Del bronce a la plata. Ya fueron demasiados años lamentando cómo algunos grandes actores venden la carrera al mejor cheque y al peor guión. Provoca risa incómoda el cinismo de Michael Caine cuando dice “no, jamás vi Tiburón IV pero sí la hermosa casa que me hice gracias a él” o el de Jeremy Irons cuando asegura que filmó Dungeons and Dragons para hacerle el revoque fino y pintura a tremenda mansión. Es preferible, en todo caso, la honestidad de tipos que aceptan orgullosos los bodrios que tuvieron que filmar para parar la olla cuando la oferta era esmirriada. Ya fueron demasiados años de murmurar, casi antes de los títulos, “éste fue el joven Corleone, Travis Bickle, Noodles Aaronson” y una larga lista de fantasmas que uno no puede espantar, menos aún cuando suben los créditos finales de films como, por ejemplo, Familia peligrosa, último cheque para Robert De Niro. Está bien, mientras nos lamentábamos, el cine y Hollywood cambiaron y no exactamente para mejor. Hoy las esperanzas se reducen a que el producto –nunca mejor término en el cine mainstream– por lo menos cumpla y haga algo de honor a los pergaminos y el talento del actor, algo que lamentablemente en el caso de muchos monstruos sagrados, entre ellos Robert De Niro, se fue haciendo cada vez más difícil.
Un mafioso en sitcomlandia. La familia Manzoni, que colaboró para poner tras las rejas al capomafia Don Luchese, es relocada en un pueblito de Normandía, en Francia, como parte de un programa de protección de testigos. Giovanni (De Niro), su mujer Maggie (Michelle Pfeiffer) y sus dos hijos adolescentes son protegidos y vigilados de cerca por dos agentes de la CIA y su superior, Robert Stansfield (Tommy Lee Jones), porque el mafioso en gayola seguramente –y para que la acción transcurra- buscará vendetta. Nada nuevo bajo el sol, pero hay gente que con un picadillo hace un banquete, y es lo que pretende ofrecer Luc Besson en base a un casting con semejantes nombres y el suyo propio, recordado precisamente por dramas policiales como Nikita(1990) o El Profesional (1994) dentro de una cinematografía irregular en el abordaje de géneros y en sus resultados. Y encima lo hace en plan comedia negra, de violencia cool en la vena tan cara a Tarantino: asesinos a sueldo muy violentos pero incompetentes se lanzan a la búsqueda de los Manzoni, mientras éstos (madre e hijos) resuelven la difícil adaptación doméstica de su natal Brooklyn a la Franciaprovinciana con recursos dignos del jefe de la familia. Giovanni, mientras tanto, encuentra en una máquina de escribir abandonada una motivación para escribir, durante el encierro forzoso, su catártica autobiografía, puntualmente visada por Stansfield y que llevará en off el hilo conductor de la historia.
Familia peligrosa tarda en arrancar, engolosinada con la puntual, ágil y pintoresca presentación de los Manzoni en situaciones que se encadenan como graciosos sketches siempre ligados a los poco ortodoxos recursos con que los nuevos vecinos resuelven sus problemas en el almacén, la escuela y con la gente del barrio. No puede faltar allí la recurrente apelación a las diferentes idiosincrasias de norteamericanos y franceses. Como una suerte de parienta descafeinada de Buenos Muchachos, a quien cita en una escena pero apenas imita en su nervio y espíritu (encima no está Joe Pesci), con Scorsese como uno entre nueve productores pero no como creador, va hilando gags y devorando minutos hasta que, en una secuencia que parece acentuar ex profeso lo forzado del asunto, el desenlace de las cuentas pendientes de los Manzoni con sus pares toma el rumbo decisivo de la acción.
De taquito ¿vale doble? Una vez más, podríamos responder que vale el doble de ceros en el cheque, en todo caso. De Niro hace a pedido su enésima parodia de los personajes mafiosos que lo encumbraron y por ende un nuevo asesinato por encargo a la memoria del espectador, confirmando que tal vez su mejor composición para la comedia haya sido la casi olvidada Fuga a medianoche (1988), de Martin Brest. Detrás de una profusa barba blanca y cierta desprolijidad, saca a relucir tres o cuatro gestos que son marca registrada, entre ellos -e insistentemente- ese silencio con mirada al fuera de campo que puede denotar creciente fastidio, incomodidad, o algo personal con un asistente del equipo de filmación.
Los surcos en los rostros del trío central son también protagonistas, en un viaje (qué bueno) a contramano de la era del botox en implacables primeros planos. En De Niro y Tommy Lee Jones (otro que nunca necesita despeinarse y cuyos breves diálogos son de lo mejor de la película) hasta podemos hacer un inventario de arrugas y verrugas. Michelle Pfeiffer, más allá de ser casi una excepción a las caras horriblemente refrescadas de Hollywood y una de las actrices más desaprovechadas por la industria, aborda este pasatiempo con toda seriedad y dignidad: pocas pueden tener esos ojos y manejar miradas y silencios sin desbordarse, y resolver situaciones límite o rematar gags con más economía que suficiencia. Basta recordarla en Casada con la mafia (1988), del gran Jonathan Demme, parienta mucho más original y lograda que Familia peligrosa. Claramente, los puntos que suma Besson en este último opus están en su mayoría ligados al triple cartel de veteranos, lo cual no es un elogio a la luz de las aptitudes que pudiera haber mostrado anteriormente.
Familia peligrosa (The Family, EUA/Francia, 2013), de Luc Besson, c/Robert De Niro, Michelle Pfeiffer, Dianna Agron, John D’Leo, Tommy Lee Jones, Jimmy Palumbo, 111′.
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