El matadero y la cautiva. 

1. Tócala de nuevo, Sam. Muchas saben ya que la famosa frase “Canalla ¿qué pretende usted de mí?”, atribuída a Isabel “la Coca” Sarli en Carne (Armando Bo, 1968) nunca fue pronunciada en todo el metraje de la película (aparece, sí, el “canalla”, pero la pregunta no). La ausencia de la frase podría indicar dos cosas: una, que la película alcanzó un status de culto y una trascendencia tal, que incluso alteró el contenido de la obra original de forma retroactiva o, por lo menos, la manera en la que los espectadores la recuerdan. Tanto que Sarli llegó a grabar muchos años después un audio con dicha frase para colocarlo en copias posteriores. Esto pone a Carne en un lugar cercano a Casablanca (Micheal Curtis, 1942) y a Star Wars (George Lucas, 1977), que traen consigo anécdotas similares.

Por otro lado, también, indica que hay una interrogante que no encuentra respuesta, no al menos de forma explícita. “¿Qué pretende usted de mí?” no es una pregunta arbitraria, porque nos lleva a pensar qué pretende Carne, en tanto relato, de nosotros.

¿Es, en efecto, un relato canalla?

2. Y todo a media res. La cosa es más o menos así: Delicia (Sarli) es la inocente y virginal empleada de un frigorífico, también es la novia del jefe de personal, Antonio Aicardi (Victor Bó), quien adora a Delicia y ama pintarla desnuda. Por otro lado, Humberto “el Macho” (Romualdo Quiroga), la desea como a un trozo de carne (este concepto es repetido una y otra vez durante toda la película), por lo que alterna entre violarla y acosarla más de una vez. Finalmente, es secuestrada en un camión y entregada, por dinero, a seis amigotes de él para que abusen de ella en el acoplado del camión, perversamente acondicionado con una silla, una lámpara y, claro, una cama.

Victor Bó (o mejor dicho, Antonio) va a venir y va a repartir piñas y la va a rescatar (un poco tarde, es cierto), va a obligar al “Macho” a que le pida disculpas de rodillas a Delicia y el orden, de alguna manera (muy particular), se va a restablecer. Pero antes de eso, resultan curiosas la manera en la que cada uno de esos hombres entran al camión para abusar de ella. Funcionan como mini-relatos que hacen al relato más grande, incluso parecen sketches, por momentos, o viñetas, que cambian de género dependiendo del personaje que entre. Cada uno de esos personajes es presentado en un asado que se come afuera, en una extraña noche americana (o mismo el código de azul usado en las películas mudas para indicar que estamos en la noche, aunque resulta evidente que están filmadas durante el día). Esto contrasta con el resto de la película y, sobre todo, con el interior del camión, que es de un Eastmancolor casi estridente. Sobre estas viñetas, volvemos más adelante.

3. Res significa cosa. En principio, y esto es una trampa, podría parecer que Carne es apenas una película de sexplotaition. Después de todo, cumple con todos los requisitos para que se la considere como tal: un tema escabroso; el hecho de que el relato funcione como una cautionary tale, es decir, como un cuento con moraleja (por no decir moralizante); la contradicción que conlleva el tratamiento formal general para tratar dichos temas y, claro, la exposición de la protagonista, tanto de su cuerpo desnudo como escenas que implican humillación sexual (¡Carne sobre carne!), sumado a unos cuanto etcéteras más. Vamos, si es hasta hay un subgénero conocido como Rape/Revenge, o sea, violación y venganza, en el que encaja perfectamente. ¿Pero qué la hace trascender? ¿Qué tienen el “estilo Bó”, Isabel Sarli y Carne, específicamente, que se vuelve tan particular y recordable? Incluso aunque esos recuerdos se hayan alterado, lo que, de hecho – ya lo mencionamos-, habla de una verdadera apropiación cultural.

Carne, está claro, no pretende ser una obra de arte (aunque irónicamente, muchos hoy lo consideran una obra maestra del kitsch). Originalmente, se trataba de un cine popular, para un contexto y un tipo de consumo particular, atravesado por lo picaresco y como contraposición a la censura y el conservadurismo. Los sesenta fueron una época de avances y retrocesos que se daban muchas veces en círculos, y la liberación sexual y los aspectos más reaccionarios – entre dictaduras y desarrollismos-, se mezclaban muchas veces en híbridos que se subían a discursos que en acciones no se reflejaban. Puntualmente, en Carne, la cosificación (¿carnificación?) de la mujer es condenada y explotada por igual. Esta tensión jamás se resuelve y es lo que tiene a la película dando vueltas sobre un eje intelectualmente, cuando menos, desafiante. ¿Era la idea de Armando Bó avergonzar al espectador que buscaba un par de tetas?  ¿Busca espantar acerca de los horrores de acoso cuando lo único malo que le pasa a los villanos es recibir unas piñas y ser obligado a pedir disculpas? Pero como dijimos, estas características contradictorias, aún pueden considerarse parte del género.

¿Lo verdaderamente distinto dónde está, entonces? ¿Qué se pretende?

4. Todo bicho que camina va a parar al asador. Hay carne muerta por todos lados. También carne viva. Carne sobre carne. Todo se mezcla en un arrabal amargo, que pertenece a una villa de emergencia. Delicia y Antonio anhelan otra vida, una vida de trabajo y valores romántico-burgueses que chocan contra los grotescos personajes que parecen salidos del Matadero de Echeverría. Mujeres envidiosas y burlonas, que solo piensan “en eso” (Los personajes de Bó ven el sexo como algo sucio), hombres agresivos y violentos. Delicia y Antonio son inocentes, llanos, amables, son seres puros, buenos y hermosos, atrapados en un ámbito de violencia -institucional primero, e individual después- que los corrompe (a ella la violan y él lo hacen juzgar y pelear), y marginaliza (dentro de la marginalidad en la que ya viven). Esto está muy presente en la primera parte del relato, que uno podría asociar con una larga tradición cinematográfica, incluso, de crítica social y cierto realismo mágico (desde Soffici y Del Carril hasta Ferreyra y Torres Ríos), e incluso la fábula sexual (de Christensen a Tinayre). Los valores que representan Antonio y Delicia, igualmente, no dejan de ser burgueses, de trabajo y esfuerzo para progresar y salir del barrio de emergencia.

Resulta curioso que en el mismo año, 1968, Leopoldo Torre Nilsson, hijo de Leopoldo Torres Ríos, adaptó el Martín Fierro en una superproducción con todas las estrellas del momento. El espíritu de la época invitaba a ver la tradición, a lo telúrico. Asados, mates y biopolítica, o sea, las instituciones reglamentando el cuerpo. El cuerpo del gaucho y el cuerpo de los trabajadores de los frigoríficos, y los márgenes donde hay indios, violadores y cautivas. Todo en un mismo barro, tanto con conservadurismo como resistencia en este aspecto. La “Argentinidad al palo”. De alguna manera, Carne formaba parte de una representación de “lo argentino” frente al mundo (no olvidemos que las películas de Bó-Sarli eran un éxito internacional dentro del género), con sus tangueros y cuchilleros, tangos e, incluso, problemáticas sociales.

¿Pero entonces, estamos hablando de un onanismo telúrico y localista nomás?

¿Esto vuelve canalla a un relato?

Bueno, no creo que se detenga ahí la cosa.

5. El que come mi carne… El tango, el asado, el truco dan lugar a estos perversos personajes que, en un momento, son aislados del relato, como la propia protagonista, Delicia. Por el propio deseo (de su carne, pero también por imposición social) son capturados en esa caja frigorífica que podría ser una cabina espacial. Quedan suspendidos, alienados. Funcionando en una realidad aparte en la que Delicia es víctima y juez, porque se se convierte en una suerte de Virgen María desnuda ante la que se confiesan. La desnudez es ontológica, y cada personaje, cada representación aislada pasa a comulgar. Retomando el cuento maravilloso, a la fábula moralizante, estos seis delincuentes y su proveedor, el villano más grande, se convierten en siete enanos frente a la más hermosa del barrio. Es Blancanieves en su féretro de cristal que es más bien un catre. Es la pureza y la belleza corrompida por la realidad. Lo sublime ante lo mundano. Incluso, podemos leerlo como la Argentina encarnada expuesta frente a versiones tipificadas de sus habitantes (“el que come mi carne, y bebe mi sangre, habita en mí”), grotescos y caricaturizados, que en grupo se muestran de una forma (machos, ganadores, vivos, sátiros), y frente a lo deseado, se muestran, dependiendo el caso, tiernos, amables, afeminados, traidores, cobardes, e incluso aún más perversos y abusivos de lo que suponíamos. En estas viñetas, vemos cómo el deseo, la carne, saca a la luz un yo oculto que queda revelado ante el objeto deseado. Es la verdad del cuerpo, finalmente develada.

El Macho no deja de ser un oprimido social que toma por la fuerza lo que quiere, violentando lo bello, manchándolo. El personaje de Altavista, que recuerda al enano Tontín (recibiendo un beso condescendiente de la Diosa hecha carne) no deja de ser un hombre que debe ocultar su bondad para encajar. El tipo que necesita enseñarle lo que es un hombre, resulta fanatizado por el diseño del corpiño.

Es en esta parte del relato, fragmentario, misterioso, satírico, críptico por momentos y polémico en otros, que Carne encuentra el punto sublime, que permanece en el punto justo entre lo bizarro, lo kitsch y eso que no se puede nombrar ni intelectualizar. La pregunta es el relato, y los canallas, se puede interpretar, seríamos nosotros, porque, aunque el heroico Antonio y sus valores podrían liberar a Delicia, bien sabemos que ese es un momento idílico inconcretable, que en realidad Delicia sigue ahí encerrada. El relato nos interpela porque sabemos que cada uno de nosotros seguimos entrando, enfrentándonos al deseo, a la carne, esperando una pregunta que nunca es pronunciada en realidad pero que todos la conocemos: ¿Qué pretendemos?

Carne (Argentina, 1968). Guion y dirección: Armando Bó. Fotografía: Ricardo Younis. Edición: Rosalino Caterbeti. Elenco: Isabel Sarli, Victor Bo, Romualdo Quiroga, Vicente Rubino, Juan Carlos Altavista. Duración: 90 minutos.

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