Hay una escena de Guerrero de Norte y Sur que sintetiza, como un modelo, el eje central de la película. Facundo Arteaga, protagonista del documental, ha viajado desde su pueblo, Intendente Alvear en la provincia de La Pampa, hasta Laborde, en Córdoba, para volver a participar del campeonato nacional de malambo. Como inicio de la semana del campeonato, los representantes de todas las provincias, y los que provienen de países vecinos, desfilan por las calles del pueblo con su vestimenta de baile. Por momentos, avanzan como un cortejo festivo; en otros, el desfile se transforma en baile. Pero aún cuando Facundo tiene una compañera de baile ocasional, incluso aunque marcha en medio de todos los demás, es un hombre solo.

Todo el documental está estructurado alrededor de esa idea. Como si se trasladara automáticamente el carácter solista de su actuación a toda su vida, el documental se arma sobre el seguimiento del personaje en lo cotidiano primero y en la competencia después. No es que no exista interacción con el entorno: vemos a Facundo con su esposa, llevando a sus hijos a la escuela, arreglando una máquina con su padre, dando clases o dialogando con su guitarrista. Pero la cámara hace siempre, y de manera sutil, foco sobre él de una manera tal que el resto de los personajes que lo rodean se difuminan, se pierden en un segundo plano y terminan careciendo de la entidad necesaria para convertirse cabalmente en tales. El recurso de la voz en off en primera persona no solamente sirve, en este caso, como forma de brindar información sobre la historia del personaje y de poner en palabras los sentimientos relacionados con el baile. Esa voz solitaria, sin contraste con otras, construye una aislación mayor, pone a Facundo en el lugar del hombre que actúa y reflexiona en la soledad del campo, reforzando la imagen prototípica del gaucho pampeano en la inmensidad desolada.

En Laborde, la elección se profundiza, incluso cuando comparte la habitación con el guitarrista. El entorno se convierte en un paisaje borroso, que sin el personaje carece de todo significado. Los personajes con los que se cruza apenas asumen un valor fáctico (ni siquiera el Indio Rossi, leyenda del malambo, al contar su historia en Laborde, escapa de ese sino). Los competidores no tienen nombre, no se cruzan con él. Casi se diría que no tienen cuerpo hasta el momento de la final, en que los ojos de Facundo ahora no son los del protagonista sino que se igualan con los del espectador. A diferencia de Malambo, un hombre bueno –estrenada el año pasado y relacionada temáticamente con ésta- que se permitía estructurar una ficción alrededor del personaje central en relación con su rival del pasado, en Guerrero de Norte y Sur no se abandona nunca el rol solitario del protagonista.

Y es que también, en contraste con la película de Loza, lo que varía es el concepto sobre el cual se articula la idea de competencia. Si bien la existencia de un campeonato alrededor del cual gira toda la trama se repite en ambas, aquí ya no se trata de competir contra otro –aunque no aparezca corporizado ni nominado-. Ya no hay enfrentamientos en tono de duelo registrados por la cámara. En Guerrero de Norte y Sur la competencia que encara Facundo no es contra un número determinado de rivales, sino consigo mismo. No se trata, sin embargo, de una de esas historias prototípicas que trabajan sobre la superación de las adversidades por parte del personaje. Si el sueño de ser campeón de malambo –y su paradoja de que después no se pueda competir más- es el aliciente esencial para Facundo, también funciona para que el personaje como tal avance.

El documental pone el eje en el relato que hace Facundo: la competencia encuentra su razón de ser en un movimiento pendular entre el éxito y el fracaso. Entre el momento en que no pudo soportar un tercer puesto y dejó de bailar durante cinco años. Entre el subcampeonato nacional que obtuvo un año y la imposibilidad de acceder a la final al año siguiente. Entre los años sin competir y la decisión de volver a presentarse en el provincial y volver a ganar. Esa tensión manifiesta que vuelve a sostenerse en los días de Laborde: el dolor físico se contrapone a la necesidad de seguir entrenando para no dar ventajas, para que el cuerpo pueda competir, pero sobre todo para demostrarse a sí mismo que puede seguir disputando un torneo de exigencia.

En ese punto, el resultado del torneo queda, finalmente, en segundo plano. Al documental deja de importarle, porque prefiere detenerse en los detalles de la concentración, en la gestualidad de Facundo, en sus movimientos en el escenario, en los ensayos y la preparación. La construcción del personaje/bailarín, el largo camino de transformación de ese hombre que trabaja en el campo hasta que se sube al escenario, son los elementos que articulan la mirada que Guerrero de Norte y Sur sostiene sobre Facundo Arteaga. Alguien podrá pensar que ese seguimiento constituye un objetivo poco pretencioso. Pero es justamente esa ausencia de pretensiones desmedidas y la decisión de contar una historia desde una perspectiva determinada, lo que termina dándole honestidad y logros nada desdeñables al documental.

Guerrero de Norte y Sur (Argentina, 2019). Guion y dirección: Mauricio Halek, German Touza. Fotografía: Emanuel Cammarata. Música: Lucio Mantel, Manuel Schaller. Intérpretes: Facundo Arteaga. Duración: 73 minutos.

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