HawaiiEn un clima intimista, de silencios rotos solo por el recurrente canto de los pájaros y la música armoniosa que acallan los diálogos, se desarrolla la historia de amor entre hombres que subliman el deseo a través de las miradas; porque donde el tacto no se atreve, la visión es el solo repertorio de vinculación.

Vagando en busca de un trabajo Martín llega a la puerta de Eugenio, un antiguo vecino con quien compartió la niñez y quien, habiendo recordado el pasado en común, le ofrece ocuparse de ciertas refacciones además de darle alojamiento. Intemperie y soledad apañadas al unísono silente.  Los personajes se presentan viajando: Emilio en auto, Martín a pie; es que la película es la representación del transcurso de idas y vueltas para llegar al acercamiento amoroso.

La cámara examina a los personajes que se refugian del calor en la casona rural, en medio de la vegetación boscosa desencadenadora de pasiones, deteniéndose en pequeños detalles, con planos que acentúan el silencio porque las palabras carecen de importancia. La boca parece reclamar su función sólo al momento de la comida, que instala el encuentro social posibilitando la mirada franca y frontal, generando apego junto con las reminiscencias de la infancia. La cadencia del ritmo se expresa homogéneamente en la quietud tanto de la naturaleza como del accionar de los personajes hasta el encuentro definitivo, lo que genera un tiempo con monotonía cansina, ya que el deambular y los pequeños gestos se entretejen con líneas de diálogos triviales. A esto se suma el hecho de que si bien la historia es clara sin necesidad de un uso diferente de los recursos narrativos, la tensión no llega a construir un problema que ponga en peligro el alcance del objetivo final, lo que contribuye al clima por momentos soporífero.

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Ver es construir. La contemplación es generadora del deseo y el Otro se transforma en objeto erótico. Cuando el contacto se hace efectivo, es el cuerpo el que acalla las palabras, y la vista deja de ser el sentido privilegiado. Sin la visión no hay imaginación creadora, sin ella no hay deseo, sin ella no hay nada que filmar. El viaje termina.

Hawaii (Argentina, 2013), de Marco Berger, c/Manuel Vignau y Mateo Chiarino, 102’.

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