
Hay un mundo pos humano (más que apocalíptico o pos apocalíptico); un mundo donde los humanos dejaron huellas, arquitecturas, objetos, esculturas, construcciones, barcos.
Hay un mundo pos humano sin humanos, solo con animales y plantas.
Hay un mundo pos humano sin palabras humanas, sin voces humanas, sin sonidos humanos, sin ecos humanos, sin pensamientos humanos, sin sociedades humanas, sin cuerpos humanos.
Hay un mundo pos humano donde el vacío humano no importa mayormente siquiera para preguntarse por qué acontece. Aconteció.
Hay un mundo pos humano con un gato (o gata), un carpincho, un perro Golden, una suricata, una especie de garza, una ballena gigante, una jauría boba de perros, un conejo, miles de peces multicolores yendo y viniendo.
Hay un mundo pos humano con múltiples texturas, múltiples colores, múltiples paisajes (¿asiáticos?), múltiples sonidos que coquetean con un preciosismo naturalista potente, realista más que subjetivo.
Hay un mundo pos humano donde el agua sube y copa todo; donde el agua que sube se vuelve océano primigenio, como en los primeros años del mundo, antes de que los anfibios colonizaran la tierra evolucionándose en personas.
Hay un mundo pos humano y una idea particularmente ambiciosa y magnífica: en ese mundo, ¿los animales necesitan probar -al igual que Noé con su Arca- que son dignos de la tierra heredada, por heredar?
Allí comienza a fluir, a flotar la bellísima película de Zilbalodis… en ese páralelo (¿analogía?) entre lo místico y lo bíblico; entre lo animal y lo antropomorfo; entre la naturaleza y la trascendencia; entre la aventura y la meditación; entre lo religioso y lo mítico.
Por ello, no hay mayor argumento en la película que el hecho de sobrevivir al infortunio constante: desde un mundo que se inunda de la nada hasta el hecho de navegar en un barco sin rumbo fijo hasta donde se pueda navegar. No hay mayor trama en la película que adaptarse a cada peripecia que sucede y sobrevivir como se pueda a la misma. No hay mayor desenlace posible en la película que en cada peripecia sucedida, aceptar que todo instinto es una lógica en sí, es una racionalidad en su propia -aparente- irracionalidad.
Los animalitos navegan su bote. Lo único que les importa es mantenerse a flote. Ellos y los que lo necesiten. No “analizan” qué les pasa, qué le ha pasado a su mundo. Simplemente fluyen al tiempo que, en sus diversidades, aprenden a comprenderse, a complementarse, a darse una mano mutuamente para sobrevivir en ese escenario acuático tan peligroso como mentirosamente tranquilo.
Los animalitos fluyen porque no les queda otra que fluir; no hay destino oculto o por descubrir. No hay “predestinación Disney” aunque sí existe una “iniciación” solapada, enmarcada en el personaje del gato (o la gata).
Adaptarse, sobrevivir, volver a empezar es algo natural, que no se cuestionan a pesar de la locura que significaría (para un humano) que todo el mundo conocido o por conocer, se inunde casi por completo de un día para el otro. No hay ningún Noé que cuestione a Dios ni Dios que cuestione a Noé. No hay ningún Noé labrando una viña para emborracharse después de haber sobrevivido al Diluvio. No hay ninguna piedra de Sísifo que metaforice lo absurdo de la existencia. Hay, sí, un sacrificio potente, religioso, fantástico en cierto punto, redentor quizás.
Quizás no.
Y aquí, animación y música fabulosas de Gints Zilbalodis mediante, es donde Flow (una suerte de expansión del maravilloso corto Aqua del 2012) se vuelve una pequeña obra maestra: la redención del mundo no pasa mucho más allá que la redención propia; y la redención propia no es algo que se busque, es algo que sucede y a la que hay que saberle encontrar la altura cuando sucede, justamente; es decir, cuando realmente nos interpela para sabernos dignos de la vida. La nuestra, la nuestra en convivencia con la de los demás.
Flow, entonces, para grandes y chicos; para animales y dioses; para los que flotamos cuando las aguas nos superan. Para los que sabemos que, de un modo u otro, esas aguas van a bajar. Para los que nos preparamos cuando eso ocurra, por más que nos lleve toda una vida esa preparación: apenas un segundo en el lomo de una ballena grandiosa que nos saca a flote después de habernos hundido en la oscuridad más profunda de todas. Esa que es un abismo constante, un abismo al cual repeler nadando con todas nuestras fuerzas hacia arriba… siempre hacia arriba, hasta donde se pueda comenzar a respirar, otra vez más.
Flow (Bélgica, Francia, Letonia / 2024). Dirección: Gints Zilbalodis. Guion: Gints Zilbalodis, Matīss Kaža, Ron Dyens. Animación: Léo Silly-Pélissier. Duración: 80 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: