La masacre de Texas del 2022, dirigida por David Blue García, que acaba de estrenar Netflix, es un ejercicio antes que una película, un bosquejo apenas de sus intenciones. Dotada de una superficialidad llamativa en todas sus líneas, evidente en esa maqueta que es el pueblo de Harlow diseñado como un decorado perdido en algún estudio de Hollywood.
La idea de volver a la original y despejar las secuelas, algunas más olvidables que otras, que resultó con éxito en Halloween (2018) de David Gordon Green y en la reciente Scream (2022) de Matt Bettinelli-Olpin, acá no logra darle nueva vida a la creación de Tobe Hopper, curiosamente la madre de todas esas sagas/franquicias y piedra angular del terror moderno junto a El exorcista.
La masacre de Texas de 1974 tenía un presupuesto de unos cuantos miles de dólares, hacía pie en la idea del registro documental, directo, un hiperrealismo perturbado. Un pedazo de ruta, una casa en el medio de la nada, la idea específica de una puesta austera donde el calor y la humedad hacían palpable el hedor de la sangre seca, la putrefacción inundaba esos ambientes abarrotados de huesos y cosas que no sabemos bien qué son pero están ahí. Leatherface era un grandote medio redondo, torpe, brutal, y su necro/familia, un grupo de adoradores fetichistas de la anatomía humana para la disección. Cualquier coincidencia con el clan Manson no era pura casualidad.
Sí, hay que volver a decir cuáles son/fueron los cimientos, la columna donde se sostiene el mito, porque la película de Blue García borra en su propio detrimento algunas ideas fundamentales. La matanza es de noche, llueve torrencialmente mientras se desata el infierno. Esa atmósfera opresora de la entrega original acá desaparece por completo; es más, la lluvia es un alivio al calor que hace durante el día y que los protagonistas no paran de mencionar en la primera mitad del relato. Y ese detalle mínimo revela que los parlamentos deben expresar lo que las imágenes no puede transmitir.
Por impericia y cierta haraganería, la película carece de profundidad narrativa, toda esa mezcla de planos con diferentes valores contribuyen largamente a la confusión reinante. El ralenti es usado a diestra y siniestra como un recurso para subrayar detalles y enfatizar un efecto violento que llega a su expresión máxima cuando nuestro torpe asesino emerge del agua.
Otro vicio de los últimos años cuando se revisitan estos clásicos es darle un origen sufrido al killer, que de alguna manera justifica su accionar. En este caso Leatherface es huérfano, como el Michael Myers de la versión de Halloween de Rob Zombie, y -si no recuerdo mal- los dos tienen barbas y son gigantes, fibrosos. Sabemos que Myers es hijo directo de las ideas de Hooper, pero los cerebritos de Hollywood esta vez producen un sinsentido llamativo en algunos detalles.
Como parte de la actualización de la saga ya clásica, cambian la casa por el pueblo derruido. Los chefs Melody (Sara Yarkin) y Dante (Jacob Latimore), estrellas de Instagram, son influencers que se muestran críticos del capitalismo pero andan en un auto que se maneja solo -interesante metáfora- y tienen diálogos de primero inferior. Encima el conflicto se dispara por la ¿¡escritura de una propiedad!? Siguen una bandera confederada y hay un sureño, en principio asesino y acosador, que minutos después es un tipo leal y valiente. Lila (Elsie Fisher), la hermana de Melody, encargada del duelo final, es víctima de una matanza estudiantil, superficialmente delineada con dos inserts y una serie de frases hechas. El gore hardcore no tiene consecuencias porque es puro golpe de efecto. La sobreviviente de la primera entrega le indica al espectador tres veces quién es, dos veces mira una foto de la película de Hooper y, por último, pone en palabras su rol: “después de 50 años te tengo donde quiero”.
La masacre de Texas (Texas Chainsaw Massacre, Estados Unidos, 2022). Dirección: David Blue García. Guion: Chris Thomas Devlin, Fede Alvarez, Rodo Sayagues. Fotografía: Ricardo Díaz. Montaje: Christopher S. Capp. Elenco: Sara Yarkin, Elsie Fisher, Marc Burnham, Jacob Latimore, Olwen Fouéré. Duración: 73 minutos. Disponible en Netflix.
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