un tremendo acto de soberbia de la médica creer que sabe lo que es mejor para esa joven y que la maternidad debe ser abrazada a toda costa, sin miramiento alguno por la singularidad. Se trata de una posición que desconoce que la condición primordial que subjetiva a un hijo es el deseo de la madre, que en tanto función se contrapone al instinto materno ya que puede estar presente o no. También reniega del hecho de que muchos embarazos son producto de relaciones sexuales violentas, bajo presión o coacción de la jerarquía del varón sobre la adolescente, aunque no impliquen necesariamente una violación.

En el Estado de Pensilvania el aborto de una adolescente requiere el consentimiento de un  adulto responsable para ser realizado. Al hallarse sin salida, la desesperación fuerza a Autumm a recurrir a riesgosos métodos caseros para auto-inducirlo, que sin embargo no surten efecto. Pero en medio de la desolación, aparece la intrépida ayuda de su prima Skylar (Talia Ryder), que roba la recaudación para emprender juntas un viaje a Nueva York, donde Autumm puede acceder al aborto. En el periplo de la protagonista para consumar su decisión, Skylar se convierte así en su aliada y confidente.

El personaje de la prima está al servicio no sólo de acompañar a Autumm en su viaje de maduración, sino que es una suerte de espejo que da cuenta de lo duro que es ser una mujer adolescente, expuesta al peligro del acoso masculino, ya sea que venga de las insinuaciones de los clientes, del jefe o incluso de un joven de su edad como Jasper (Théodore Pellerin), que involuntariamente en su flirteo seductor la va llevando a bajar sus umbrales defensivos, cuando la invita a tomar alcohol o cuando la besa de camino a un cajero automático para prestarle dinero. 

Los planos generales de Autumm en la Gran manzana, empequeñecida y desorientada en medio de la aglomeración de gente, en esos inhóspitos no-lugares de tránsito, dan cuenta de su profunda soledad en esta difícil situación. Skylar es una compañía, pero hay un punto de la íntima experiencia de Autumm que no puede acompañar. Como toda joven de su edad, tiene como principal interés la exploración del romance y la sexualidad, lo cual se vehiculiza a través de Jasper, el joven al que conoce durante el viaje en el ómnibus. Por el contrario, es Autumm quien empatiza con Skylar, al conocer los peligros a los que una mujer se expone al experimentar la sexualidad. Esta hermana cercanía se expresa en el gesto de Autumm de tomarle la mano a Skylar cuando la encuentre consintiendo el beso robado por Jasper. Esta escena es interesante porque deja en una zona de  ambigüedad tanto la posible atracción que Skylar pueda sentir por el joven, como la sutil y naturalizada coacción que lleva a pagar con el cuerpo para obtener un favor económico, cristalizada en la imagen en la que queda arrinconada contra la columna y Jasper aparece en una clara posición de superioridad.

El periplo de Autumm se complica y prolonga más de lo esperado. Se vuelve más áspero y doloroso, y en cada momento que transcurre se hace más difícil no desistir. Que Hitmann muestre las largas jornadas de desvalimiento y sin dormir de Autumm, el frío hondo, el juicio de una sociedad que le da la espalda (expresado en la manifestación religiosa pro-vida en la puerta de la clínica) y la ardua burocracia del sistema de salud que debe atravesar para poder abortar, es muy interesante. De esta manera, transmite que ninguna mujer toma la decisión de abortar a la ligera, como si se tratara de decidir cualquier banalidad de la vida cotidiana, y que no se trata de una experiencia agradable ni alegre para quien opta por ponerle cuerpo a esa decisión. Al mismo tiempo, la directora realiza una profunda y aguda crítica al sistema sanitario de su país.

En primer lugar, en Estados Unidos el aborto es legal y seguro en algunos estados, pero la gratuidad no es moneda corriente en un sistema de salud donde predomina el sector privado por sobre un escaso segmento público. Esta situación ya dificulta el acceso al aborto para aquellas jóvenes y mujeres que deben trasladarse desde otros Estados y/o que se encuentran en situación de vulnerabilidad social. Por otra parte, en esta misma línea la directora hace visible una medicina que, aliada al sistema capitalista, se rige por rígidos protocolos y reglas, desconociendo la singularidad subjetiva de quien consulta. De ahí el título del film, que hace referencia a un cuestionario multiple choice, suerte de test aplicable para todas de la misma manera, que evalúa el nivel de violencia en las relaciones sexuales de las mujeres (ya sea que hayan sido sometidas a prácticas sexuales indeseadas o que se hayan acompañado de intimidación psicológica o violencia física). Entonces, si bien por una parte el cuestionario permite relevar la incidencia de la violencia sexual contra la mujer, al mismo tiempo es una suerte de arma de doble filo por la cual el mismo sistema sanitario duplica la violencia hacia la mujer con su generalizada impersonalidad.   

La cálida empatía que cobija y resguarda queda librada al azar del encuentro con un profesional que no se acomode totalmente al orden de hierro sanitario, como es el caso de Kelly, la trabajadora social. Kelly puede escuchar entrelineas aquello no dicho, pero que se hace oír en el llanto de Autumm, más allá de la grilla clasificadora del cuestionario. Esto le permite acercarse y ofrecerle su genuina ayuda, esa que sella en el gesto de tomarle la mano en el quirófano durante la primera parte del procedimiento y que saca a Autumm de la incomprensión del entorno y la amarga soledad. Esa mano que no la deja caer no es poca cosa en este fatigoso contexto. De allí podrá salir con fuerza renovada para afrontar las luces de un nuevo día, sin perecer en la tormenta del dolor.

La marca distintiva de Never Rarely Sometimes Always es la lúcida mirada de la directora, que si bien aborda una temática dura, logra eludir los subrayados, las bajadas de línea morales y las estridencias melodramáticas. Hitmann nunca juzga las decisiones de los personajes y confía en sus propias decisiones estéticas, llevando a buen puerto una narración que muestra su compromiso ético. No sólo al hacer foco en los obstáculos que se presentan para llevar adelante la decisión de abortar, sino también por hacer visible el complejo abanico de la violencia de género adolescente en toda su crudeza y variedad, pero sin desdeñar el cuidado estético, la mesura y la sensibilidad. 

Calificación: 8/10

Never Rarely Sometimes Always (Estados Unidos/Gran Bretaña, 2020). Guion y dirección: Eliza Hittman. Fotografía: Hélène Louvart. Montaje: Scott Cummings. Elenco: Sidney Flanigan, Talia Ryder, Sharon Van Etten, Ryan Eggold, Théodore Pellerin. Duración: 101 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: