Toda película que toma como argumento de su ficción hechos ocurridos en la realidad, tiene como desafío no quedar pegada a la solemnidad realista y documental de los mismos. Es un dato alentador que la película La noche de 12 años, del director uruguayo Álvaro Brechner, no comience con la clásica leyenda: “Basada en hechos reales”. Si bien el director nos brinda el contexto histórico situándonos en Uruguay en 1973, cuando la dictadura imperante derrotó y desarticuló al movimiento guerrillero de izquierda llamado Tupamaros, encarcelando a sus principales líderes, y aunque recién al final sepamos que el director se basó en el libro Memorias del calabozo (1987), escrito por Huidobro y Rosencof, que no figure la leyenda mencionada le da la posibilidad de apropiarse tanto del texto como de los acontecimientos, y construir así una ficción autónoma.
La película comienza con una panorámica de 360 grados ubicada en el centro de esa cárcel con estructura de panóptico que nos va mostrando, y a la vez dejando en cada movimiento un fuera de campo, el despliegue a partir del cual tres prisioneros Tupamaros son retirados de sus celdas por las fuerzas armadas del ejército, golpeados y encapuchados para ser trasladados a otra prisión. Pasarán entonces a una prisión con condiciones más degradadas. No tendrán contacto alguno con el exterior (al tapiar las ventanas para que no sepan donde se encuentran) y estarán imposibilitados de comunicación alguna entre ellos, ni con los soldados de guardia. Este traslado, como les explica el jefe militar (César Troncoso), marca el pasaje de los detenidos de ser presos comunes a ser rehenes del gobierno militar, lo cual no es poca cosa. Ya que no es lo mismo un detenido que se sabe dónde está y que conserva sus derechos, que un preso en situación de clandestinidad, que pierde totalmente sus derechos como humano y con el cual -por no tener marcas identificatorias (como pasó en nuestro país con los desaparecidos)-, puede hacerse cualquier cosa.
Establecida la situación de los prisioneros, la narración avanza principalmente en una temporalidad lineal marcada por la sucesión de años desde 1973 a 1985, fecha en la que fueron liberados con el retorno de la Democracia. Se trata de 12 años de confinamiento -que medido en días le agrega un mayor dramatismo-, tiempo a lo largo del cual los prisioneros serán trasladados reiteradamente a distintos centros de detención, donde generalmente las condiciones no serán dignas: sin catre, sin lugar de aseo ni para hacer sus necesidades, con suciedad, humedad, ratas y oscuridad.
Hay dos secuencias claves dignas de mencionar porque se salen del registro que el director emplea en general. Una es aquella que arranca cuando Eleuterio Fernández Huidobro (Alfonso Tort), esposado y sin poder agacharse, solicita que se lo desencadene o se le afloje la esposa para poder cagar cómodamente. Esta escena genera un toque risueño, por el absurdo de tener que movilizar a toda la cadena de mando hasta llegar a la autoridad superior para tomar una decisión. Sin embargo, a la vez, despeja eso que muy bien Hannah Arendt llamó “banalidad del mal”, esto es, el hecho de que hombres comunes se sometían a órdenes, incluso atroces, sin poder decidir autónomamente, presos de la maquinaria de sugestión que les impone el aparato burocrático del régimen.
La otra secuencia ocurre ya pasada más de la mitad de la película, cuando el militar superior le confiesa a Huidobro sus ganas de haberlo matado cuando tuvo oportunidad. Ahí la narración despliega un flashback de tono realista hacia el año 1972, cuando ambos se encuentran por primera vez, cara a cara, en un operativo del comando militar que culmina con el brutal asesinato de dos de sus compañeros, y su detención, herido de bala. Con esta secuencia salimos aparentemente como espectadores de la situación de enclaustramiento que nos hace experimentar la película, pero no de la asfixia y la violencia que toda dictadura supone para la vida civil.
Son dos ejes los que trabaja Brechner en su película: ¿cómo se vivencia el cautiverio y la tortura? y ¿cómo se sobrevive a 12 años de encierro y aislamiento social?
Tomando la primera línea, y teniendo en cuenta que la película dura dos horas, es un gran acierto por parte del director, el uso del tono onírico pesadillesco, el montaje acelerado y fragmentario de imágenes al estilo videoclip y el juego con los sonidos para dar cuenta de la experiencia de la locura a la cual puede llevar el encierro y la tortura reiterada, que se acentúa cuando las prisiones son más oscuras y de condiciones más inhumanas. Al meterse en la experiencia interior de los protagonistas, especialmente la de José Mujica, Brechner logra darle fluidez y dinamismo a la narración y a la vez evita caer en reiteraciones.
En cuanto a la línea de la supervivencia en condiciones de inhumanidad, es interesante detenerse en la estrategia que elaboró cada uno de ellos para permanecer con vida. En el caso de Huidobro y Rosencof (Chino Darín) se las ingenian para comunicarse mediante golpes en las paredes en clave morse. Pero específicamente Rosencof, se aferra a la escritura poética e intercede con sus dotes literarios en los embrollos que los soldados tienen con sus mujeres, logrando así cierta benevolencia y beneficios por parte de algunos de ellos. En el caso de Huidobro, su estrategia será la matemática, pues se aferra a la escritura en un jabón del cálculo de probabilidades en una apuesta en la ruleta y también disfruta de mentales partidas de ajedrez pared de por medio con Rosencof. José Mujica (Antonio de la Torre), será a quien veamos más afectado y más frágil. Pepe, al borde de la locura (que era lo que buscaban provocar en ellos los militares), se aferra a las palabras de su madre: “Resistí, los únicos derrotados son los que bajan los brazos.” y de la psiquiatra (Soledad Villamil): “Tiene que agarrarse de lo que pueda, resista, que falta poco.” Así para dejar de pensar, Pepe con sus manos se ocupa de cuidar una planta cuya maceta será la pelela de plástico que le deja su madre. En los tres casos, vemos la necesidad de crearse un otro a quien dirigirse para salir del encierro del sí mismo, cansado y desesperanzado. Así estos sobrevivientes del horror, nos evocan al personaje de Tom Hanks en Naufrago (Robert Zemeckis, 2000), que había creado a su par imaginario llamado “Wilson” a partir de una pelota de voley. El lenguaje es lo que nos específica y nos vivifica en tanto humanos. Recuperar el uso del lenguaje del cual se les había privado, jugando con el lenguaje mismo, evocando a otros que no están y recordando a aquellos de quienes eran su causa y que los esperaban afuera, será la clave que les permita a estos hombres no perder la humanidad y aferrarse a la vida.
Aquí puede leerse otra crítica de la misma película.
La noche de 12 años (Uruguay/Argentina/España, 2018). Dirección: Álvaro Brechnner. Guion: Álvaro Brechnner. Fotografía: Carlos Catalan. Edición: Irene Blecua, Nacho Ruiz Capillas. Elenco: Antonio de la Torre, Chino Darín, Alfonso Tort, César Troncoso, Soledad Villamil, Mirella Pascual, Silvia pérez Cruz. Duración: 123′.
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