En la cátedra de Morfología de la UBA se habla de objetos. Podría pensarse que su orientación es puramente práctica (lo práctico significa, a fin de cuentas una utilidad materialista y capitalista), en tanto parte de la carrera de Diseño Gráfico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Pero no. Cuando al comienzo se plantea que la morfología va por fuera del diseño y que de allí se puede saltar a cualquier disciplina artística o científica, está claro que estamos hablando de otra cosa. De algo parecido a una filosofía del objeto. Eso que va a llevar a salir de la objetualización del objeto. Pensaba que, a fin de cuentas, de lo que se trata es de cuestionar la idea de que un objeto es “solo” un objeto. Como si pudiera aislárselo de otros objetos con los que entra en relación en la vida real. Como si se los pudiera deshistorizar, quitarlos de un trayecto evolutivo que llevó a su constitución como tal.

El objeto, en todo caso, es un punto de partida para pensarlo. Acumularlos. Ver en qué coordenadas se mueve. Después, pensarlo a partir de un sistema. Pensarlo desde el por qué de su selección, pero también desde el hecho de que la historia permite saber qué hay en él.

Uno de los alumnos toma como objeto una reveladora de fotos. Otro, una serie de objetos relacionados con la profesión de su padre, que es ingeniero. Ni uno ni los otros se explican por sí solos. Ni su elección se comprende como una comodidad, una cercanía emotiva. El objeto esconde algo más. En eso que está escondido no está la esencia del objeto, sino las razones de la elección, su puesta en relación con otros sistemas y otras necesidades (se trate de las fotos de la década del 60 como parte de procesos de rebelión popular o de la carrera espacial desarrollada por esos mismos años). Se trata, en definitiva, de emprender el camino hacia lo escondido en el objeto, lo que no se revela ni en su forma pura ni en su constitución en abstracto.

El documental de Miguel Baratta actúa en consecuencia. Toma una serie de objetos –en un sentido amplio-: un grupo de estudiantes en la cursada de una materia, los profesores, los ayudantes. A su vez, éstos trabajan sobre otros objetos (objetos de la mirada que construyen el sentido de otros objetos). A esos objetos sobre los que el documental posa su mirada, los pone en relación con otros. Esos objetos que todavía están en formación desde el aprendizaje académico y desde la relación que están estableciendo con los objetos con los que trabajan, entran en contacto en la superficie del documental con un grupo de personas que han trabajado de la misma manera. Que han llevado adelante ese proceso de poner a los objetos de su mirada en un contexto, en una historia, para que adquieran un significado. Como una teoría que se va insuflando del aliento de una práctica que funciona como ejemplo.

Es en estas otras historias donde el concepto de lo escondido resalta con sus particularidades. Un fotógrafo que recupera los rostros de los veteranos de la Guerra de Malvinas para ir a la profundidad de sus miradas, para, de esa manera, romper con la construcción del soldado de esa guerra. Un antropólogo que se enfrenta a las fotos de los indios esclavizados durante la Conquista del Desierto, a sus restos exhibidos en un museo para recuperar su identidad. Un cineasta que recupera películas “huérfanas”, para que el found footage sea algo más que una mera acumulación de imágenes, para que ahora tengan un sentido diferente del original. Si en esas búsquedas, en esas historias, de lo que se trata es de restituir en los objetos un valor –identitario, de sentido-, es porque lo que se intenta es recobrar algo que está escondido pero que forma parte indisoluble del objeto.

En las otras historias, lo escondido es parte de la historia misma. Y en ese trayecto, los hilos invisibles enlazan el Holocausto judío con los desaparecidos de la historia argentina. Lo que estuvo escondido por necesidad –los niños que ocultaban su identidad y hasta su condición genérica, cuando no la totalidad de sus cuerpos; la mujer que se escondió dos años después de haber evitado un secuestro por parte de los militares-, lo que había que esconder como única forma de preservarlo como documento -las canciones escritas por los deportados en los campos de concentración; las fotos de los detenidos en la Esma que Victor Basterra fue sacando de a poco, escondidas entre sus ropas-. La condición de lo escondido no es solamente la de la posible supervivencia, sino también la única forma de poder mostrar su existencia real. Esconder para sacar a la luz en el momento preciso. El relato de Basterra es el más elocuente en esa cadena. Porque en sí mismo Basterra representa la esencia de lo escondido –escondido del resto del mundo, desaparecido, encapuchado y engrillado en un campo de concentración en los altos de un edificio oficial- y es quien utiliza el mismo mecanismo de esconder para después poner a la luz –hacer una foto más, esconderla entre el papel sensible, después entre sus ropas-.

Pero también es precisa la recuperación de lo que implicó El Siluetazo en la conformación de la representación de los desaparecidos de la dictadura. Hay en ese relato un punto de partida más que interesante, que se liga con los planteos de la cátedra a los estudiantes: se trata de construir un lugar que debe ser ocupado por un objeto que no se puede poner en ese lugar. La ausencia de los cuerpos, sin embargo, activa más que el reemplazo la construcción de un nuevo objeto que viene a llenar doblemente la carencia: la utilización de otro cuerpo que viene a llenar el espacio en blanco del papel para que se transforme desde sus contornos, y que a la vez establece de una vez la imagen del cuerpo que no puede estar presente. En esa historia parece resumirse todas las referencias a la construcción de las formas.

Las historias, el dolor, el sufrimiento y también la creatividad, la supervivencia, la necesidad de dar a luz, como si en cada nueva intervención sobre los objetos se estuviera pariendo una nueva forma. Escondido puede parecer una película en la que sus elementos navegan por ríos paralelos, que no se tocan en ningún momento. Pero no. Las dos corrientes que van llevando las historias van unidas por canales que las comunican, que las contagian, que van vertiendo su propia corriente en la otra. Pero en unas y otras, Escondido se plantea más que como aquella filosofía del objeto a la que parecía encaminarse en un comienzo, a un ensayo complejo y definitivamente abierto sobre lo escondido, sobre lo que va más allá de las formas y que lo constituye. Eso que lo lleva a la conclusión en la que la pertenencia, el sitio propio, se revelan como el resultado final del proceso. Eso que lo lleva a decir en el final que “el sitio está lleno de mí. Soy yo”.

Calificación: 7/10

Escondido (Argentina, 2020). Guion y dirección: Miguel Baratta. Fotografía: Aylén López. Montaje: Miguel Baratta. Entrevistas: Víctor Basterra, Horacio Wainhaus, Marco Bufano, Juan Travik. Duración: 70 minutos. Disponible en Vimeo On Demand.

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